Muros sin Fronteras

¿Primavera en Bosnia?

 

La guerra terminó hace 18 años. Pocas cosas de fondo han cambiado. No hay guerra, es cierto, no pululan por ahí fanáticos armados hasta los dientes disparando contra sus vecinos por el hecho de que son de otra religión o de ninguna, de otra etnia. No hay guerra pero permanecen intactas las causas que la provocaron en los años noventa. La más visible es la permanencia de los partidos étnicos, del discurso tribal. La ausencia de un Estado capaz de resolver problemas.

Aquellos que provocaron el desastre son los que gobiernan la paz, los que se lucran con ella mientras la tasa de paro supera el 40% y los jóvenes carecen incluso de la esperanza de emigrar, de escapar de la ratonera. Europa dejó de estar abierta para ellos. El estallido de violencia de estos días es la respuesta a la violencia de la política que ejerce una minoría que entiende la cosa pública como un lucro particular. Los líderes han quedado expuestos ante los ciudadanos. Ellos son los culpables.

 

La paz debería ser algo más que la ausencia de la guerra, la paz de los cementerios. En la guerra uno se concentra en sobrevivir en cada instante. Los objetivos vitales son concretos: que se salven los hijos, madera para calentar, agua para lavarse y beber, comer, alcohol, tabaco. En las guerras apenas hay suicidios, no existe tiempo ni quedan fuerzas para pensar. Es en la paz donde nos complicamos: pisos, coches, viajes, trabajos a destajo. En la paz vivimos como si nos fuera a tocar la lotería todos los meses y las decepciones son monumentales.

En Bosnia-Herzegovina, los bosniacos (que no todos son musulmanes) soñaron con Europa, con una vida mejor pero 18 años después siguen atrapados en la tribu, gobernados por la casta.

Los Acuerdos de Dayton que pusieron fin a la guerra en diciembre de 1995 son un desastre para la paz, impiden construir un Estado. Los líderes europeos y estadounidenses que participaron en su negociación se sienten muy orgullosos de su trabajo, lo celebran como una obra maestra de la ingeniería diplomática. La misma escenografía de Dayton delataba la impostura: Franjo Tudjman, Slobodan Milosevic... ¿Qué hacían allí los criminales? Los arquitectos del mañana eran los destructores del presente y el pasado. Una broma macabra en la que Srebrenica, capital del genocidio, quedó en manos de los serbobosnios; igual que Foca, la capital de los violadores. No hubo ni un solo guiño de justicia poética, solo gran política, de esa que se olvida de los ciudadanos.

Ningún líder fue capaz de ver más allá. Aceptaron una paz que era solo metadona. Nadie pensó en los muertos, heridos, desplazados y refugiados. Nadie pensó en el futuro de Bosnia, como nadie piensa en el de Siria. Solo conferencias de paz que sirven para ganar tiempo, un tiempo que las víctimas no tienen. En esas conferencias surge el zoco, el regateo. En Homs se han acordado migajas: sacar algunos civiles de los escombros, como se acordó en Srebrenica en julio de 1993: la ONU haciendo la limpieza étnica a los serbios. Nada hemos aprendido.

El estallido de violencia en la parte bosniaca empezó en Tuzla, una ciudad industrial del norte. Es sintomático que fuera Tuzla donde durante muchos años gobernó un partido no étnico. El vídeo que encabeza este texto lo explica muy bien: empresa pública que se vende, inversores que prometen dinero para reflotar y que no ponen un duro, salarios sin pagar e inversores que huyen con los bolsillos llenos.

Karadzic, condenado por genocidio en Srebrenica

Karadzic, condenado por genocidio en Srebrenica

Eso se puede hacer en España con los bancos, las cajas, las preferentes y las empresas, pero no en Bosnia. Allí no tienen miedo a perderlo todo porque no tienen nada, ni la esperanza de la paz. Si no tienes nada queda la piedra. Son los peores incidentes desde el final de la guerra. Pronto se han extendido a Sarajevo, Zenica y pequeñas ciudades del centro de Bosnia como Gornj Vakuf, uno de los lugares más castigados entre 1992 y 1995.

Lo ocurrido es una advertencia. Las primaveras también pueden ser europeas. La parte serbia, la llamada República Srpska, mira con preocupación lo que sucede en la otra parte del mapa. Lo mismo que las zonas croatas que viven más pendientes de Zagreb que de Sarajevo. Serbobosnios y croatabosnios también tienen sus partidos de la guerra que se lucran en el desorden y en un esquema político que impide cualquier avance. Tienen miedo a un cambio.

Bosnia-Herzegovina es un Frankenstein, una losa para sus ciudadanos. Sería necesaria una nueva Constitución y una verdadera democracia por encima del reparto étnico. Es lo que quieren las personas, no los líderes. Bosnia-Herzegovina necesita con urgencia un Dayton 2 que permita desbloquear la parálisis actual, acabar la guerra. Pero esta vez sin asesinos sentados alrededor de la mesa de negociaciones, solo líderes que busquen un bien común por encima de la diferencia y las fronteras. Que piensen en las generaciones futuras, no en su cuenta bancaria. También se necesitan símbolos de unidad, como el legendario grupo de rock yugoslavo Bijelo Dugme.

Más sobre este tema
stats