Qué ven mis ojos

Las ranas cantan al anochecer y dicen que Esperanza es culpable

“Si quieres descubrir a quien se esconde detrás de los más pequeños, mira hacia arriba”.

Si esto fuera una película del oeste, nos preguntaríamos quiénes son el feo, el bueno y el malo; si fuera una de las que ponen en Semana Santa, querríamos saber quién hace de Jesucristo y quién de Poncio Pilatos, quién de María Magdalena y quién de Judas. Pero no, vamos a hablar de la mezquindad de nuestra política, es decir, de estafas, irregularidades, corrupción, amaños, saqueos o mentiras, y eso se parece menos a la leyenda de Hollywood que a la de Sicilia; es una historia con aires, más bien, de novela negra de las de quiosco, mala pero entretenida, sobre todo ahora que empieza a entrar la luz en la guarida de los ladrones, que se señalan unos a otros con el dedo y al grito de sálvese quien pueda. “Uno se disfraza de lo que es por dentro”, escribió Chesterton, y aquí algunos se van a vestir de arrepentidos, soplones, infiltrados, delatores, confidentes o como se le quiera llamar. Una de las novelas del maestro inglés se titula El hombre que sabía demasiado; y otra, El club de los negocios raros. No me digan que no es casualidad.

En su declaración voluntaria ante el juez, Granados puso el dedo en la llaga, pero sin apretar; delató, pero poquito; nadó y guardó la ropa, tal vez por si todavía le pueden ofrecer los suyos algo a cambio de su silencio; pero la pregunta de doble filo es: ¿qué y, sobre todo, quiénes? Porque en eso, lleven la bandera que lleven en la mano, todos los truhanes se parecen, todos le exigen al Gobierno dejar de ser perseguidos, quedar en libertad, que se revoquen los cargos contra ellos, que no les persiga la ley… Creen en el poder, pero no en la separación de poderes, y uno se echa a temblar pensando que alguno de ellos pueda hacerse con las riendas del país o de una comunidad autónoma e implantar un sistema en el que los magistrados lleven correa y se pongan firmes ante un ministro o un consejero.

La democracia consiste en que cada uno recoja lo que siembran otros

Parece que el antiguo segundo de a bordo de la derecha madrileña va a colaborar con la justicia, pero eso no lo convierte en alguien mejor, no da la impresión de que lo haga por decencia o arrepentimiento, sino por simple interés. Pero su bajeza es la de siempre, algo que demostró por todo lo alto, según algunos testigos de su comparecencia, al dejar caer que Cristina Cifuentes tuvo un “poder decisorio” en el manejo de la célebre caja b, a causa de una supuesta “relación sentimental” con su predecesor en el mando de la Comunidad de Madrid, Ignacio González. Hay gente que sólo está en su salsa si está en el lodo, y el único deporte que practican es el del golpe bajo, pero la realidad es que eso, sea cierto o sea mentira, no tiene absolutamente ningún interés, ni se lo va a aplaudir nadie: aquí lo que importa no es lo que pasaba encima de las camas, sino debajo, en los sótanos, los dobles fondos de los maletines, las famosas cloacas del Estado. El resto pertenece a la vida privada de los cargos públicos, y esa línea roja no se debe cruzar, es la que separa lo tolerable de lo miserable. A él mismo, nadie le va a preguntar a qué dedica el tiempo libre antes de volverlo a meter preso, sino qué hizo cuando era el número dos del Partido Popular en la capital y consejero de Presidencia y Transportes, porque eso es lo que le ha implicado en siete de las dieciséis piezas de que consta el sumario de la Púnica. Si va a contar y a dar pruebas de la verdad, que lo haga sin andarse por las ramas, que por la calle Génova están llenas de pájaros de cuidado.

Lo que importa aquí es que Granados haya certificado lo que cualquiera sabe, pero en una democracia hay que probar: que el PP se financiaba de manera ilegal, porque eso supone que los conservadores han hecho trampas, que han llegado a La Moncloa de un modo fraudulento, por el atajo de los tramposos. Hay que volver a poner de pie las fichas del dominó, a ver cuál era la que estaba en el origen de la caída; pero por pura lógica, tendrá que ser el jefe supremo, ¿no creen? Ese señor que se llama como "M. Rajoy". Dice Granados que no había asunto que fuese al Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid que no fuera controlado por la lideresa Esperanza Aguirre y su delfín Ignacio González. ¿Y a ellos, quién los controlaba? Porque no deja de ser curioso que los partidos clamen por la uniformidad de criterios y la disciplina de voto, porque dicen que el éxito viene de actuar todos a una, y a la hora de asumir responsabilidades cambien de tercio para decir lo contrario: que cada uno iba a lo suyo, que no eran un ejército, sino unos cuantos francotiradores, un par de lobos solitarios.

Así que estamos leyendo una novela policiaca en la que nadie quiere cargar con el muerto, al menos solo, y en la que según se acerca el fin, se van aclarando ciertas cosas; por ejemplo, quién hacía en las tramas Púnica y Lezo de Al Capone y quién de rubia fatal, porque en una cosa sí que se parecen todos los capítulos de la serie y todos los personajes sombríos que la protagonizan: tire quien tire de la manta, debajo aparecen el expresidente González y la ex/de/todo Aguirre. La condesa de Bornos ha pasado de ser la reina del baile y caberle el pie en cualquier zapato de cristal, a no llegarle la camisa al cuerpo: será porque las ranas cantan al anochecer y el estribillo dice que fue ella quien al besarlos los hizo pasar de príncipes a sapos. Pero habrá que seguir mirando, hacia arriba, donde están quienes dan las órdenes a quienes mandan. “Me detengo a la orilla de mí y veo un abismo”, decía el poeta Fernando Pessoa. Igual a algunos en el PP les empieza a pasar exactamente lo mismo.

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