Verso Libre

Cuidado con los Derechos Humanos

Hay palabras y cosas que se convierten en metáforas del mundo en el que vivimos. Son cosas, nuestras cosas, que perturban las raíces de la intimidad. La España y la Europa del neoliberalismo están bien representadas en la concertina, esa palabra y esa cosa que se despliega en nuestra conciencia como un alambre de cuchillas. La desregulación de la sociedad convierte la vida en un ejercicio de riesgo y violencia. La concertina no habla sólo de la crueldad social ante los migrantes, plantea una filosofía de la vida en la que el triunfador, el que consigue llegar y cruzar las vallas, piensa que le debe el éxito a su propio valor, al mérito de su dolor y su carne. Las concertinas simbolizan ese veneno de la cultura del emprendimiento, el hacerse a sí mismo, el no deberle nada a nadie, el triunfo por encima de la ley. Éxito, rencor y desprecio están en la base de este proyecto de vida.

La sociedad del consumo neoliberal rueda desbocada como una moneda con dos caras. De un lado necesita el hedonismo del consumidor que se cree con derecho a todo, incluso a decidir sobre la lluvia, la nieve y el vientre de una madre. De otro lado, está la soberbia de los que piensan que no le deben nada a nadie porque en un mundo sin derechos colectivos han conseguido triunfar sobre los demás. La ley de la mínima responsabilidad se abraza con el heroísmo de los triunfadores.

No sólo para España, sino también para Europa, es muy importante el giro que acaba de dar la política nacional en relación con los Derechos Humanos. La hospitalidad estatal ante los 630 inmigrantes salvados de la muerte por el Aquarius, el regreso a la sanidad universal y el rechazo de las concertinas suponen un rasgo de humanidad y de orgullo nacional de elevada significación.

Frente a gobiernos racistas como los de EEUU, Israel, Italia o Hungría, que no dudan en negociar con la muerte, el regreso a la conciencia humana supone un rayo de luz. Expertos jurídicos en los conflictos de la extranjería como Javier de Lucas llevan años denunciando que las muertes en el Mediterráneo no sólo se deben a las guerras, la pobreza y las tiranías, sino a unas leyes europeas que convierten las migraciones en apuestas humanas de altísimo riesgo. Hace muy poco tiempo, el 6 de febrero de 2014, los responsables del Ministerio del Interior mandaban disparar balas de goma y botes de humo a unos nadadores que intentaban llegar a la playa española del Tarajal. 15 personas murieron a los pies de nuestras fuerzas de seguridad mientras un coro de columnistas sin alma, casi todos recogidos en Ciudadanos, se alegraban de poder escupir sobre sus tumbas.

El cambio, pues, es muy importante, un motivo de celebración profunda. Pero conviene ser reflexivos y tener en cuenta la realidad en la que vivimos, quiero decir, los vientos que van a soplar. Los políticos y los columnistas sin alma, partidarios del hedonismo y del rencor, van a utilizar el racismo, el desprecio al otro y el miedo al extranjero como una de sus armas principales en la confrontación política.

Por eso conviene situar la meditación de la izquierda progresista española en una doble perspectiva. Seamos precavidos, por favor. No podemos caer en la tentación de despreciar los avances en Derechos Humanos y en conquista de igualdad cívica como si fuesen platos de segunda importancia. Aunque el Gobierno no asuma un cambio en la cocina de la economía, aunque sea tímido en la reforma laboral y en la reorganización de una fiscalidad más justa, aunque no se enfrente a las élites económicas para someterlas a un orden socialdemócrata, conviene celebrar como éxitos compartidos sus avances en Derechos Humanos, libertad de expresión e igualdad de género.

Pero, por otro lado, habrá que recordarle al Gobierno que la crisis de la socialdemocracia en Europa se debe a haber creído que son posibles los avances sociales sin un control de la economía y un freno legal y fiscal al neoliberalismo. El pasado viernes llegaron al puerto de granadino de Motril más de 100 rescatados de las aguas en el mar de Alborán. ¿Cómo van a ser recibidos? La respuesta a esa pregunta es inseparable de otra realidad: el sueldo del 45, 9% de los trabajadores de Granada está por debajo del salario mínimo. Una situación compartida, por ejemplo, por el 40% de los trabajadores de Jaén que cobran menos de 328 euros al mes. La miseria no es en España patrimonio de los mendigos o los desempleados.

La acumulación abusiva de las ganancias empresariales es inseparable del empobrecimiento de las mayorías en esa situación económica que la derecha ha dado en llamar la salida de la crisis y la mejora de España. Como no trabajemos por una realidad más justa, los Derechos Humanos acabarán siendo un privilegio de clases medias establecidas, gentes que puedan permitirse el lujo de una conciencia no sometida al hambre y la supervivencia. Eso lo sabe la derecha y va a apostar de manera histérica por el supremacismo, el miedo y los sentimientos racistas.

Las palabras bellas son importantes en poesía, pero un poema no es un conjunto de palabras bellas. Nada es más importante que la infraestructura, la organización interna de los versos y el diálogo íntimo de las emociones y de la conciencia. Un buen sistema fiscal y una buena ordenación del trabajo es tan importante en un poema como las palabras libertad, justicia o humanidad.

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