Verso Libre

Sobre la política

La política, la intervención de las autoridades y la ciudadanía en los asuntos públicos, depende con mucha frecuencia de fenómenos y situaciones que están más allá de la política. En esta conciencia basó María Zambrano la carta dirigida al doctor Marañón que se incluye en Los intelectuales en el drama de España (1937). La política republicana se estrellaba ante sus ojos con una derecha y una élite económica que no consideraba a España como un asunto público, sino como un cortijo o una propiedad privada.

Lo verdaderamente significativo del llamado bando nacional no era para María Zambrano que hubiese dado un golpe de Estado (ya que se puede ser demócrata o no), sino que una vez fracasado ese golpe hubiese vendido la nación a los nazis y a los fascistas. La curiosa tradición del nacionalismo español es que no siente el más mínimo respeto por los intereses de la nación. Este mal, que tiene que ver con las sospechas que despierta la palabra patria entre muchas conciencias amantes de la libertad, viene de lejos. Fernando VII se puso en manos de una expedición francesa conocida como los Cien Mil hijos de San Luis para asegurar el Antiguo Régimen bajo los gritos de “Viva el absolutismo” y “Religión e Inquisición”.

La política democrática es un debate sobre los asuntos públicos, no una pelea crispada por las escrituras de propiedad de un cortijo. Las formas, los procedimientos, las instituciones son un modo de reconocer al otro, una experiencia democrática a la hora de admitir que la nación es un lugar compartido. Muchas personas que no han sentido su tierra como una propiedad particular recibieron por ello la acusación de no ser buenos españoles, buenos catalanes o buenos vascos.

Reconocer la heterogeneidad del ser y la presencia del otro convierte en un asunto complejo y abierto la cuestión de la identidad. Y esa es la tarea de la política, una tarea que necesita mucha imaginación, no porque tengamos que ser ultramodernos, sino porque hoy es necesario recuperar algunos principios. Ya que la dinámica económica está devolviendo los derechos humanos a la premodernidad, necesitamos imaginarnos de nuevo una política capaz de creer en sí misma para recuperar su autoridad.

Llama la atención que en nombre de España unos políticos españoles intenten que los jubilados españoles, los enfermos españoles, los alumnos españoles y los desamparados españoles tengan peores servicios. Ese llamativo intento es sólo el síntoma de una paradoja que nos está devolviendo a la premodernidad por cuestiones profundas que parecen quedar más allá de la política, pero que luego tienen sus efectos. Que los nacionalismos estén brotando en el mundo como vías totalitarias es el gran logro de los que consideran sus patrias como un cortijo supremacista. Las víctimas son invitadas a la servidumbre voluntaria en nombre del desprecio al otro.

El desprestigio público de la política supone, nada más y nada menos, que el desprestigio público de la única vía que la democracia tiene para regular lo público. Es el deterioro de su propio ser. La corrupción, el sectarismo, las mezquindades internas, el cuanto peor mejor, desembocan en sociedades que no pueden confiar en sus instituciones, entendidas también como cortijos por unos poderes económicos que imponen su ley como justicia. El desprecio a la convivencia se apodera del interior de las instituciones democráticas y deja a la política sin su razón de ser.

Estamos a tiempo

Más allá de la representación política están las formas de socialización que ha impuesto la telebasura, pero las consecuencias políticas son enormes en un orden consumista de lobos solitarios que, además, tienen motivos para desconfiar del amparo de sus Estados a la hora de regular lo público con voluntad de justicia social. Son la presa fácil de los que quieren convertir el rencor en identidades cerradas o de los que son capaces de venderse a los nuevos Cien Mil Hijos de San Luis en nombre de España.

Servidumbres voluntarias, nacionales que venden su nación, representantes públicos que confunden la vida pública con la telebasura… Puestos a vivir entre paradojas, me propongo una a mí mismo: el gran reto actual de la política es abrir las identidades para recuperar lo propio, una paradoja demasiado realista para no asumirla como asunto decisivo ante los grandes portavoces de las facilidades dogmáticas. Los viejos del lugar tuvimos que enfrentarnos a la España franquista asumiendo que amar a España no era amar el absolutismo y la inquisición, sino procurar democracia para los españoles, convenios laborales más justos y una educación más igualitaria.

La historia de amor de Europa y España con la política es vieja, pero precisamente por eso pueden hacer memoria y meditar de nuevo lo que significan las razones políticas, el valor de las instituciones, lo que supone un tribunal, un parlamento, un gobierno, una oposición, unos presupuestos y una vida pública. Una nación no es una propiedad privada de nadie.

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