Qué ven mis ojos

Si la ultraderecha tiene la llave, es que nos van a poner un candado

“El cinismo democrático consiste en votar y lavarse las manos”.

Qué se puede esperar de un juego en el que todos pierden, incluidos los que no han movido ficha y los que no han participado: las urnas dicen lo que dicen quienes van a votar y lo que se callan quienes se quedan en su casa. En las elecciones andaluzas puede haber quien haya vencido y vaya a gobernar, pero ¿a qué precio? Ya lo saben: si quieren entrar al palacio de San Telmo, le van a tener que pedir la llave a esa ultraderecha que exige suprimir las Autonomías, el Tribunal Constitucional y la Ley de Género; que quiere expulsar a los inmigrantes, cerrar las mezquitas, construir "un muro infranqueable" en Ceuta y Melilla, emprender "la reconquista" por Gibraltar y que nuestras Fuerzas Armadas participen en "misiones de combate contra la amenaza yihadista".

Casi doce de cada cien andaluces los han apoyado, pero ¿conocen la biografía política de su líder, Santiago Abascal? Porque este supuesto regenerador de la política lleva viviendo de ella desde que se afilió al PP, con dieciocho años: desde entonces, ha formado parte del Comité Provincial en Álava y luego del Comité Ejecutivo, presidió Nuevas Generaciones del País Vasco, fue asesor del Grupo Popular en las Juntas Generales de Álava y en el Ayuntamiento de Vitoria, concejal en Llodio, procurador de las Juntas Generales, parlamentario dos veces, ambas en sustitución de un compañero; director, por orden de Esperanza Aguirre y en tiempos de la GürtelGürtel, de la Agencia de Protección de Datos de la Comunidad de Madrid, de 2010 a 2012, y de la Fundación para el Mecenazgo y Patrocinio Social. En este último puesto, del que no se conoce ninguna actividad, sólo trabajaban él y un subordinado, pero a buen precio: de los 183.000 euros de dinero público con que, ya durante el mandato de Cristina Cifuentes, se dotó a ese organismo, 82.491 eran para su propio sueldo. Poco después, creó la Asociación para la Defensa de la Nación Española (Denaes), a la que el Gobierno regional de Ignacio González financió con una media de unos cuarenta mil euros anuales. Cómo no va a dar lecciones, con semejante expediente.

Él y su partido, Vox, han salido triunfantes de la cita electoral en una de las autonomías que quieren suprimir. Los demás contendientes, o están al borde del precipicio o ya están cayendo. El PSOE de Susana Díaz se ha derrumbado y a ella no le queda crédito. El otro PSOE, el de Pedro Sánchez, brindará por la forma en que se ha estrellado su rival interna, sentirá que ha echado un cubo de agua sobre el fuego amigo, pero también se resentirá de esta debacle: la hasta ahora presidenta es su enemiga, pero defiende las mismas siglas y lo que ha perdido es ni más ni menos que una de las dos comunidades –la otra es Cataluña– sin las que su partido no puede ganar unas generales.

Podemos también ha salido con la bandera morada llena de agujeros y sus expectativas han encogido varias tallas. Ciudadanos parece que va a apoyar a una formación de ultraderecha que, a diferencia de otros casos, no debe considerar un peligro para España ni ver su discurso contradictorio con las normas de convivencia que pregona la Constitución. La política en zigzag de Albert Rivera, al fin y al cabo, antiguo socio de los socialistas, tendrá que hacer malabarismos, porque con la pesada carga de Vox a las espaldas el camino a La Moncloa se le pondrá aún más cuesta arriba y en Europa le pasarán la factura.

Y casi otro tanto se puede decir del PP, porque Casado ya dijo que estaba de acuerdo con muchos de los dogmas que defiende el partido de Abascal y Ortega Lara, aunque no dijo con cuáles, y estaría bien que lo especificara: igual hasta gana escaños, visto cómo está el electorado, que no puede tampoco seguir lavándose las manos y presentarse como el inocente de la historia: si hay xenofobia es porque hay racistas; si hay misoginia o patriarcado, es porque hay machistas de ambos sexos; etcétera.

Finalmente, no podemos echar el telón a este artículo sin dedicarle un aplauso cerrado, una vez más, al CIS, que le atribuía cuarenta y cinco escaños al PSOE y uno a Vox. Qué hachas.

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