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@cibermonfi

¡Aparta de mí este cáliz!

Dentro de quince o veinte años la derecha española presumirá de que nuestra democracia fue de las primeras en aprobar una ley de eutanasia que consagra el principio de la libertad del individuo a la hora de decidir qué hacer en caso de padecer una enfermedad muy dolorosa, muy discapacitante y absolutamente incurable. Pero eso no va a ser ahora, no. Ahora, como manda el Concilio de Trento, la derecha española hace lo mismo que hizo ante el divorcio, el aborto o el matrimonio gay: aullar histérica y apocalípticamente. Como no tiene ni un pelo de liberal o de progresista, como es autoritaria y casposa hasta las cachas, la derecha española es muy previsible.

Bien sabemos que, luego, la gente de derechas se beneficia sin pudor de las conquistas cívicas como el divorcio, el aborto o el matrimonio gay combatidas ferozmente en su momento por sus representantes políticos. Así que ya les estoy viendo acogerse en el futuro a la ley de eutanasia que este martes volvió a presentar el PSOE en el Congreso. Y no seremos los progresistas los que les neguemos el amparo de esa ley, como no les hemos negado el de las anteriores. Estos derechos están al alcance de todo el mundo, pero, en contra de lo que piensan los del PP y Vox, no son obligatorios para nadie. Nadie está obligado a divorciarse, abortar, ser gay o solicitar la eutanasia por el hecho de que existan leyes que regulen estos asuntos.

Tras un primer paquete de modestas pero inequívocas mejoras sociales (pensiones, sueldos de funcionarios, salario mínimo), el Gobierno PSOE-Unidas Podemos se plantea ahora algunas novedades en el terreno de los derechos civiles. Bienvenidas sean. Desde los tiempos de Zapatero, España ha estado inactiva en esta materia. Pero no, inactiva no es la palabra. Gobernada por el PP de Rajoy, lo que España ha sufrido en la segunda década del siglo XXI ha sido una auténtica regresión, de la que el ejemplo más ominoso es la ley mordaza. ¡Y menos mal que el paso atrás en materia de aborto que promovía ese fariseo llamado Ruiz Gallardón asustó a las señoras menos meapilas del barrio de Salamanca, y estas convencieron a Rajoy de que se desprendiera tanto del proyecto como del ministro!

Catalanes como Torra y Puigdemont o españoles como Abascal, Casado y Arrimadas, los nacionalistas querrían que no se hablara de otra cosa que de lo suyo. Son francamente pesadísimos. Así que el Gobierno de Sánchez, Iglesias y compañía hace bien al intentar resolver civilizada y pacíficamente el lío en el que nos han metido unos y otros nacionalistas, pero está incluso mejor cuando habla de cosas que preocupan a esa mayoría de la gente que no somos nacionalistas, que no vivimos de las banderas. La eutanasia es una de ellas.

Traída en 2019 a colación por la triste y hermosa historia de amor de Ángel Hernández y María José Carrasco, la regulación del derecho a morir con la mayor dignidad y el menor dolor posibles interesa potencialmente a todo el mundo. Nadie puede decir que está completamente seguro de que no tendrá que planteárselo algún día. A mí, desde luego, me interesa. No querría que, llegado el caso, mis sufrimientos fueran prolongados de un modo tan cruel como inútil. En las circunstancias señaladas de un modo preciso en el proyecto de ley presentado, me acogería a la eutanasia.

Los propagandistas de la derecha son cenutrios o se hacen los cenutrios. Este martes mismo, un tal Echániz, jefecillo del PP, llegó a decir la barbaridad de que el actual Gobierno de izquierdas propone la eutanasia para ahorrar costes sanitarios (ver aquí). Los carcamales no se han enterado –o hacen como que no se han enterado– de tres cosas. La primera es que la ley presentada en el Congreso reconoce y ampara el derecho a la objeción de conciencia de los médicos que, en virtud de sus creencias religiosas o de otro tipo, no quieran colaborar en una eutanasia. La segunda es que, en contra de lo que dice el cuñadismo, ningún pariente podrá solicitar la eutanasia de su padre o su madre para heredar por la sencilla razón de que es obligatoria la demanda explícita –y en plena posesión del uso de razón– del enfermo. La tercera, elementalísima y ya citada, es que ningún paciente estará obligado a acogerse a la eutanasia.

Si un enfermo quiere seguir sufriendo y ofreciendo al Señor ese sufrimiento, podrá seguir haciéndolo con toda libertad. Aunque, si ustedes me lo permiten, haré en este punto una observación muy personal. Siempre me he preguntado cómo alguien puede defender desde un punto de vista cristiano la prolongación artificial, puro fruto de la vanidad humana, de la agonía, lo que algunos llaman distanasia o encarnizamiento terapéutico. Jesús de Nazaret tardó unas horas en morir en la cruz y el suyo fue un final atroz. Nadie con un mínimo de humanidad puede desear que su sufrimiento hubiera sido prolongado con suero, respiración asistida y mucha maquinaria. El mismo Jesús exclamó: “¡Padre, aparta de mí este cáliz!”. En fin…

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