Qué ven mis ojos

Había nueve mil y le aplaudían

“No se puede sacar del infierno a quien vive de propagar las llamas”

Había nueve mil, eran mujeres y hombres y le aplaudían. El orador combatía desde la tribuna las manifestaciones del ocho de marzo, llamaba a las feministas “locas del odio” y aseguraba que quienes se oponen a su veto parental están “obsesionadas por hablar de sexo con los niños para destruir su inocencia”, con el agravante de que algunas bordean la pedofilia y la corrupción de menores. Las palmas echaban humo. Luego ponía del revés un lema ya célebre que simboliza el derecho de las mujeres a no ser agredidas, afirmando que “el objetivo” de la izquierda “es que nuestras hijas lleguen a casa solas y borrachas” y su público lo jaleaba con estrépito, lo mismo que cuando repitió que la mayoría de las violaciones y abusos los cometen extranjeros. Es mentira y lo sabe, pero eso no le va a impedir soltar un buen eslogan.

También se llevó una ovación con cada uno de sus grandes clásicos, desde la venta de España al independentismo por parte de “los comunistas” hasta el miedo de sus aliados de la “derechita cobarde” a ser ellos mismos y que les llamen fachas. Y las gradas se pusieron al rojo vivo al oírle decir que el Gobierno había pasado “de ilegítimo a criminal”. Seguro que los allí reunidos se sentían miembros de “la España valiente, sin miedo a nada ni a nadie” de la que les hablaba y que la sangre les hervía de rabia cuando les hizo sentirse, al mismo tiempo, “víctimas de la campaña de demonización más abyecta de nuestra democracia”, llevada a cabo por sus adversarios políticos y por la prensa que no les blanquea el discurso. En ese terreno subió el tono, igual que si cambiara de canal para pasar de una película de caballeros templarios a una de mafiosos, para amenazar a “los accionistas que están detrás” de esos “medios de manipulación” –a los que se prohibió el acceso al mitin, demostrando el respeto que les merece a él y a los suyos la libertad de prensa–, y les amenazó con “dirigirse directamente a ellos e interpelarlos públicamente”, para recordarles que muchos de los tres millones seiscientos mil votantes de Vox son clientes de esas empresas. Los abucheos dejaron clara la sintonía del auditorio con esas ideas características, más bien, de las dictaduras.

Algunas de sus camaradas abrieron la noche explicando que a ellas las mareas moradas no las representan y otros arriaron verbalmente la bandera arcoíris, con el fin de atacar los derechos de los no heterosexuales, a quienes opuso el término de “familia natural.” Se me ocurre que unos cuantos no deberían andarse por las ramas, sino poner las cartas sobre la mesa y fundar un nuevo concepto ideológico que aúne su doble gusto por la tiranía y la tontería: el tontalitarismo.

No se llenaron las localidades, seguramente por el temor lógico al coronavirus, sobre todo de las y los simpatizantes de mayor edad; pero la disculpa es creíble y esos asientos vacíos no engañan a nadie, porque la realidad es que el fenómeno del extremismo crece y cada vez es más obvio que el resultado de la célebre desafección de la ciudadanía hacia sus representantes en las instituciones ha tenido el efecto secundario de hacer crecer a la ultraderecha. Los conservadores se han radicalizado y el fantasma de la intolerancia ha vuelto, cargado de cadenas. O mejor dicho, lo han traído a hombros, lo alimentan y lo harán crecer las personas que votan y vitorean a sus líderes, esa gente de pasado oscuro y dudosa reputación que a ellos, sus defensores, les parece que han venido a decir verdades como puños, que son las que se usan para golpear, no para convencer. El combate ha comenzado y si no gana la libertad, ganarán sus enemigos.

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