Diario de una confinada

He perdido la cuenta

Raquel Martos

He perdido la cuenta. No sé cuántos días llevamos confinados, si me lo jugara todo en un concurso de la tele, no ganaría nada, salvo que la suerte me acompañara y acertara de chiripa o viniera en mi ayuda el comodín del público.

He perdido la cuenta, “lo juro” –como diría mi superlativa Celia–. Para saber cuántos días de confinamiento hemos dejado atrás tendría que consultar la fecha del anuncio del primer decreto y sumarle tres, los que ya llevaba metida en casa cuando entró en vigor el estado de alarma. ¿O eran dos? ¿O eran cuatro? No lo sé, he perdido la cuenta.

He perdido la cuenta de cuántos cafés me he tomado después de no sé cuántas duchas, para no ir a ninguna parte.

He perdido la cuenta de las noches en las que me he puesto un auricular en una oreja para engancharme a un podcast, cuanto más aburrido mejor, o a un audiolibro que me interese poco o a una clase de “aprende inglés mientras duermes”, que me interesa menos.

Y he perdido la cuenta de cuántos tapones me he puesto en la otra oreja, la libre de podcast, porque el silencio rotundo de la nueva normalidad actúa sobre mi cerebro como un despertador.

He perdido la cuenta de cuántas mañanas miro el teléfono deseando que no llegue uno de esos mensajes que no queremos que lleguen.

He perdido la cuenta de los días que llevo sin abrazar a mi madre y a mis hermanos y a mis sobrinos y a mis amigos…

He perdido la cuenta de cuántos días llevo sin hacer planes, sin esperar gran cosa, sin desear algo que no sea que acabe.

He perdido la cuenta de cuántos días llevo sin permitirme llorar, ni decaer, ni sacar la rabia.

Y ahora debería decir que todo lo que he escrito antes no vale, hay que rectificarlo como una medida de gobierno: no he perdido la cuenta, en realidad la he abandonado. Porque la he extraviado adrede, como cuando quieres olvidarte de un amor que no te quiere y empiezas a dejar de fijarte en esas fechas y dejas de escuchar esas canciones y tratas de borrar todas las huellas para evitar sufrir, para que no te duela.

Sobre cuántas veces he dado las gracias a los que están sumando sin descanso, desde donde les toque, con sus conocimientos, con su esfuerzo, con su ánimo… no tengo ni idea, pero no porque haya perdido la cuenta sin querer ni porque me haya empleado a fondo en olvidarla, es que nunca tuve intención de memorizarla, porque me da igual cuántas gracias sume, mientras ellos y ellas sigan, yo seguiré agradeciéndolo.

Cuando esto acabe, cuando salga el sol, se nos olvidarán muchos de estos días llenos de vacío, pero habrá asuntos que permanecerán para siempre en nuestra memoria por dolorosos o por luminosos. Y de todo lo que va a ser imborrable yo quiero recordar que hubo gente, en medio de este mar tan oscuro, que no dejó de nadar aunque le doliera todo.

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