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Qué ven mis ojos

No es una caravana de la libertad sino un intento de atropello de la democracia

“El ruido es lo contrario del argumento, su único fin es que no se nos oiga para que no se nos escuche”

Cuando nos despertamos el virus aún estaba ahí. No se había marchado él, sino nosotros, y al volver a la calle nuestra misión era hacerle frente a base de esquivarlo. Ya no valía quedarse parados y contener la respiración como la ayudante de un lanzador de cuchillos; al contrario, nuestra defensa debía ser activa, nos obligaba a poner de nuestra parte, a andarnos con pies de plomo y, en resumen, a buscar soluciones en lugar de culpables. Habíamos pasado de fase, todos lo deseábamos y algunos lo exigían, en la mayoría de los casos con la esperanza de que todo mejorase y, en el caso de los ultras y sus socios, de que fuera a peor y en su beneficio. Sus manifestaciones en coche, saltándose todas las normas sanitarias y las propias leyes de la razón, no eran una caravana de la libertad sino un intento de atropello de la democracia, y tenían algo de horda de bárbaros llegando a Roma, sólo que aquí los vehículos entraban en los laboratorios para destrozar probetas, microscopios y tubos de ensayo, en lugar de entrar a caballo en los templos.

La esencia es la misma, aunque la pregunta cambia: ¿por qué se llamarán conservadores, si lo destruyen todo? ¿Y por qué se los blanquea, se les da el título de demócratas, cuando a todas luces tratan de acabar con la propia democracia, que no debería tener lugar para el neofascismo derivado del neoliberalismo? Lo intentarán una y otra vez. Han utilizado para conseguirlo desde las víctimas del coronavirus hasta la ETA y ahora ya tienen a un mártir que sacar en procesión: el jefe de la Guardia Civil en Madrid, destituido por mandarle a la jueza un informe lleno de acusaciones contra Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad. En el colmo del cinismo, lo acusan de no evitar la manifestación del 8M los mismos que contraprogramaron esa marcha cívica con un mitin en Vistalegre, donde uno de sus jefes llegó tan contagiado del covid-19 que acabó en el hospital, y los que ahora se saltan el confinamiento y las reglas de distancia social, para lanzarse a las calles a gritar libertad. Les siguen en los barrios altos, porque aquí de lo que se trata es de derribar a un Gobierno que plantea una fiscalidad progresiva, que paguen más los que más tienen. Hay quien cree que eso se habría arreglado enviando a la zona un destacamento no de antidisturbios, sino de inspectores de Hacienda.

El estado de hipocresía en el que se ha instalado la derecha de nuestro país es tan profundo que allí donde gobierna el PP gracias a los ultras, toma decisiones como la de entregarle a Vox la presidencia de la comisión de la reconstrucción en Andalucía, que es lo que ha hecho con la connivencia de Ciudadanos, un partido que se ha roto como todo lo que pretende moverse a la vez en dos direcciones opuestas. Ya hicieron lo mismo con la Memoria Histórica. Es el resultado de que en España ha desaparecido el centro político, ese espacio al que todos aspiraban y del que todos han escapado.

Un índice del nivel político de estos momentos lo marca el escándalo que intenta montarse por el hecho de que dos partidos, PSOE y Unidas Podemos, se atrevan a cumplir su programa electoral derogando la fatídica reforma laboral del PP, que sólo ha servido para traerle a las y los trabajadores precariedad e inseguridad, sueldos miserables, contratos basura, despidos fáciles, horas extras sin pagar... El arranque de ira de los empresarios, levantándose de la mesa de diálogo con la Moncloa tras el pacto de extinción, lo explica todo, y que en ese acuerdo esté Bildu no es el motivo, sino la coartada: ¿o es que alguien cree que si lo hubiesen firmado con otros, ellos estarían de acuerdo? La demostración del teatro al que asistimos es la ira del PP por la presencia de los “herederos de los terroristas”, que ha propiciado que las hemerotecas echasen humo con las declaraciones de su entonces alcalde de Vitoria, en las que alardeaba de haber pactado con la misma Bildu, animaba a que “cundiera el ejemplo” y decía que “ahí siempre ha habido, desde el principio, defensores de la paz”. Nadie en la calle de Génova salió a llevarle la contraria, lo mismo que ahora no levanta la voz contra la entrega del partido a la extrema derecha. Dice Pablo Casado que el Gobierno es “un pollo sin cabeza”. Me temo que a él y a sus socios sí que se les ve una: la del águila de la bandera anticonstitucional.

No hace falta ser un analista muy cualificado para entender que un ejecutivo de derechas siempre va a favorecer en lo que se pueda a la patronal y uno de izquierdas a la clase obrera, pero da la impresión de que lo primero se considera legítimo y lo segundo inaceptable. Hay que entender en qué manos estamos y cómo se escribe la historia con ellas, desde dónde y al servicio de quiénes. Por supuesto, en un Estado de Derecho cada cual defiende lo que quiere y tiene su idea de la justicia y la sociedad; y se supone que quienes votan a unos y otros comparten su ideología o, al menos, sus métodos, y por ello los secundan y les otorgan legitimidad. Porque a estas alturas y en este mundo saturado de información, no es verosímil que aún quede mucha gente que no se entera, que es manipulada, que no sabe lo que hace ni a quiénes avala con las papeletas que mete en las urnas. No, lo que hay en el Congreso y en el Senado es lo que los electores han puesto allí. Y muy pocos parecen dispuestos a cambiar de opinión, pase lo que pase y hagan lo que hagan los que consideran suyos. Y no suelen escuchar opiniones que no coincidan con las propias, vengan de donde vengan: dice el virólogo y eminencia científica mundial Florian Krammer que “si miras la curva de España ves que bajó muy rápidamente porque el país actuó rápido, no como Reino Unido o Suecia”; o la presidenta de la Comisión Europea dice que la “transparencia” de Italia y España “ayudó a otros a prepararse para el impacto”; o la Organización Mundial de la Salud vuelve a felicitar a España por su gestión de la crisis y les tocan la percusión del Cara al Sol con las cacerolas. El ruido explica cuál es la consigna: que no se les oiga, no vaya a ser que se les escuche.

No esperemos nada de ellos, no están aquí por nosotros, sino para hacerse con el poder a cualquier precio. No les importamos. Así que ahora, mucha prudencia y a demostrar de uno en uno que España puede, sabe y lo va a hacer. Aunque sea a pesar de los mismos de siempre.

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