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Irresponsables

Javier Valenzuela

“La libertad requiere responsabilidad, por eso los seres humanos la temen tanto”, escribió George B. Shaw. Comparto la opinión del dramaturgo irlandés, incluido el escepticismo que conlleva sobre la condición humana. Barrunto que la mayoría de los humanos se sienten muy tentados por la idea de formar parte de un rebaño cuya seguridad esté garantizada por un pastor fuerte y despótico. Este ha sido siempre uno de los motivos por los que tanta gente vota a la derecha y la ultraderecha en contra de sus intereses objetivos, máxime en tiempos de incertidumbre y angustia, en tiempos de crisis. El temor a ejercer la responsabilidad individual en un marco de libertad está en el tuétano del autoritarismo político y religioso.

A finales de mayo, expresé aquí mismo mi deseo de que, después de tres meses de duro confinamiento por culpa del coronavirus, este fuera el verano de la libertad y la responsabilidad rescatadas. Estábamos más obligados que nunca a ejercer nuestra responsabilidad individual para impedir tanto el renacimiento de la peste como para no ahogar la recuperación económica y social. Tengo que decir ahora que creo que la mayoría lo estamos haciendo. Trabajamos, hacemos compras, paseamos por la ciudad o el campo, nos bañamos en la playa o compartimos unas cervezas con familiares y amigos adoptando unas elementales medidas de seguridad: uso de la mascarilla, lavado frecuente de las manos, mantenimiento de la distancia con terceros, renuncia a los amontonamientos. Comparadas con lo sufrido en primavera, a mí no me resultan demasiado agobiantes estas restricciones.

La responsabilidad es imprescindible para que tu libertad no recorte o anule la de otros. Pero las temeridades de determinadas minorías están poniendo en peligro las libertades recuperadas en España el 21 de junio. Me preocupa la irresponsabilidad de esos que participan en bodas, bautizos, velatorios o reuniones familiares sin respetar lo elemental. Me apena la ineptitud de esos jóvenes que organizan botellones callejeros o se agolpan en el interior de pubs y discotecas. Es normal que la juventud se crea inmortal, pero no que sea estúpida. Los rebrotes de la pandemia no solo amenazan de nuevo a nuestro débil sistema de salud pública, también ponen en peligro a innumerables negocios y puestos de trabajo, incluidos los de los jóvenes.

Estas irresponsabilidades ponen en evidencia algunas lacras de la sociedad española contemporánea. Es probable que todos nos excediéramos en la apología de lo lúdico tras las siniestras décadas franquistas. Las fiestas tradicionales se han ido haciendo cada vez más largas, masivas, ruidosas y contaminantes. Los ayuntamientos han hecho populismo ofreciendo circo, los medios de comunicación lo han jaleado y la opinión pública lo ha aprobado. Y a la juventud se le ha propuesto como principal alternativa de ocio el beber y bailar con frenesí, cual si no hubiera un mañana. Somos campeones mundiales en saraos y en bares y discotecas.

Pero aún más grave es la irresponsabilidad de tantos ayuntamientos y comunidades autónomas. Desde el 21 de junio, tienen el control de la lucha contra la pandemia, tal y como muchos reclamaban durante la primavera cuando criticaban al Gobierno español por un confinamiento tan estricto. Sin embargo, se están demostrando incapaces de tomar medidas severas. Por clientelismo, para no enfadar a los dueños de bares, pubs y discotecas, para no indisponerse con la juventud festiva y con la población en general, dejan hacer. Ahora piden que el Gobierno vuelva a tomar el mando y ordene las medidas restrictivas que ellos no se atreven a aplicar.

De no contar con tan obscena hegemonía mediática, al PP de Casado y Ayuso no le volvería a votar ni su familia. Amargaron aún más la primavera con sus bulos, su intento de derrocar al Gobierno, sus caceroladas y manifestaciones callejeras. Votaron contra la prolongación del estado de alarma acusándolo de “liberticida” y hoy le exigen a ese mismo Gobierno mando único y mano dura. Su doblez es colosal.

Era fácil imaginar que el turismo extranjero sería el primero en pagar las consecuencias de la irresponsabilidad. Iniciaba una levísima recuperación cuando Boris Johnson le ha asestado una aviesa puñalada ordenando una cuarentena en el Reino Unido para los viajeros procedentes de España. La cosa sería discutible si Boris Johnson hubiera sido desde el principio un adalid de la severidad frente al coronavirus, pero, como ustedes saben, no ha sido el caso. Como sus colegas Donald Trump y Jair Bolsonaro, el primer ministro británico era de los negacionistas. Nada de confinamiento, nada de mascarillas, nada de nada. Laissez faire, laissez passer. Esto se arregla solo.

Tres politicastros erráticos, vocingleros y macarras, referentes internacionales de las muy extremas derechas españolas, mandan en Estados Unidos, Brasil y Reino Unido durante esta pandemia. ¿Es casualidad que Estados Unidos y Brasil sean, a fecha de hoy, los dos países más afectados por el coronavirus en todo el planeta? ¿Lo es que el Reino Unido lidere este triste ranking en el Viejo Continente? Estos tres payasos irresponsables y malvados pontifican sobre la libertad, pero no tienen nada de liberales en el buen viejo sentido de la palabra. Su “liberalismo” es del ¡Sálvese quien pueda!, y todos sabemos quiénes pueden más que otros. Los que tienen grandes mansiones, aviones y yates privados, sanidad privada…

En esta pandemia, la irresponsabilidad es uno de los síntomas del fascismo.

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