Dichoso verano

Episodio 3: ¿Dónde estará mi emérito Aurelio? (2º parte)

Raquel Martos

Tras la velada nocturna en la que sentí que Aurelio quería romper nuestra distancia social, amanecí feliz. Seguramente, el Colacao con torta de anís me supo más rico que nunca.

Apuesto a que me puse hasta arriba de Nenuco, le pedí a mi hermana mayor que me hiciera esa coleta alta que me estiraba los ojos a lo Kim Jong Un y me calcé mis Gorila de rebajas, carne de Vogue: “Raquel pasea con las sandalias que envidia Victoria Federica”.

Pero son todo hipótesis, de aquel día solo recuerdo dos sensaciones:

La de euforia: saltar escalones, de dos en dos, para correr a dar los buenos días a los abuelos, porque lo hacía cada mañana y porque, para ir a su casa, tenía que pasar por debajo de la terraza de Aurelio.

El planchazo: persianas bajadas, puerta cerrada. Qué manera tan triste de concluir mi reinado.

Los padres de Aurelio habían decidido adelantar la vuelta “que luego la caravana…”, una de esas decisiones que los mayores toman por nosotros, sin pararse a pensar en el daño irreparable a terceros, aquella huida “me partió el alma”, como a Díaz Ayuso la del emérito…

De la decepción podría haber surgido un hashtag: “#JAMASOSLOPERDONARÉPADRESDEAURELIO”, pero como no existía Twitter y yo tenía el alma más suave que Ángel Gabilondo, me inventé una canción muy cuca…

Sí, me acuso de haber escrito “canciones” en mis años tiernos. Una de las estrofas inspiradas en Aurelio a la fuga, decía: “En la estación espera que te espera, en la estación a un tren que nunca llega…”. A ver, no es tan terrible, la compositora tenía doce años y en la historia de la música han triunfado temazos como “un beso chiquitín con un chis, sí, un beso chiquitin con un chis…”. ¿O era un swing?

Si están fumándose encima –a más de dos metros de distancia– por saber qué pasó, les cuento: mi ensoñación con Aurelio no llegó a nada, fin de la cita.

Años después nos encontramos en la cafetería de la Facultad de Ciencias de la Información –siempre ha estado más abarrotado ese bar que un concierto de Taburete en pandemia– y recordamos los viejos tiempos entre risas.

Aurelio –se ve que ya no me veía tan pequeña– tratando de ponerse a la altura de José Sacristán –lo cual es imposible– impostó la voz y me tiró los trastos –a buenas horas–. Yo no los recogí porque ya estaba a otra cosa… A los veinte, practicar el transfuguismo es casi inevitable.

Este verano he vuelto a la sierra, a otro pueblo, bajo la misma montaña. No sé dónde andará mi emérito Aurelio, pero tampoco voy a contratar rastreadores privados para encontrarlo, demasiado tarde.

Qué extraño este verano, hemos cambiado los Juegos Olímpicos por la carrera mundial hacia la vacuna y Rusia ya ha registrado la suya, por lo visto la ha probado la hija de Putin, anda que la ha probado él…

Ah, una curiosa coincidencia. ¿Saben que las tortas de anís de mis desayunos serranos eran del horno de “La Moderna”? Efectivamente, así se llama uno de los laboratorios que buscan la ansiada vacuna, si me hubieran contado esto a los doce años…

Más sobre este tema
stats