Qué ven mis ojos

La libertad no es el derecho de algunos a que todos les paguen sus privilegios

Benjamín Prado nueva.

“El cínico te menosprecia a la vez que te engaña: te diré una cosa hoy, la contraria mañana y tú te creerás las dos”.

El cinismo es una clase de arrogancia que se basa en el desprecio que siente quien lo practica hacia las personas a las que engaña: ayer te dije una cosa, hoy te digo la contraria y tú eres tan manipulable que te vas a creer las dos. Hay quienes aceptan el trato y le dan la vuelta a la frase hecha: a enemigo que llega, puente de plata. Y por supuesto, habría que añadir que, en nuestros tiempos de noticias falsas y bulos digitales, ese temperamento hipócrita es también uno de los motores de cierta política encaminada, como siempre ocurre con los movimientos extremistas, a utilizar las crisis en beneficio propio, el miedo como imán y los problemas como máscara. Y a hacerlo, además, sin límites, sin ofrecer un rastro de dignidad, ni tan sólo de vergüenza torera. No hay más que ver a algunos elementos de la derecha, la ultraderecha y la mezcla de las dos rasgándose las vestiduras por el apoyo de Bildu y ERC a los Presupuestos Generales del Estado, al mismo tiempo que invocan el espíritu de la Transición, en la que para recuperar la democracia hubo que acordar un traspaso de poderes que otorgó impunidad a los jerarcas de la dictadura y a sus servidores.

Tampoco es mal ejemplo de esa actitud de digos y diegos el asunto de la ley de Educación, que se entiende que siga creando debate mientras todas las formaciones continúen mostrándose incapaces de llegar a un consenso, porque el no haberlo conseguido en más de cuarenta años los deja a todos y cada uno de ellos en mal lugar. La pregunta es si, realmente, les importan algo las y los alumnos de nuestras escuelas, institutos y universidades, o lo único que les preocupa es adoctrinarlos, en lugar de enseñarles. Uno de los apartados del conflicto permanente en esa materia es el de los colegios concertados, que unos creen que deben ser en gran medida centros privados que se financian con dinero público, algo en sí mismo extraño, y que por añadidura suelen contravenir algunas de las normas ministeriales e imponer, de uno u otro modo, a cara descubierta o con subterfugios de toda clase, asignaturas como la religión, mientras combaten otras enfocadas a promover los valores cívicos. Defender lo público no es atacar lo privado, como se quiere hacer ver en determinados medios, sino ser partidarios de la igualdad de oportunidades. Y quien quiera y pueda afrontar una formación más exclusiva para sus hijas e hijos, pues que lo haga, está en su derecho y nadie le va a reprochar nada. Cada uno hace lo que quiere con su dinero, con el que gana con su trabajo, pero el de todos, ese que sale de los impuestos de cada cual, no puede destinarse a favorecer a una parte de la sociedad y a poner en desventaja al resto. Parece fácil de entender y por eso no se comprende que haya dado lugar a un laberinto con tantas curvas y tan pocas salidas.

Muchas de las personas que se manifiestan contra la nueva ley, lo hacen reclamando libertad, pero no parece que haya ninguna acepción de esa palabra que indique que es el derecho de unos a que sus privilegios sean sufragados por todos. Y hay que ser consciente de que no hablamos de centros para ricos, la mayor parte de concertados no son más que institutos normales, algunos menos que eso: el problema está en que sirvan para sustituirlos o, incluso, para impedir que se constituyan, adelantándose a ellos en las zonas de nueva urbanización. Es como si los hospitales y seguros de salud privados exigiesen ser sufragados por el ministerio de Sanidad.

Sin embargo, en esto —como en tantas otras cosas— la razón no parece tener cabida, sencillamente cada uno sale a su tribuna con la escoba de barrer para casa en la mano y dice aquello que sirva para desacreditar al adversario, aunque para ello tenga que desdecirse a sí mismo. Como muestra, Vox decía en su programa electoral que había que acabar con los centros de educación especial, pero a Espinosa de los Monteros se le ha escapado un tuit en el que enfatizaba que no hay que cerrarlos, así que rápidamente han encontrado una solución, que es… tacharlo del programa. Y hasta uno de ellos ha dejado caer que era un simple error tipográfico. Otros espectáculos tienen que echar el telón, pero el circo sigue abierto.

En realidad, la nueva ley, para cuyo acoso y derribo no se ha dudado un instante en difundir vídeos de menores con alguna necesidad de asistir a ese tipo de centros, en la que dicen “Sánchez, no me cierres el colegio.” Lo que dice el proyecto no es eso, sino que se va a luchar porque en una década los colegios ordinarios tengan mejores recursos para atender al alumnado con discapacidad. No parece un mal camino hacia la inclusión, aunque eso tendrá que verse con el tiempo. Y uno ya sospecha de cualquier cosa que defienda un partido en el que hay diputados que hoy ven "vomitivo" el apoyo de Bildu a las cuentas del PSOE y UP y, cuando estaba en el PP, impulsó una moción en favor de los presos de ETA cuando la banda criminal aún estaba en activo. O que sostiene en el Congreso que prohibir las terapias de conversión de la orientación sexual valdría para que “el Gobierno pueda impedir que las personas homosexuales acudan a terapia.” Lo dicho al principio: el cínico te menosprecia a la vez que te estafa, como todos los timadores.

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