Mala hierba

La victoria de la antipolítica

Portada Daniel Bernabé

La victoria de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones madrileñas ha sido tan aplastante como incontrovertible. Tanto como la vacuidad del discurso que sobre las diez y media de la noche, del miércoles 4 de mayo, la candidata dio en el balcón de Génova, de donde se pueden rescatar frases como: "La libertad es llevar una pulsera que ponga libertad". Aquí tienen una de las primeras claves de este resultado, el triunfo de la retórica identitaria, aquella que se centra en lo que se pretende ser más que en lo que se puede hacer, sobre la política útil. Una parte sustancial de los madrileños han hecho suya a Ayuso como la lideresa reaccionaria que les sirve de defensa frente a un peligro, inexistente pero representado en el Gobierno "socialcomunista", que atenta contra un significante absolutamente vacío como el de "libertad".

Esta forma de ganar unos comicios no es nueva, ya la vimos con el Brexit, ya la vimos con Trump, de la que Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez mediante, ha importado con éxito a España una forma de hacer antipolítica. Estas elecciones las ha ganado la lideresa reaccionaria, no el PP, que ha permanecido como marca de una u otra manera ausente de la campaña, tanto como el errático Pablo Casado que ahora emprenderá su enésimo viaje hacia la radicalidad derechista. En Génova, donde los populares quizá hayan celebrado su última victoria, se apuntó a Moncloa y a Sánchez como objetivo a cobrarse. Estas elecciones tuvieron su coartada en la moción de censura murciana, pero su objetivo siempre fue torcer el giro al centro de Casado y situar a Ayuso a las puertas del viaje que Aguirre siempre se quedó con las ganas de hacer: la presidencia del Gobierno de España.

Ayuso ha conseguido más escaños que todo el progresismo madrileño, rozando la mayoría absoluta, por lo que la primera consecuencia de este excelente resultado es que Vox pasa a ser casi prescindible. El PP necesitará para aprobar sus leyes, esas inexistentes en la primera legislatura de Ayuso, cuatro diputados ultras que de ninguna manera votarán coaligados con el progresismo en la oposición. Esto no debe ocultar que en Madrid existe un electorado ultraderechista notable que no se siente en absoluto incómodo con las apelaciones golpistas y excluyentes de Vox. Un electorado, cabe recordar, que en gran parte es intercambiable con el de Ayuso, pero que ha sido suficiente para aumentar en un escaño el resultado ultra pese a la victoria, casi por mayoría absoluta, de la lideresa. No se engañen, Ayuso no es mejor que Vox, es ligeramente más presentable, pero su objetivo es el mismo: la involución reaccionaria de todo el país.

Ayuso ha fagocitado a Ciudadanos. Esa pretensión que situaba al partido naranja como el centro reformista -en algunos de los análisis más apasionados se les calificaba incluso de socialdemócratas- era tan interesada como falsa. Ciudadanos fue ese partido de derechas para la gente a la que en 2016 le daba vergüenza declararse de derechas, para los que las cuestiones conservadoras duras les resultaban indiferentes pero que encontraban en lo aspiracional su combustible. Lo aspiracional como esa política identitaria que jugaba a evadir los problemas reales de clase con estilos de vida premium que hacían sentir a la gente liberada de su problemas reales. Ayuso, con la venta de ese Madrid donde vivir es duro pero apasionante, donde se transforma la desigualdad de resultado sistémico a producto del esfuerzo individual, se los ha llevado de calle. Nota: ahora lo aspiracional se mezcla con lo reaccionario sin mayor problema. Se sigue anhelando el todoterreno, pero a diferencia de 2016 ya se le coloca en el retrovisor la rojigualda sin problemas. Rivera abrió el camino en la plaza de Colón.

Sería injusto, por otro lado, no hablar del cuarto partido en la derecha que se presentaba a estas elecciones: el de los medios de comunicación. Dos tercios del ecosistema mediático español no han hecho su trabajo, que no debería ser simplemente el hacerse eco de lo que Ayuso dijera, sino comprobar la certeza de lo dicho y, más allá, confrontarlo con una gestión de la pandemia que tuvo en las residencias de mayores un episodio delincuencial. Desde los impuestos hasta la inversión, desde la salud a la educación, desde la opacidad en su relación con las grandes empresas hasta su desprecio por lo público, han sido temas que han pasado de largo simplemente porque había que hablar de la niñera, los escoltas y el casoplón. Día tras día, hora tras hora, lenguaje grueso y amenazante incluido. La razón es sencilla: desde la derecha liberal se teme más a la izquierda que a los ultras. En Estados Unidos ya pasaron por esta etapa, los resultados desastrosos están a la vista de todos.

El PSOE se ha desplomado siendo superado por Más Madrid, partido que ha conseguido un buen resultado que va a la par con la quiebra socialista. ¿Quería el PSOE ganar estas elecciones? Es como poco cuestionable repetir con un candidato que estaba de salida, llegando a ser situado en la oficina del Defensor del Pueblo, y al que se dejó a la intemperie sin un acompañante que ejerciera de bulldog discursivo. Puede que desde Moncloa se lea que Ayuso es un fenómeno madrileño que no funcionará en el resto de España, que sirva de antipático hombre del saco para territorios menos beneficiados en un país cada vez más polarizado en lo territorial. Puede que las cábalas sean ciertas. Puede que dar alimento a la antipolítica sea un riesgo enorme. Zapatero ya dejó hacer al tdt-party y ganó sus elecciones, pero estos lodos provienen de aquellos barros.

El progresismo liberal de Más Madrid sale beneficiado de un muy mal resultado socialista que la experiencia municipal ya anticipó en el pasado quinquenio. Los hijos ideológicos del PSOE votan ahora Más Madrid porque se corresponde mucho más con su época e intereses que con el partido con el que comparten nicho: de qué vale llevar las palabras socialista y obrero si no sabes del todo qué significa hoy lo primero y sólo recuerdas lo segundo más como una identidad a la que apelar en campaña que una estrato real con sus propios intereses y dinámicas. Mónica García ha sido buena candidata contando con que ha podido evadir el cuerpo a cuerpo con la ultraderecha: vivimos tiempos donde el conflicto castiga más a quien lo sufre que a quien lo provoca. Ahora será líder de la oposición: las miras que han apuntado a Iglesias buscarán nuevos objetivos.

A última hora de la jornada Iglesias asumía no haber conseguido sus objetivos y anunciaba su retiro de la política institucional. No es este el artículo para realizar una lectura de su figura y trayectoria, sí para reconocer que dejó una vicepresidencia para bajar a la trituradora madrileña, en lo que ha sido una retirada por etapas conocedor de que su figura pública está tan achicharrada que ya no da como candidato más de sí. Unidas Podemos ha obtenido casi ochenta mil votos y tres escaños más que en las pasadas autonómicas, pero pierde en Madrid respecto a las generales de noviembre de 2019, en las que ya se presentó el errejonismo, más de doscientos mil votos, cantidad que sobrepasa los cuatrocientos mil si tomamos como referencia las generales de abril del mismo año.

La clase social ha sido un factor determinante en estas elecciones, pero por la derecha. Un número sustancial de ciudadanos de clase media alta, que componen el grueso del voto conservador, han votado conscientemente defendiendo sus intereses: políticas fiscales regresivas, segregación educativa, sanidad privada. El resto, como decíamos, viene de la retórica antipolítica. ¿Pero en la izquierda? El antifascismo, que muchos ahora calificarán de broma, no queriéndose acordar del contexto real y concreto que llevamos viviendo desde 2020, no ha funcionado porque se ha percibido como el cuento del lobo: uno que funcionó en 2019 pero que ahora ha dejado de movilizar lo esperado. ¿La razón? La experiencia de Gobierno de coalición está resultado decepcionante para muchos votantes que no han visto mejorar sus vidas ostensiblemente. Hasta ahora sólo se ha alcanzado la defensa, en medio del contexto vírico, de algunos intereses: los ERTE están ahí, pero no el desmontaje de la reforma laboral. ¿Unidas Podemos se ha empeñado en ello? Sí, pero no lo ha conseguido aún. Y eso pasa factura. Si eres izquierda y te diriges a la clase trabajadora debes tener en cuenta además que esa clase se empieza a percibir así misma y a sus intereses especialmente en contextos ofensivos.

El Gobierno de coalición, especialmente el PSOE, debe tener en cuenta un principio sencillo que expuse en esta misma publicación siendo entrevistado a propósito de mi último libro: mucha gente se puede plantear el sentido de su voto si este no vale, siquiera, para poder regular los alquileres. Es decir, que la defensa de la democracia puede ser baldía si quien ejerce el poder político, maniatado por una ortodoxia neoliberal en retroceso pero aún activa, les impide llevar a cabo políticas expansivas que tengan una influencia notable en la vida cotidiana de las personas. Puede, para ser sinceros, que determinada retórica activista por la diversidad, determinados temas que han creado conflicto en el feminismo, no hayan influido demasiado en estas elecciones, restando algo, sumando nada. Lo que es seguro es que la izquierda sólo tiene sentido si la defensa de la democracia lo es también en su vertiente económica. Es cierto que la libertad no vale de nada sin igualdad, casi tanto como que las políticas defendidas por la UE y Calviño no favorecen demasiado poder hacer frente a la antipolítica con hechos.

Una película de serie B

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En el futuro inmediato se abren dos líneas claras. La primera es que desde el ámbito progresista liberal se intentará laminar a la izquierda: llevan años soñando con ello y ahora la ocasión es propicia. Atendamos por otro lado a un panorama interno que ha sido tranquilo hasta ahora: Yolanda Díaz es muy querida pero carece de guardia pretoriana. Deberíamos hacer notar la casi total ausencia de Alberto Garzón en esta campaña. Algo me dice que los meses que vienen serán de una tensión subyacente notable dentro de Unidas Podemos, ese ente que sólo existe en Carrera de San Jerónimo.

La otra es la apertura de un bienio negro donde la máquina de la derecha va a apretar el acelerador para llegar a Moncloa al precio que sea. De Casado olvídense, si alguna vez tuvo alguna capacidad de maniobra hoy la ha perdido: es un hombre que pierde hasta cuando gana. Ayuso y Vox, sus medios de referencia y una parte sustancial del poder económico no van a tener reparos en elevar la tensión hasta donde haga falta. ¿El antídoto? Repetimos: política útil, abandonar la ensoñación que reduce la política a narrativas y recordar la organización desde abajo. ¿Qué pasará con los fondos europeos? Ahí se encuentra la clave, sobre si valen para transformar el país, y con ello parte del sustento rentista de la derecha, o tan sólo alcanzan para transformar el bolsillo de esa parte del empresariado que ve con una inteligente suspicacia el camino sin salida de la radicalización derechista.

Ayuso fue un accidente histórico, producto de aquellas autonómicas donde la izquierda tenía todo a su favor pero concurrió escindida por cobrarse la cabeza de un Iglesias antes de que fuera vicepresidente. Dos años después, al final, el objetivo se ha cumplido. Eso sí, transformando a una figura del fondo del banquillo, a una Ayuso a la que pusieron como candidata para que asumiera una derrota, en la ganadora casi por mayoría absoluta de los comicios. Y lo que es peor, habiéndole dado la posibilidad de ser el polo de referencia de la antipolítica en España. Todo tiene unos antecedentes, todo provoca unas consecuencias, unas de difícil cálculo en este reino de la incertidumbre que nos trajo la pandemia.

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