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Las economías mejoran y los salarios se estancan

Fernando Luengo

Acaba de ver la luz el último Informe Mundial sobre Salarios (Global Wage Report 2018/19), publicado por la Organización Internacional del Trabajo, que lleva por título What lies behind gender pays gaps. Este trabajo forma parte de una colección de informes muy interesantes, de periodicidad anual, donde esta organización da cuenta de la evolución de los salarios, el empleo y las condiciones de trabajo. Cada uno de esos informes aborda un tema monográfico; en esta ocasión, las desigualdades de género.

Una de las ideas que vertebra la argumentación del texto es que los salarios no aumentan o aumentan poco, a pesar de que las economías crecen a buen ritmo y de que las tasas de desempleo se han reducido. Estaríamos, pues, ante un escenario muy distinto del contemplado por el pensamiento económico dominante y del prometido por los gobiernos europeos y las autoridades comunitarias.

El mensaje de las elites ha siso que la crisis económica exigía que todos nos apretáramos el cinturón en materia presupuestaria y salarial –como si el conjunto de la ciudadanía fuera responsable de la misma–, esfuerzo que se vería recompensado cuando dejáramos atrás la recesión y la economía se recuperara. El aumento de la tarta de la riqueza ofrecería oportunidades y recompensas para todos. ¡Fin del cuento!

Pues bien, la recesión ya es cosa del pasado. En 2013, el Producto Interior Bruto (PIB) todavía retrocedía en 9 de las 28 economías de la Unión Europea (UE); sólo en 3 en 2014, en 2 en 2015 y en 1 en 2016 (la griega). En 2017 todas han obtenido registros positivos y lo mismo sucederá en el año que está a punto de concluir. La economía española se cuenta en estos últimos años entre las más dinámicas, con crecimientos del producto superiores al promedio; alcanzando en el trienio 2015-2017 tasas superiores al 3%, con una previsión para 2018 equivalente al 2,5%, casi medio punto por encima del comunitario. Es evidente, la situación, en términos macro, ha mejorado…¿y qué?

Según el relato convencional, ofrecido por el pensamiento económico dominante, la dinamización del PIB debería acrecentar la demanda de empleo por parte de las empresas (y también de las Administraciones publicas), lo que, al tensar la oferta –esto es, la capacidad de trabajo disponible–, mejoraría las condiciones de negociación y presión de los trabajadores y de las organizaciones que los representan. La consecuencia de todo ello sería el alza de los salarios, lo cual provocaría, como efecto colateral, un crecimiento de los precios.

No es esto, sin embargo, lo que ha sucedido. En el conjunto de la UE, a lo largo del quinquenio que estoy considerando (2013-2017), la compensación media por empleado en términos reales ha aumentado tan sólo un 3,5%, un 0,7% cada año. En la española, en el mismo periodo, los trabajadores han perdido capacidad adquisitiva, un 0,5%.

El indicador que mide el comportamiento de los costes laborales unitarios nominales, que compara la evolución de los salarios y la productividad laboral (medida por la relación entre el PIB y el empleo), ha experimentado un retroceso de 0,7 puntos porcentuales. Idéntica tendencia se aprecia en 17 de los 28 países comunitarios. En España, la caída ha sido todavía más pronunciada, de 1,3 puntos. El reverso del retroceso de la participación de las rentas del trabajo en la riqueza nacional ha sido el aumento de las del capital.

Esta evolución “paradójica”, en realidad no es una paradoja, ni tampoco un hecho efímero o casual. La asociación entre desempleo (reducción) y salarios (aumento) –la célebre y muy cuestionada Curva de Phillips– no se produce, entre otras razones, porque la suma del desempleo real y el infraempleo da cifras y porcentajes muy elevados, sustancialmente por encima de los ofrecidos por los indicadores estándar. Así, la tasa de desempleo oficial de la UE era en 2017 del 7,8%; si añadimos los trabajadores con contrato parcial que desearían estar ocupados más horas, y las personas dispuestas a trabajar, pero que no buscan un empleo, el porcentaje alcanza el 14,8%. El mismo cálculo para la economía española lleva el desempleo desde el 17,3% hasta el 27%.

La remuneración de los asalariados crece hasta octubre un 2,2%, el mayor aumento desde 2010

La remuneración de los asalariados crece hasta octubre un 2,2%, el mayor aumento desde el tercer trimestre de 2010

Otro de los factores a tener en cuenta apunta al sustancial cambio en la correlación de fuerzas entre el trabajo y el capital que hemos conocido en estos años. La desregulación de las relaciones laborales y la consiguiente pérdida de derechos por parte de los trabajadores, el ataque a las políticas públicas, la pérdida de legitimidad de lo público frente a lo privado y el triunfo del relato sobre la competitividad basada en el binomio salarios-precios han cambiado sustancialmente el terreno de juego, que, por cierto, ya estaba bastante desnivelado antes del crack financiero. Las empresas han encontrado, en estas condiciones, un filón para presionar a la baja los salarios fijados en los convenios colectivos y en los acuerdos de empresa. Y también a través de la prolongación de la jornada laboral –horas pagadas y no pagadas– y la intensificación de los ritmos de trabajo.

¿Esta deriva salarial es un problema para el funcionamiento de la actividad económica? A pesar del mantra del discurso convencional sobre las virtudes de la contención salarial, hay que decir que sí, las economías tienen un grave problema. Porque la tendencia al estancamiento de las retribuciones de los trabajadores lastra el consumo y desalienta la inversión; porque la devaluación de los salarios acentúa la dimensión mercantilista –orientación exportadora de la dinámica económica–, donde las ganancias de unos son las pérdidas de otros; porque las políticas restrictivas en materia salarial las soportan, sobre todo, los colectivos más débiles, lo que contribuye al aumento de la desigualdad, entre las rentas del trabajo y las del capital, y entre los ingresos de la mayor parte de los trabajadores y los recibidos por las cúpulas empresariales; y, en fin, porque la presión sistémica y sistemática sobre los costes laborales refuerza el poder de las elites, cada vez más impregnadas de una cultura extractiva y depredadora, premiando la cultura conservadora e inercial. _______________Fernando Luengo es economista y miembro de la Secretaría de Europa de Podemos.Pincha aquí para leer su blog.

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