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La cooperación para el desarrollo, una política esencial

Llegada de migrantes a la localidad gaditana de San Roque durante este fin de semana.

Carlota Merchán Mesón

El mundo no era perfecto, ni vivíamos en la Arcadia feliz antes del coronavirus. La pandemia ha puesto luz a la realidad previa, una realidad de desigualdades crecientes, de debilidades estructurales, que se ha agravado, como siempre, para los más vulnerables.

El covid-19 nos ha mostrado que somos más vulnerables e interdependientes de lo que pensábamos. Ésta era y es la normalidad de la mayor parte del mundo donde las condiciones de habitabilidad hacen imposible el confinamiento, donde el acceso a agua para lavarse las manos no está garantizado, ni los sistemas de salud disponen de los servicios, recursos, personal o infraestructuras necesarias para enfrentar la pandemia.

El virus no distingue razas, clases sociales o nacionalidades, pero sí hay diferencia sustancial en la capacidad de respuesta a la enfermedad y sus consecuencias según países y poblaciones.

A estas alturas de la pandemia si podemos identificar alguna certeza es que ningún país, sea más rico o sea más pobre, puede hacer frente a esta emergencia ni a sus consecuencias por sí solo. Ningún país saldrá de esta crisis sin la cooperación internacional en cualquiera de sus modalidades.

Sin embargo, el mundo ha recibido el SARS-CoV-2 con un sistema de gobernanza global y cooperación internacional que clamaba ser reseteado.reseteado

El actual sistema multilateral fue creado tras la Segunda Guerra Mundial, tanto el sistema de Naciones Unidas como las organizaciones de Bretton Woods, para responder a un contexto que poco o nada tiene que ver con el actual. Urge reformar y adecuar este sistema de gobernaza global al siglo XXI para que responda de manera eficaz a desafíos y amenazas globales que requieren de la comunión de actores sin cabida en el actual sistema y de instrumentos ágiles de reacción y toma de decisiones.

Algo similar sucede con la cooperación internacional para el desarrollo, en la que me centraré, particularmente con la cooperación española. Si bien en el ámbito global ha habido cambios y se han ido redefiniendo el relato y los instrumentos, en el caso de la Cooperación Española las reformas siguen en la lista de las tareas pendientes.

El Gobierno anunció un proceso de reforma del sistema de cooperación cuya activación no debe demorarse.

El covid-19 obliga a redefinir las prioridades de la cooperación española, pero poner un vino nuevo en una botella vieja no es la solución deseable.

De hecho, el covid-19 podría ser la catalizadora de las reformas necesarias, ya que el panorama que se abre con y tras la pandemia nos obliga a más eficacia, más innovación, más cooperación para abordar los efectos inmediatos y crear las condiciones para que sus consecuencias tengan el menor impacto posible en términos de pobreza y desigualdad, y construir resiliencia para futuras crisis.

Y esto no es posible sin una revisión profunda de nuestro sistema de cooperación.

A lo largo de estas semanas el Gobierno de España ha dado prueba manifiesta de su compromiso con el multilateralismo, con un multilateralismo más horizontal y que supere su naturaleza actual puramente inter-gubernamental”, en palabras de la ministra González Laya.

Sin embargo, no es suficiente. Urge definir la hoja de ruta en la que se incardina esta apuesta por el multilateralismo, en qué política y sistema de cooperación lo hace y todo ello en el marco de la reflexión sobre el papel que España quiere desempeñar en el mundo.

Tenemos un sistema fragmentado y desfasado para dar respuesta a las dinámicas actuales del desarrollo, falta una visión sistémica y estratégica.

El principal brazo ejecutor de la política de cooperación, la AECID, tras 30 años de existencia, debe definir su marco regulador conforme a la Ley 40/2015, dotarse de mayores recursos económicos a utilizar con mayor flexibilidad, así como hacer profundos cambios en los ámbitos de gestión y organización interna.

Urge innovar en instrumentos y alianzas, en la articulación de los actores del sistema en la cooperación técnica y la financiera; adecuar los marcos de relaciones con los actores de la cooperación al papel que están llamados a desempeñar en los diferentes contextos, desde las ONG, sector empresarial, universidades y de manera especial con la cooperación descentralizada.

En un contexto en el que estamos comprobando nuestra interdependencia como comunidad global de la manera más cruda es urgente reivindicar la cooperación para el desarrollo como una política esencial. Del mismo modo que la enfermedad nos pone en riesgo al conjunto de ciudadanos, la desigualdad de una parte del mundo nos hace vulnerables al resto.

Nunca nos hemos sentido tan amenazados como Humanidad, ni nada ha paralizado el mundo como lo ha hecho el coronavirus mostrando las debilidades de la globalización que elegimos hacer y la necesidad de reabrir el debate sobre los bienes públicos globales, su gobernanza y la corresponsabilidad de la comunidad internacional para con los problemas globales, sobre cuestiones estructurales del desarrollo que han saltado por las costuras de mano del coronavirus.

Vendrán tiempos en los que se cuestionará que se destinen recursos a la cooperación para el desarrollo, y lo harán los mismos que también cuestionan las políticas de protección de los más vulnerables aquí. Se pretenderán enfrentar las necesidades en nuestro país con las de los países en desarrollo. Se dirá que no nos podemos permitir la ayuda al desarrollo.

Las crisis son una oportunidad, pero la historia es rica en ejemplos de cómo no perder la oportunidad de dejar escapar una oportunidad. Esperemos que esta vez no sea así.

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Carlota Merchán Mesón es consultora en cooperación internacional para el desarrollo y diputada en la Asamblea de Madrid.

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