Plaza Pública

Gracias a los que saben

Una persona mayor toma una mascarilla entre sus manos.

No teníamos ni idea. Me atrevería a decir que la mayoría de los periodistas que, de repente, nos vimos en la tesitura de cubrir una pandemia manejábamos conceptos muy, muy pobres de lo que implica un virus con capacidad de destrozar las vías respiratorias y de cambiar la agenda del mundo. Tampoco controlábamos demasiado de lo que implica la expresión de 2020, en mi opinión: Salud Pública. No fue un sacrificio, no sería justo ni razonable presentarnos como víctimas, pero tuvimos que aprender a contrarreloj. No solo el significado de palabras, expresiones y acrónimos como incidencia, PCR, anticuerpos, contacto estrecho, inmunidad de rebaño. Incorporamos ideología, porque sí, los periodistas tenemos ideología, la ponemos en práctica a diario, y quien defiende no tenerla sigue a pies juntillas la dominante.

Muchos de nosotros identificamos con más o menos celeridad que aquello que decía el presidente de "el virus no entiende de clases sociales" es falso, una mentira interesada para generar unidad en los peores momentos que puede sufrir cualquier dirigente político. Cualquier disrupción sin ánimo revolucionario en un statu quo injusto agudiza sus injusticias. También entendimos que solo desde lo colectivo se articulan respuestas a una epidemia. Que mejor evitar los señalamientos, las lecciones, el siempre ejemplar yo frente la irresponsable e incívica gente. Que hay que huir de los que buscan engordar el ego en nombre de la ciencia y de los que venden certezas y predicciones infalibles –a pesar del riesgo de no cumplirlas– desde la barrera de su capital social. Que el camino al infierno está plagado de falsos dilemas: economía vs. salud, política vs. ciencia.

Pero no lo aprendimos solos. Nos lo contaron decenas de lo que denominamos expertos, ese término tan en disputa. Gente que no solo sabe, sino que ha articulado discursos políticos que ayudan a vislumbrar lo que es sensato y lo que no lo es tanto entre tanto charlatán. Lo epidemiológico es político, no hay únicamente razones ni argumentos sanitarios, no se puede confinar un barrio pobre, oprimir al trabajador que sale a buscarse la vida y excusarse con el designio divino de la Madre Curva. Fueron muchos los que, a pesar del trajín diario que implica saber de pandemias durante una pandemia, nos cogieron el teléfono para dar rigor y pluralidad a nuestros artículos. Y con muchísima paciencia. Sobre todo al principio.

Fue Ildefonso Hernández, de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (Sespas), uno de los primeros que arrojó luz a mis piezas sobre qué estaba pasando. También otros epidemiólogos como Joan Villalbí o Jacobo Mendioroz, gracias a los cuales empecé a asumir que aquí no hay verdades absolutas, ni varitas mágicas, pero que no todo vale. Gracias. Con Eduardo Martínez, catedrático de Microbiología de la Universidad de Málaga, estuve media hora al teléfono intentando entender cómo funciona la respuesta inmune del cuerpo humano. No perdió en ningún momento la amabilidad pese a mis preguntas de iletrado.

Andrea Burón, también de Sespas, fue otra de las que me atendió durante la frenética y dolorosa primera ola, sin dar nada por sentado pero sin esquivar las cuestiones difíciles. Fue por entonces cuando tuve la primera conversación con Javier del Águila, médico residente de Salud Pública, que tiene una de las cualidades que más aprecio del interlocutor cuando abordo temas de covid: seguridad a la hora de defender la justicia social, prudencia con lo ya demostrado, aún más cautela sobre lo que falta evidencia.

Pero la pareja que ha marcado mi cobertura del covid está formada por Pedro Gullón y Javier Padilla, autores de Epidemiocracia. Aportaron a mis piezas un corpus potente sobre una obviedad: que solo podremos salir de esta desde lo común. Con muchísima simpatía y a pesar de sus intensas jornadas laborales (Javier es médico de familia), resolvieron mis dudas sobre la eficacia de las medidas restrictivas, sobre la utilidad del señalamiento público y el dedo acusador desde el balcón o sobre cómo se encontraba una Atención Primaria agotada y al borde de la insurrección. Gracias a ambos por la disponibilidad y la clarividencia. No sé lo que sé por ciencia infusa, lo he aprendido de ellos.

En los peores momentos vividos en la Comunidad de Madrid, pero también cuando la incidencia dio un respiro, fueron claves las opiniones de dos de los portavoces de la Asociación Madrileña de Salud Pública: Fernando García y Pilar Serrano. Fernando siempre se disculpa por enrollarse, pero nunca habla de más. A Pilar le agradezco especialmente su dulzura a la hora de atenderme después de horas y horas de clase, y el compromiso con los más vulnerables que impregna su discurso. "Espero que hablemos menos durante 2021", le dije la última vez que la llamé. Pero siempre ha sido y será un placer.

Muchas gracias a otros muchos: Mario Fontán, residente de Salud Pública; la epidemióloga Patricia Guillem; Daniel López-Acuña, Rafael Bengoa; Álvaro Heredia y Marta Serrano, en guerra permanente contra la movilidad insostenible y a favor de un transporte público demonizado; Isabel Solá y Sonia Zúñiga, que están tras una vacuna española que promete mucho y aun así tienen tiempo y ganas de explicarnos lo que es el ARN mensajero… Nuestro día a día nos impulsa, a veces, a pensarles como herramientas cuando, en realidad, son trabajadores que dan lo mejor de sí mismos para ayudarnos a que los lectores sepan qué está pasando, puedan interpretar una realidad confusa y cambiante y tengan los recursos para tomar decisiones sobre su participación política, su seguridad, sus relaciones y su vida.

Siento de veras haber sido pesado, haber interrumpido vuestros quehaceres o casi suplicaros una valoración al filo de la noche del viernes. Espero que durante 2021 se cumpla aunque sea una parte del deseo que muchos me habéis expresado: una Salud Pública fuerte, una vida postpandemia tranquila, en calles anchas, metro desmasificado, con jornadas laborales reducidas, donde el capital no marque el ritmo y nos empuje al contagio, donde los centros de salud sean lugares en los que sentirse cuidado –¡y ser vacunado!–, sin prisas ni agobios. Un 2021 en el que pueda escribiros empezando con un "hola, ¡encantado de saludarte! Soy Javier Martínez, de infoLibre. Qué buena noticia la de hoy, ¿no?".

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Javier Martínez, redactor de infoLibre.

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