Plaza Pública

Un año sin Calleja

El periodista José María Calleja, en una imagen de archivo.

Eduardo Ranz

Querido compañero, es muchísima la piel que has dejado en todas las personas que te conocían, y como sinónimo, te querían. Por si hay tráfico aéreo, te anuncio que ¡ya eres hijo de “ese rinconcito del sur” llamado Cádiz!, título que estoy seguro desde allí arriba celebras con ese verdejo “a un grado de la congelación”, fijándote mucho en tus alumnos, con un ojo en el Aula José María Calleja, muy cerquita del aula donde dabas clase, en la Universidad Carlos III.

Tantas veces que hablábamos y te decía, te ha salido la Callejada, y tú te reías. allejadaAnte una situación que comenzaba aparentemente desfavorable, la Callejada era una respuesta ocurrente que hacía que con ironía y mucha inteligencia, las tornas se volvieran, y Calleja zanjaba el plató, sin posibilidad de reanimar al contertulio contrario.

La vida de Calleja estuvo muy marcada por su paso por la Universidad de Valladolid, donde vivió la primera de sus dictaduras, la lucha contra el franquismo, en la que fue detenido y torturado por aquella policía que afortunadamente desapareció. La segunda de sus luchas fue contra el terrorismo, en la que esa policía, pero esta vez democratizada, le protegió y acabó salvando su vida, y de ambas banderas, la antifranquista y la antiterrorista, surgió, en el último tercio de su vida, la lucha contra la violencia machista, siendo el primer periodista en visualizar el feminismo como reivindicación de derechos, y con ello convirtiéndose en un adelantado a su tiempo en televisión, y esto las Callejeras se lo conocen bien.

Aunque cuando estuviste detenido, con 18 años y atado a un radiador, y te explicaron con mucho cariño en qué consistía la democracia orgánica, el tiempo y la memoria decretaron tu libre absolución ante ese chiste moral llamado justicia franquista, con una veintena de libros, con un premio ESPASA por Arriba Euskadi, la vida diaria en el País Vasco, infinidad de artículos y programas en radio, habiendo sido redactor de la Agencia Efe del País Vasco, presentador del telediario de la ETB, en el que sin ir más lejos, llegaste a entrevistar a su santidad el Dalai Lama, o redactor jefe de CNN+, con grandes audiencias, se puede afirmar que con ese legado cautivo y desarmado, a ese policía franquista, a esa banda terrorista, a esas dictaduras, quien ganó, fuiste tú.

Llevamos un año sin Calleja, y hasta sus últimos días, él elogió a los sanitarios, y por desgracia, 12 meses después, algunos han olvidado por qué aplaudíamos a las ocho de la tarde. Llevamos doce meses sin escuchar expresiones como "compañero del metal", "el coche para el que lo trabaja", "calma al obrero", "me he quedado estupefaciente", "yo empatizo hasta con una piedra", llamar “torombolos” a mis hijos, o la frase que marcó su historia: “la dignidad, dos peldaños por encima del miedo”, porque Calleja era la pureza en la palabra y la verdad en el abrazo, ese abrazo que te atrapaba para siempre.

En Madrid, te costó mucho llorar. Solo te vi llorar dos veces, la primera vez en una obra de teatro que trataba sobre el perdón y los encuentros entre víctima y victimario. Cuando salimos de la obra, Macarena, tú y yo, 10 minutos completamente en silencio. La segunda vez, delante de Mikel, cuando supiste que Rubalcaba acababa de morir, por cierto, un año antes que tú.

Calleja nunca dejó de ser ese periodista valiente, que jamás tuvo un ápice de rencor, y que luchó toda su vida por la libertad sin ira, por la libertad. Cada día, con cada cosa, pienso ¿qué diría Calleja de esto?, y recuerdo lo que te costó llorar y por qué, recuerdo tu abrazo, tu humor, y tu lucha por la libertad. Nos queda tu último libro, el más galdosiano de todos, Lo bueno de España, y tu último testimonio en el lugar que, de haberlo sabido, habrías firmado, la Librería Alberti.

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Con verdejo y desde el bukavu, brindo delante de tu silla vacía. Vuelvo a estar en primero de huérfano.

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Eduardo Ranz es abogado y doctor.

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