Talento a la fuga

“Somos la generación que aporta grandes cosas fuera de nuestras fronteras”

“Somos la generación que aporta grandes cosas fuera de nuestras fronteras”

“Me he comprado una casa en Holanda. Mis amigos de aquí dicen que voy al revés del mundo, porque normalmente son ellos los que se compran una vivienda en España cuando se jubilan”.

Habla David Padilla, un ingeniero civil de 26 años que trabaja en una multinacional holandesa desde hace tres. Decidió marcharse a Breda casi al tiempo en que terminaba su titulación y desde entonces no ha dejado de trabajar. Se sabe afortunado y se muestra sensible con el fenómeno migratorio que padece España desde que se inició la crisis.

Aunque está ya muy lejos de la incertidumbre y precariedad laboral española, no vive aislado de las dificultades a las que se enfrenta su generación en el extranjero: “Tengo que viajar mucho por el mundo. Estuve hace dos meses en Nueva Zelanda y conocí a españoles que estaban buscando trabajo, en Holanda conozco infinidad de compatriotas que también andan tras un empleo y lo mismo en Honduras y Costa Rica. 'David, no sabes la suerte que tienes', me dicen muchas veces…”.

Podría haberse quedado trabajando en el sector de la construcción en España, incluso recibió alguna oferta, pero optó por buscar aire fresco y nuevos horizontes lejos de sus fronteras. Su inquietud por vivir en el extranjero es la principal motivación que le llevó hasta Holanda, pero reconoce que la crisis económica y la falta de expectativas jugaron un papel importante en su decisión.

“En lo profesional prefiero moverme en el extranjero”, asegura, “pero saber que lo iba a tener un poco más difícil en España ya fue el sí definitivo”. David ha logrado así esquivar la precariedad a la que, dice, se enfrentan sus compañeros de promoción. “En el pasado, en España ser ingeniero civil era de lo mejorcito que había, pero ahora, aunque sigue habiendo empleo, el trato que recibes es que te bajan el sueldo, te ningunean y hacen lo que quieren contigo”, concluye.

Habla neerlandés, tiene amigos holandeses y es propietario de una vivienda en Breda desde el pasado mes de abril; sin embargo, es capaz de retratar el escenario laboral que ha dejado una España que soporta ya casi seis años de crisis. No ha perdido el contacto con sus compañeros. “Ninguno trabaja”, cuenta.

“También tengo un amigo ingeniero de caminos, que se graduó antes que yo y lleva cuatro años trabajando en prácticas en distintas empresas”. Una experiencia profesional que choca frontalmente con la que él se ha encontrado. “En la empresa en la que trabajo, desde el primer momento se me empezó a tratar como a un profesional, y aun teniendo por encima de mí a todo el mundo, mis ideas ya se valoraban”, recuerda.

“En España seguramente hubiese empezado haciendo prácticas o asistiendo a un jefe de obra. Aquí, sin embargo, te van cogiendo de la mano y te van llevando a cada uno de los departamentos. Durante un periodo de obra ves cómo se trabaja en todos, sigues teniendo las mismas responsabilidades que todos, y al final tú eliges qué función te gusta más. El trabajador tiene la última palabra. Terminas el año y te preguntan qué quieres hacer”. Nada que ver con las condiciones a las que se enfrenta un recién titulado en España, por eso David, acostumbrado todavía a la cultura laboral española, se sorprendía en los primeros días cuando veía cómo sus compañeros holandeses se mostraban exigentes con la empresa. “Si supierais lo que hay en España…”, se decía.

“Los países europeos se están descojonando de nosotros”

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Su especialización en ingeniería marítima le permite viajar a multitud de destinos mundiales en los que opera la empresa para la que trabaja. Una oportunidad que, lejos de distanciarlo de su país, lo ha acercado al drama de la emigración española que, no solo aleja a los jóvenes cualificados, sino que también separa familias.

“En Honduras conocí a un español de unos 45 años que se encargaba de llevar un bote desde el muelle del puerto hasta los barcos que estaban anclados. Su trabajo diario era simplemente conducir ese barco. El último día de mi estancia se me echó a llorar en el trayecto. Lloraba porque decía que no podía volver a su país. Me contó que en los buenos tiempos de España se dedicaba al negocio de los invernaderos y viajaba mucho, pero la crisis le afectó y se quedó sin nada. Desde allí le envía dinero a su familia. Es un buen hombre…” David guarda silencio unos segundos y se queda pensativo. Sabe que en ese barco viajaban las dos caras de la misma moneda y que él está en el mejor de sus lados. “Este hombre no es el único que conozco en esta situación”, prosigue, “conozco a otro padre de familia que está ahora en Latinoamérica. Igual, trabajando él solo y enviando dinero a su familia. Ni él ni nadie querían que se marchase, pero no tenía otra opción”.

Aunque David no ha sufrido los efectos de la crisis, es capaz de retratar una España que tiene ya fuera de sus fronteras a millones de españoles que buscan las oportunidades que les ha negado su país. “Hay mucha gente con inquietudes que quiere viajar, pero muchos quieren quedarse y que se ven obligados a marcharse”, comenta. “Me da mucha pena, porque en España por ejemplo en ingeniería somos de los mejores, y en medicina e investigación somos protagonistas de muchos avances que se desarrollan en todo el mundo”, presume. Sin embargo, asegura, “nos hemos convertido la generación que aporta grandes cosas fuera de nuestras fronteras”.

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