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La difícil relación de Francisco con España

¿Quién reza por el papa anticapitalista? La fragilidad del catolicismo social en España deja a Francisco predicando en el desierto

El papa Francisco se coloca una mascarilla durante un acto de oración enmarcado dentro de un encuentro organizado por la Comunidad Sant'Egidio bajo el lema 'Nadie se salva por sí solo'.

 ¿Qué fue del “catolicismo social” en España? Acaba de llegarle, en forma de carta papal firmada desde Asís, junto a la tumba de San Francisco, conocido en Italia como Il Poverello, una oportunidad dorada para exhibir músculo y pedir espacio en el debate religioso nacional. Pero apenas han comparecido unas frágiles huestes, voluntariosas pero marginales. Es lo que hay.

Los mensajes de Francisco, que exploran críticamente el capitalismo para buscar las causas de la pobreza, encuentran un calado muy superior en la izquierda que en la derecha, que tradicionalmente ha dado más cobertura a los mensajes papales en España. El intercambio de papeles es curioso pero al mismo tiempo evidente, como ha podido comprobarse durante el debate de la moción de censura. Tras Juan Pablo II y Benedicto XVI, Francisco es en España una especie de papa al revés, que este sábado se reúne con un Pedro Sánchez que parece entusiasmado por el pontífice. Más entusiasmado, desde luego, que el propio cuerpo eclesiástico español. Un titular da la idea: "La Iglesia, 'inquieta' por la 'precipitada' reunión entre Sánchez y el Papa", lanzaba este miércoles ABC, diario católico de referencia, citando "ambientes eclesiásticos".

La tercera encíclica del papa Francisco, Fratelli tutti, “Hermanos todos”, es calificada por el propio Jorge Mario Bergoglio como una “encíclica social”. Y lo es, atendiendo a su letra. Es una encíclica social y con resonancias políticas. En el texto, de 3 de octubre, hay un cuestionamiento claro del orden económico dominante. “El mercado sólo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal”, afirma el papa, que defiende la “función social de la propiedad” y propone “rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas”. Nadie lo verbalizará así en el Vaticano, que aspira a un mensaje ecuménico, pero es una encíclica con sabor a izquierda, que lamenta cómo “la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales” y llega a hablar del “destino común de los bienes creados”. Casi nada. ¿Omnnia sunt comunia? No tanto, pero casi.

Interesa observar las reacciones en España, que a pesar del galopante avance de la secularización aún es un país con anclaje católico. Reacciones respetuosas, sin fisuras, pero con aire protocolario, en el grueso de la jerarquía, coinciden los observadores consultados. Ni una crítica, pero tampoco un volantazo para alinearse con el papa argentino. Reacciones enojadas en la derecha política española, la misma que situaba a Juan Pablo II como un faro internacional por su contribución a la caída del comunismo, la misma que admiraba –aun sin entenderlo necesariamente– el rigorismo de Benedicto XVI. Reacciones entre indiferentes y críticas en el poderoso ultracatolicismo integrista, que está a sus cosas: el pin parental, el aborto, la eutanasia, la ideología de género, el lobby gay... Reacciones asombradas y sarcásticas en la izquierda y sectores laicistas, que disfrutan observando a sus adversarios ideológicos incómodos con los mensajes del cabeza de un religión que hizo de fe oficial del franquismo y aún hoy mantiene un estatus privilegiado.

Un detalle, o más que un detalle, lo ofrece la reacción en la prensa. Mirando las portadas de papel, dos medios históricos llevaban su encíclica en su primera plana, como destacaba Vida Nueva Digital en su artículo Los medios españoles se quedan fríos con 'Fratelli tutti'. Estos dos medios eran El País y La Vanguardia, que destacaban su prédica antineoliberal. Ese mismo día, nada en las portadas de ABC, La Razón y El Mundo. Conclusiones libres.

Así valoraba el periodista Enric Juliana la situación en España tras la publicación de Fratelli tutti. “Caras de estupefacción ante la encíclica del Papa. Si el catolicismo social no hubiese sido tan machacado en España en los últimos treinta años, especialmente en Madrid, todo sería distinto. El catolicismo social es un activo de la cultura política en Italia, Francia y Portugal”.

También lanza su reflexión, en conversación con infoLibre, el teólogo Juan José Tamayo, que ahora ultima sendos trabajos, uno sobre “la internacional del odio y la alianza cristofascista” y otro sobre el religioso Pedro Casaldáliga, un religioso comprometido hasta el tuétano con los pobres, fallecido en agosto. Ambas líneas de investigación le dan visión periférica para analizar críticamente el desierto político de la democracia cristiana, el integrismo de la derecha política y las limitaciones del catolicismo social en España. Atención a lo que propone: “Hay que replantear la teoría de la secularización de los 50, según la cual la religión debe limitarse exclusivamente a lo privado, al ámbito de la conciencia y los lugares de culto, sin relevancia social y política. Porque, ¿qué ha terminado ocurriendo? Que han saltado como liebres a ese espacio público libre los integristas y conservadores en la Iglesia católica, los fundamentalistas en el islam... Se ha terminado recuperando el espacio público como lugar de confesionalización de estructuras sociales y políticas, pero siempre con visiones moralmente dogmáticas y económicamente neoliberales. Ha acabado siendo un éxito de integristas y reaccionarios”, señala.

En ese terreno sin arar, en ese espacio público saturado de dogmatismo, donde se escucha más la voz de Hazte Oír y la Asociación Española de Abogados Cristianos que la de la Asociación Juan XXIII, es donde Francisco ha sembrado su encíclica. ¿Brota algo? ¿Nadie ha recogido el guante? ¿Es que no hay alineamientos con el obispo de Roma?

Es difícil que los haya. A la derecha, por la flaqueza de la corriente democristiana y el poderoso legado ideológico del rouquismo. A la izquierda, porque el anticlericalismo, poco dado a los matices, es uno de los rasgos más extendidos. De modo que es el discreto y heterogéneo movimiento de cristianos de base, esa otra Iglesia más centrada en la acción social que en la liturgia, más preocupada por el hambre que por el aborto, donde más alineamientos ha despertado Fratelli tutti, aunque también le han caído críticas desde la teología feminista por no usar el lenguaje inclusivo. Hermanos, sí. ¿Y las hermanas? Qué difícil es acertar, se dirá seguramente el papa, que hace hincapié en la igualdad de la mujer –aunque esta no se da en su casa– a lo largo de toda la encíclica.

Todo este retablo de reacciones expone dos evidencias: el desierto político que se extiende en el espacio donde podría instalarse una corriente democristiana y la falta de altavoces de un “catolicismo social” con escaso anclaje en la jerarquía.

“Alegato comunista” o “lúcida reflexión”Alegato comunista” o “lúcida reflexión”

“La encíclica como alegato comunista es una falta de respeto a millones de católicos que cada día mejoran el mundo de manera altruista gracias a la riqueza que genera la libertad económica. Mejor hable de Dios y deje la economía a un lado”, rompió el hielo tras la carta del papa José Ramón Bauzá, eurodiputado de Cs y expresident del Govern balear por el PP. Es un ejemplo de muchos. Figuras de la derecha mediática como Federico Jiménez Losantos o Juan Carlos Girauta también saltaron contra el pontífice, al que le llueven calificativos de “comunista”, “populista”... El editorial de la Cope ensalzaba la encíclica obviando sus elementos más corrosivos.

¿Y las reacciones políticas favorables? La más destacada, la del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez: “Comparto con el Papa el llamamiento a construir un mundo más justo y solidario. Francisco analiza la crisis que vivimos desde una visión radicalmente social. Gracias por alzar su voz en defensa de los más vulnerables y clamar contra los efectos del neoliberalismo y el populismo”. También están los comentarios de Alberto Garzón, todo un líder de Izquierda Unida, que con la encíclica subrayada en el escritorio aplaudía su “lúcida reflexión en tiempos de crisis, desigualdad y ola reaccionaria global”.

“Algunos dicen ser cristianos pero cuando el Papa critica la desigualdad resultan ser devotos solo del neoliberalismo”, entraba Íñigo Errejón, líder de Más País. El portavoz parlamentario de Unidas Podemos, Pablo Echenique, no la dejaba pasar: “Tiempos extraños en los que PP, Ciudadanos y Vox piensan que una encíclica papal es un peligroso manifiesto socialcomunista y narcobolivariano”. Tampoco Gabriel Rufián, de Esquerra: “Si un Papa abraza a un pobre le llaman santo pero si se pregunta por qué lo es le llaman comunista”. El debate de la moción de censura de Vox también dio pie a manifestaciones de adhesión de la izquierda al pontífice. "¡Viva el papa!", llegó a clamar Joan Baldoví (Compromís), ensalzando unas recientes manifestaciones de Francisco, partidario de que los homosexuales puedan tener una "cobertura legal", declaraciones que han llamado la atención pese a no suponer un cambio de criterio de la Iglesia. El propio Sánchez echa en cara a Santiago Abascal sus críticas al papa, como se ha visto en la moción de censura. Y su ministra de Exteriores, Arantxa González Laya, en la antesala de la reunión en el Vaticano de este sábado, destaca la "gran sintonía" de Sánchez con Francisco. 

PP y Vox

En el PP, partido que se sitúa en sus estatutos en la tradición del “humanismo cristiano de tradición occidental”, predomina el silencio ante la ofensiva discursiva del papa. El de Francisco no era como esos mensajes navideños del rey que permiten a todo el mundo encontrar algo para arrimar el ascua a su sardina. Pablo Casado no ha demostrado afecto por el pontífice. Una vez le replicó, después de que Francisco dijera enigmáticamente que viajaría a España “cuando haya paz”. Casado interpretó que se refería al conflicto territorial, no a los problemas internos en la Iglesia España, y le respondió: “En España ya hay paz”. Francisco no es el papa predilecto de Casado, que sí seguía con devoción a Benedicto XVI, sobre cuyo pensamiento político llegó a escribir el capítulo de un libro.

La vicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo ha retado a Vox en el Congreso a poner en práctica las ideas del papa. Era una forma de incomodar al partido ultraderechista. Pero Vox, a diferencia del PP, no se corta. Critica abiertamente al papa, el “ciudadano Bergoglio”, como lo Santiago Abascal para dar a entender que no lo reconoce como sumo pontífice, como hace Garzón con el rey cuando lo llama “ciudadano Borbón”. Vox ha desdeñado al papa por apoyar una renta mínima y por mostrarse contra las políticas migratorias duras. “Que el papa acoja en el Vaticano a cuantos inmigrantes ilegales quiera”, ha dicho Iván Espinosa de los Monteros.

No es que Vox –ojo– reniegue del catolicismo. De hecho, practica un discurso de cariz integrista y nacionalcatólico, que vincula el ser español con la fe de Cristo. El partido reivindica abiertamente discriminar a los inmigrantes según su adhesión a “nuestra cultura”, entendida esta como “humanismo cristiano”, como ha dicho el líder de la formación en Andalucía, Alejandro Hernández. Destacados dirigentes de Vox participan en el lobby ultracatólico. Y el partido está alineado con el ala más dogmática del conservadurismo moral católico. Es decir, no es un partido ajeno a la Iglesia, entendida en sentido amplio. Lo que rechaza Vox es el “catolicismo social” del papa.

También la alta dirección del PP entona actualmente un discurso teocón, neologismo acuñado para definir esa mezcla de ultraconservadurismo moral y neoliberalismo económico que en España ha tenido como principal referente a Antonio María Rouco Varela en la Conferencia Episcopal y a Esperanza Aguirre y José María Aznar en la derecha política.

El papa y la jerarquía española

La jerarquía española, en proceso de renovación franciscana, todavía no está plenamente alineada con el papa, que promueve una paciente reforma. La llegada a la presidencia de la Conferencia Episcopal de Juan José Omella es un paso adelante en el cambio de guardia. Quizás cuando culmine, el papa visite España.

“Ocurre que casi interesa más el mensaje de este papa en la izquierda que en la derecha. Ya pasó con la anterior encíclica, Laudato Si'. En cuanto a la jerarquía, hay poco eco, a pesar de que Juan José Omella es más de la comba de Francisco. Pensé que el cambio se iba a notar más. Va todo despacio”, señala Amelia Sanchís, profesora de Derecho Eclesiástico. Aunque afirma que no se ilusiona con ningún papa desde Pablo VI, Sanchís sí cree que Francisco ensaya al menos en el discurso una “vuelta a las raíces del Concilio Vaticano II” que “en España pasa sin pena ni gloria”, al margen de la respuesta de la Iglesia de base, a veces inadvertida para la opinión pública. “En España el catolicismo es más conservador incluso que el italiano”, señala.

De momento, el “catolicismo social” que pretende abanderar el papa es en España una rama de escaso relieve. Eso explicaría, siguiendo los bien informados razonamientos del teólogo Juan José Tamayo, profesor emérito de la Universidad Carlos III de Madrid, la respuesta “leve” a la encíclica del papa en el seno de la Iglesia institucional. “Las reacciones en la jerarquía han sido con la boca pequeña. Siguen más preocupados por los problemas de la relación Iglesia-Estado, intentando proteger y defender, con uñas y dientes, los beneficios que otorgó el franquismo y han mantenido todos los gobiernos desde la Transición. En comparación, la doctrina social del papa les interesa menos”.

Es cierto que la sintonía entre el grueso del episcopado español y Francisco ha sido mejorable. Francisco ha mantenido posiciones que han incomodado a la Conferencia Episcopal. “Un Estado debe ser laico. Los Estados confesionales terminan mal. Esto va contra la historia", declaró en 2016 Francisco a la revista La Croix. El año pasado metió a la cúpula eclesial en un brete al declarar en una entrevista en La Sexta que la Iglesia debía pagar el IBI por todos sus edificios sin uso religioso o caritativo, idea que ha terminado cayendo en saco roto.

No es que Francisco sea un revolucionario. En el terreno moral y familiar, ha amagado con cambios pero se ha quedado ahí. Pero, como coinciden todos los observadores, sí tiene planteamientos avanzados en cuanto a la organización de la curia, la transparencia de las finanzas, la intensidad del perdón por los casos de pederastia... Y habla más contra la pobreza que contra el aborto. Además, cuando habla de pobreza, no la presenta siempre como un mal sin origen, sino que apunta, como en esta última encíclica, a algunas causas. Esto da cariz político a su visión.

Democracia cristiana

En cuanto al terreno político, a Tamayo no le sorprende que la encíclica no haya sido objeto de reflexión profunda por parte de nadie. Cree que el papal es un mensaje incómodo para todos. “Su crítica al neoliberalismo no sólo incomoda a la derecha. Llega a pasar por la izquierda a la socialdemocracia europea, convertida al socioliberalismo, que ha hecho demasiadas concesiones a eso que el papa llama 'estructuras de pecado'”, continúa el teólogo.

¿Hubiera sido deseable que existiera en España un partido demócrata-cristiano fuerte, para dar una cierta cobertura política a ideas como las que ahora defiende Francisco? No, responde Tamayo. “En mi opinión –continúa–, fue un acierto de Tarancón negarse a la formación de un partido o a dar apoyo a Joaquín Ruiz-Giménez”, que protagonizó el intento más serio de consolidar una opción de este tipo. A juicio de Tamayo, la Transición parecía “un momento oportuno para que hubiera un partido de orientación social más abierta, más progresista, más hospitalaria y justa, que en Alemania ha dado resultados extraordinarios”. Pero, dados los antecedentes de relación religión-política en España, ve preferible la separación. “Aquí [un partido de estas características] hubiera acabado girando a un conservadurismo político con dependencia jerárquica, opuesto a proyectos económicos críticos”, expresa Tamayo.

Iglesia de base

Los discursos sociales que excedan el marco del caritativismo no han sido la norma en la jerarquía española. De hecho, en la cúpula de la Iglesia ha sido norma una cierta exaltación de la riqueza. Quedan en la memoria las palabras de Ángel Suquía, que fue presidente de la Conferencia Episcopal, en 1992. "Tras el fracaso del comunismo, el capitalismo aparece como único sistema en el horizonte". La cúpula eclesial, de hecho, encontró acomodo ideológico bajo el papado de Juan Pablo II (1978-2005), marcado por la ostentación desinhibida de la riqueza de la Iglesia, el pacto de familias vaticanas para poner sordina a los escándalos de la banca vaticana y la represión de la Teología de la Liberación. Juan Pablo II convirtió en su prelatura personal al Opus, que incide en la bendición de aquellos que conquistan la riqueza. El Opus, a través de Fomento y Attendis, acumula una enorme fuerza en el ámbito educativo y ha sido quizás la más relevante aportación de la Iglesia española a la sala de máquinas de la Iglesia en el siglo XX.

"La realidad de nuestra Iglesia en España está totalmente condicionada por la imagen de la Virgen del Pilar cubierta con el manto del Banco de Santander, por las relaciones del cardenal Rouco con la cúpula empresarial, por la orientación ideológica de la COPE y 13TV [...]", señalaba el sociólogo cristiano Alfonso Alcaide en el libro Dignidad y esperanza en el mundo del trabajo (Edice, 2016). Rouco, reaccionario en lo moral y neoliberal en la económico, deja aún herencia en capas reticentes a esa "Iglesia pobre y para los pobres" de Francisco. Iniciativas de Rouco como la Fundación Madrid Vivo, que hermana a la élite empresarial con la Iglesia, dan testimonio de este legado. Donde mejor se expresa la alianza de la Iglesia con la élite es en el ámbito universitario. El Opus y la Compañía de Jesús destacan en este campo. Las business schools del Esade (jesuitas) y el IESE (Opus) son dos de los núcleos de formación de élites más reconocidos de España. Un análisis de La Marea de abril de 2018 señalaba que, de los 433 hombres y mujeres que se sentaban en los consejos del IBEX, 170 habían tenido relación con universidades vinculadas a la Iglesia. La propia Cáritas, el brazo más social y respetado de la Iglesia diocesana, es financiada por la gran empresa española e internacional. No es el mejor terreno para rebuscar mucho en las causas hondas de la pobreza.

Ahora bien, al margen de esta corriente dominante está esa denominada “Iglesia de base”, como la llama Tamayo. Ahí, en los márgenes, es donde más calado tiene el discurso del papa y, por extensión, un catolicismo social huérfano políticamente en España y sin destacados referentes episcopales. Este movimiento se articula en torno a Redes Cristianas, donde coinciden medios de comunicación como Éxodo con la Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII, buque insignia de la Iglesia crítica. Hay más nombres: Centro Evangelio y Liberación, Comisión Cristiana de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, Comunidades Cristianas CEMI, Comunidades Cristianas Populares, Comunidad Pueblo de Dios, Comités Óscar Romero, Corriente Somos Iglesia, Cristianos por el Socialismo, Federación de Mujeres y Teología, Foro Gaspar García Laviana...No todos están alineados con el papa, frecuente objeto de crítica por la lentitud de sus reformas. Pero aquí sí se encuentra un polo de la Iglesia que, desde posiciones independientes y con escaso altavoz político-mediático, sí ofrece espacio a un “catolicismo social” en horas bajas.

Un referente en esta Iglesia de base es el teólogo Evaristo Villar, que observa que la derecha es un desierto político para el catolicismo social. No ve asomo del mismo ni en Vox ni en el PP, que, “aunque lleva el cristianismo en sus estatutos, lo ejerce en la línea del nacionalcatolicismo franquista”. No obstante, Villar coincide con Tamayo en que, en España, es preferible que no haya un partido identificado nítidamente como cristiano. A su juicio, el electorado se pronunció inequívocamente contra esta opción en la Transición. Y ahora es preferible que los cristianos sean “fermento”, en la línea con el papel de “testimonio”, no de “mediación”, que él defiende para la acción cristiana.

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En el caso de Villar, su activismo está especialmente dirigido a la exigencia de una ley contra el hambre. “Los cristianos de base tenemos una diferencia doctrinal con el cristianismo convencional, más centrado en ritos y liturgias. Tenemos una proyección social más profunda, no tanto asistencia social y de voluntariado, como Cáritas. Ojo, que no estoy en contra de eso, que cubre espacios y hace falta. Pero la respuesta a los problemas sociales tiene que ser institucional, jurídica, política. No puede ser voluntaria o caritativa. Hay un ejemplo claro de cómo esa mentalidad ha calado: cuando la Comunidad de Madrid se puso a buscar rastreadores voluntarios. ¿En qué cabeza cabe?”. Ahí está el valor de la encíclica papal: más allá de señalar problemas, apunta causas.

Villar, pese a los cambios graduales, ve la cúpula falta de relevo y empuje juvenil. “La jerarquía mantuvo unas posiciones con Tarancón que no se mantuvieron con Rouco”, señala. Hoy “mayoritariamente no se puede decir que esté en la línea” que marca Francisco, al que Villar ve “un referente evangélico”, aunque sus intenciones se quedan en su mayoría en “gestos”. “Las instituciones tienen más poder que sus representantes. La Iglesia sigue en modo Imperio Romano, institución inamovible. Aquí en España, también”, señala, sin dejar de subrayar que hay elementos episcopales que trabajan “mucho y bien”.

Es algo en lo que coinciden todos los observadores: la Iglesia es plural en todos sus escalones. José Carlos Bermejo, director del Centro San Camilo, es de los que defiende el papel social de la Iglesia, aunque se muestra consciente de los desafíos por vencer: “La visibilidad de la acción socio-caritativa de la Iglesia es insuficiente, y normalmente se le da más visibilidad mediática a la dimensión litúrgica y al posicionamiento moral de la jerarquía”. A su juicio, “el mensaje del papa Francisco encuentra un eco diferenciado en nuestra jerarquía, puesto que hay clara diferencia entre unos obispos y otros, aun manteniendo la unidad”. “De hecho”, añade, “el nuevo perfil de obispos nombrados por el papa Francisco ya apunta a una mayor proyección social de la vida cristiana y a un mayor compromiso para con los pobres”. Bermejo se sitúa entre los “radicalmente alineados con el papa. “Aún esperamos mayor coraje en la renovación de cuestiones que piden ser humanizadas dentro de la misma Iglesia”, añade.

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