Qué ven mis ojos

Cómo dar un golpe de Estado en cinco lecciones

Benjamín Prado nueva.

"Hay dos tipos de personas: las que creen en la igualdad y las que se creen mejores".

Es lo de siempre y busca lo mismo de siempre, una involución, la conquista del poder a tiros, la eliminación del adversario: habrá que fusilar a veintiséis millones de hijos de puta –es decir, helarle el corazón a más de media España, dado que somos algo más de cuarenta y siete–, dicen unos militares sediciosos que nos hacen preguntarnos en qué manos han estado y están nuestros cuarteles, dado que otros se atreven a mandarle una carta a Felipe VI para expresarle su preocupación por España y pedirle entre líneas que tome cartas en el asunto o se signifique: ¿está con nosotros o con la democracia? Entre los firmantes hay desde un condenado por el 23-F hasta un nieto del dictador. El silencio del monarca se oye por todas partes y con él se pone en marcha el engranaje del mal.

Primero: el rey calla, aunque el manifiesto, proclama o lo que sea está dirigida a él y pese a ser el jefe de todos los ejércitos y el del Estado. Quienes le escriben son miembros de unas instituciones que, en conjunto, se llaman Fuerzas de Seguridad del Estado, no del Gobierno.

Segundo: la derecha o mira para otro lado o jalea a los aspirantes al levantamiento, y los componentes del trío de Colón se reparten los papeles como buenos hermanos: Vox aplaude y echa leña al fuego, “son de los nuestros”, dicen. En el PP, Casado condena a regañadientes a los apóstoles de la sublevación y Ayuso se adhiere al golpismo ideológico porque “parte del Gobierno quiere derrocar la Constitución". Esa misma que ellos vulneran una y otra vez en asuntos como la renovación del poder judicial e ignoran cuando uno de sus artículos habla del derecho de las y los ciudadanos a un trabajo o una vivienda dignos. Esa misma, si miramos hacia atrás, que Alianza Popular no votó y Fuerza Nueva rechazó con toda la violencia argumental que pudo; es decir, que aquí cada uno viene de donde viene y evoluciona más o menos, cuando no es lo mismo con otro envoltorio. Finalmente, Ciudadanos calla, igual que siempre, y deja claro que a veces se es más cínico por lo que no se dice que por lo que sí. Esto es un baile de disfraces.

Golpe en Birmania: los militares asumen el poder en el país declarando el estado de emergencia durante un año

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Tercero: aparece un grupo de politólogos, tertulianos y demás que justifica con medias palabras o directamente, según los casos, la amenaza que hemos recibido, y buscan razones en la presencia de Unidas Podemos en el ejecutivo, en algunas de sus propuestas económicas o sociales, en el independentismo o en cualquier otra zona de sombra que pueda servirles para agitar los fantasmas y propagar el miedo. Poco a poco, se crea lo que llamamos una corriente de opinión, que unas veces lleva agua y otras, veneno. 

Cuarto: hay gente que se asusta y pide concordia, quizá sin darse cuenta de que con ello piden silencio o incluso sumisión. Otros van un paso más allá y acusan de agitadores a quienes se atreven a enfrentarse a los matones, culpan a los agredidos de poner en riesgo la convivencia.

Y quinto: nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie, como dice el poema de Alberti que el cantautor Paco Ibáñez convirtió en un himno, “A galopar”. ¿Quién le para los pies a la cada vez más envalentonada Ayuso en Madrid? ¿Dónde está la oposición? Porque la presidenta de la Comunidad no va a parar de provocar incendios para que el humo impida ver dónde empezó el fuego, que fue en su gestión de las residencias de la tercera edad, en las órdenes que emitió para prohibir que las y los ancianos contagiados por la pandemia fuesen derivados a los hospitales de la región, con lo que se les condenó a una muerte segura. Sin embargo, le da lo mismo, su foco está en otra parte, quién sabe si en la esperanza de dar el salto a la política nacional, hipnotizada por quienes le dicen al oído que va a ser la primera mujer al frente del país. Y claro, así se entiende todo con más claridad, porque la ambición es una forma de la ceguera. Y además, siempre le quedará la idea clásica de ese tipo de mentalidad, que es creer que los derechos son para los privilegiados, entre otros el de dirigir la nación, por las buenas o por las malas: si a cuarenta y siete le quitas veintiséis, te quedan veintiuno. La matemática de su discurso lo explica todo.

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