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Política

¿Qué esconde el mantra de la "civilización occidental"? Ayuso rescata por Navidad una idea fetiche de la derecha xenófoba

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, este viernes en Madrid.
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“La Navidad y el Belén celebran el nacimiento de Jesús de Nazaret”. A priori no tiene pinta de ser un discurso polémico. Sigamos. “Con el nacimiento de Cristo medimos los siglos y se funda nuestra civilización”. Mmm. Esto ya va ganando temperatura. “Desde el cristianismo, nuestra cultura, celebramos el hecho mismo de ser humanos”. Suena la alarma. “El cristianismo, nuestra cultura”. Aquí ya el mensaje de Isabel Díaz Ayuso pasa a decir mucho más de lo que parece. Y acaba entroncando –lo hiciera Ayuso adrede o no– con un discurso de la derecha ultranacionalista que ha convertido la “civilización occidental” en su fetiche. Un discurso, el de la necesidad de proteger y mantener una cultura “occidental” de raíz cristiana, que enarbolan desde Trump a Le Pen, pasando por Santiago Abascal, y que viene dando cobertura a líneas políticas antiislamistas.

Vayamos a las palabras de Ayuso. La presidenta de la Comunidad de Madrid lanzó con motivo de la inauguración del Belén de la Real Casa de Correos de Madrid un discurso plagado de referencias religiosas, pero con coartada cultural.n “En el mundo que en otro tiempo era cristiandad y hoy llamamos Occidente, a diferencia de las sociedades colectivistas, cada uno es insustituible”, proclamó, trazando una línea identitaria en el suelo: Occidente cristiano a un lado, colectivismo al otro. En la Navidad, agregó, “celebramos el nacimiento de Cristo”, así como la fiesta de los Reyes Magos, “que simboliza la manifestación de Dios a todos los pueblos de la tierra, a todas las razas, orientales, blancos y negros”. “Católico significa universal”, añadía, en un discurso que llevaba escrito. Y añadió: “Además, es la celebración de la familia, de la infancia, todos pilares de nuestra civilización occidental se tenga o no se tenga fe. Porque sobre los Evangelios, sobre la cultura griega y el derecho romano se funda nuestra cultura”.

Algunas impresiones rescatadas. Se trata de un repertorio que forma parte de la “base de gran parte los nacionalismos reaccionarios”, que resaltan “la otredad” de los “diluyentes del ser nacional”, señala el sociólogo Iago Moreno, para quien las palabras son cualquier cosa menos inocentes. Ayuso incide en una “identificación entre lo nacional y lo religioso”, ingrediente básico de la histórica delimitación de "las dos Españas", según el filósofo Reyes Mate. Hay un “uso excluyente” de la religión que allana el tránsito al antiislamismo, opina el historiador Ángel Luis López Villaverde. Su colega Alejandro García San Juan lanza: “Estamos ante una herramienta conceptual para un discurso supremacista. Se trata de remarcar la superioridad de una civilización sobre las otras”.

Trump, Salvini, Le Pen...

El sintagma clave es “civilización occidental”, que ha adquirido uso corriente de forma casi intercambiable con “cultura occidental” o “valores occidentales”. Se trata de un concepto estelar del pujante nacionalismo esencialista que hace fortuna en Estados Unidos, Europa y España. Veamos sólo algunos de los muchísimos ejemplos. Donald Trump considera un honor que se le considere un “defensor de la civilización occidental”, idea que repiten referentes de la alt-right como Glenn Beck, que da pábulo a los que consideran al presidente como “el guardaespaldas de la civilización occidental”.

La extrema derecha nacionalista francesa, desde Le Pen padre a Le Pen hija, ha tenido en la idea de una defensa de los valores occidentales frente a la islamización su columna vertebral. Allí incluso ha prendido en los sectores más radicalizados la teoría del “Gran Reemplazo”, según la cual los blancos católicos están en trance de ser sustituidos, siguiendo un plan deliberado alentado por las “élites globalistas”, por árabes, subsaharianos y población de otras etnias.

Matteo Salvini, líder de La Lega, agitaba en septiembre el avispero de la confrontación interreligiosa al sugerir que la “civiltà occidentale” implicaba un grado de libertad artística que podía herir la “sensibilidad” de “otras culturas”, como “la islámica”. ¿Y qué decir de la ultraderecha alemana? Tanto Alternativa para Alemania como Pegida entran en el marco de este discurso. Pegida significa “Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente”.

Ultraderecha española

En España el principal abanderado del discurso de la “civilización occidental” es Vox. “Quieren destruir todo lo que simbolice la civilización cristiana occidental. Levantaremos todo aquello que la barbarie destruya”, tuiteó el partido en julio tras el incendio de una catedral en Francia. Era una acusación, sin explicitarlo, contra los islamistas, objetivo prioritario de los mensajes en esta línea. La “civilización occidental” es invocada a veces como ejemplo de progreso frente al machismo islámico. En 2019, antes del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, Vox pedía al resto de partidos que denunciasen “la violencia que sufren las mujeres en muchos países, especialmente aquellos que no pertenecen a la civilización occidental”.

Santiago Abascal es un asiduo. “La civilización occidental no se entiende sin la espiritualidad cristiana, la filosofía griega y el derecho romano”, declaró hace algo más de un año a La Tribuna del País Vasco, en un discurso casi calcado ahora por la líder del PP en Madrid. A juicio de Abascal, estamos en “plena lucha de civilizaciones”. Hay, ha escrito, “islamistas que quieren destruir Europa y la civilización occidental”. Imita el mensaje el líder del partido en Cataluña, Ignacio Garriga: “Hay que defenderse de quienes quieren acabar con la civilización occidental”. También es habitual en Herman Tertsch. Es difícil distinguir lo “occidental” de lo “cristiano”. El portavoz del partido en Andalucía, Alejandro Hernández, defiende que la inmigración que llegue tenga “valores morales compatibles con los nuestros, con el humanismo cristiano”. Y ha logrado que el PP acuerde favorecer una inmigración “respetuosa con nuestra cultura occidental”. Una forma eufemística de indicar una discriminación de los musulmanes.

La siembra del concepto que ahora ha sacado a relucir Ayuso, con la fuerte repercusión que suelen aparejar sus intervenciones, viene de atrás. Hoy es fácil encontrarlo en La Gaceta de la Iberoesfera, el medio de cabecera de Vox [ver aquí, aquí y aquí informaciones en detalle]. Pero desde hace años forma parte del repertorio de la Fundación para la Defensa de la Nación Española (Denaes), de la que Abascal fue presidente. Disenso, laboratorio de ideas de Vox, tiene en la defensa de esa “civilización occidental” amenazada una de sus banderas. Es una referencia habitual en boca de Federico Jiménez Losantos. En los medios de la derecha de posiciones integristas, como Actuall e Infocatólica, estos esquemas narrativos son frecuentes. Y ahí están Falange –“los falangistas seguimos defendiendo los principios inmutables que sustentan la civilización occidental, hoy en decadencia”–, Alternativa Española –“trabajar para dar continuidad a los Principios y Valores fundamentales de la civilización occidental y cristiana– o Democracia Nacional –“el 2 de Enero de 1492 cayó el reino musulmán de Granada recuperándose para la Civilización Occidental la totalidad de España”–.

Por supuesto, el recurso a la “civilización occidental” puede administrarse con distintos fondos y formas. Pero los contornos son siempre similares: hay una “civilización”, término que evoca progreso y orden, que tiene raíces cristianas y debe ser protegida. No todas las ramas de la derecha que utilizan el término ponen la misma concreción en señalar quiénes encarnan esa teórica amenaza a la “civilización occidental” que obliga a su protección, ni tampoco idéntico énfasis en cargar contra los mismos. Lo coincidente es la necesidad de esa preservación. “Un pueblo que olvida sus raíces, espirituales y filosóficas, no sólo se aniquila a sí mismo, sino que priva al mundo de la forma de verlo”, decía Ayuso en su inauguración pre-navideña.

“Occidente frente a la barbarie”Occidente frente a la barbarie”

La pujante ultraderecha nacionalista en Estados Unidos y Europa ha convertido la defensa de la “valores occidentales” en elemento central de su argumentario. No en vano, Steve Bannon reitera que la defensa de la “western civilization” de base judeocristiana está en el ADN del movimiento al que ha surtido de ideas y estrategias. Eso sí, aunque su protagonismo crece ahora, la base del discurso no es nueva. Un informe de la Fundación Rosa Luxemburgo sobre la derecha radical en España, coordinado por el periodista Miquel Ramos y que se publicará a principios de 2021, hace una anotación de gran interés: esta “reivindicación ya fue activada por el PP en la primera legislatura de Zapatero, cuando tras el atentado del 11M el PP enarbló la defensa de Occidente frente a la barbarie”. Ahí hay que inscribir la furia con la que el PP rechazó la “Alianza de Civilizaciones” propuesta por José Luis Rodríguez Zapatero.

El PP se declara en sus estatutos portador de los “valores de la libertad, la democracia, la tolerancia y el humanismo cristiano de tradición occidental”. Es una formulación suave, lejos del énfasis de Ayuso. El sociólogo Iago Moreno, observador de los movimientos del mundo radical, ve significativa la “hagiografía de Cristo y su religión como base de la civilización occidental” que lanzó la presidenta madrileña. “Es ser cristianos lo que nos hace ser quienes somos 'tengamos fe o no' y es el cristianismo lo que explica por qué el colonialismo español fue una suerte de armonía de razas y naciones en libertad y progreso”, glosa Moreno. A su juicio, Ayuso se ha convertido en “un submarino de Vox en las filas del Partido Popular”. Y añade: “La idea de defender la 'civilización occidental' y la 'cultura cristiana' de sus 'enemigos' es la base de gran parte de los nacionalismos reaccionarios que hoy son tachados de populistas por cierta retórica anti-establishment. No sólo representa una moralización de los conflictos sociales sino que consagra la nación y resalta la otredad de los enemigos en los términos más bestiales: el otro como diluyente del ser nacional, el otro como virus extraño en nuestro cuerpo”.

El problema de este discurso, reflexiona, es que “los enemigos no son contrarios por pensar diferente sino por ser, en sí mismos, una amenaza para el alma de la nación”. “Es de ahí de donde sale el trastorno conspiranoico de ver en la caída accidental de un crucero [de una Iglesia] un 'atentado cristianófobo', añade el sociólogo, que recuerda que “la propaganda del NO-DO bautizó a Franco como el 'Centinela de Occidente'”. Según Moreno, las palabras de Ayuso se insertan en “una cruzada religiosa, política y cultural”. No hace distinciones entre la presidenta y Vox. Para todos los que participan del discurso de las civilizaciones, “la historia no tiene nada que ver con construir más democracia sino con sanar la herida abierta por intrusos y enemigos”, señala.

Supremacismo

Alejandro García Sanjuán, profesor titular de Historia Medieval, subraya cómo el uso político de la idea de “civilización”, que califica de “compleja y controvertida”, adolece de falta de rigor. Poco importa. No se busca la precisión académica. “Estamos ante una herramienta conceptual para un discurso de carácter supremacista, porque de lo que se trata es de remarcar la superioridad de una civilización sobre las otras”, explica. García Sanjuán se detiene en las trampas históricas de este enfoque. “Cuando se habla de civilización occidental, se alude a la democracia y la libertad, pero no a las cámaras de gas y el colonialismo”, explica el historiador, que pone el ojo en los mimbres de esta construcción ideológica: la Reconquista como éxito en la lucha de la liberación nacional; la exaltación de los valores morales del catolicismo, como si hubiera sido no sólo un dechado de tolerancia, sino un exportador de derechos humanos a Hispanoamérica... Queda opacada en cambio la Gran Redada contra los gitanos en el siglo XVIII, igual que la brutalidad del esclavismo. La civilización occidental sería sólo pensamiento griego, derecho romano, arte renacentista, emancipación revolucionaria en Francia y separación de poderes... Todo ello, listo para ser invocado como seña distintiva frente al otro.

Sanjuán insiste: es una deformación histórica al servicio de un proyecto político. “No hay ningún hilo conductor que una a Pericles con Trump. No son lo mismo las democracias griegas que las democracias liberales actuales, pero se busca una sensación de continuidad”. Y subraya que la jugada no es nueva. “Siempre se busca un enemigo. Antes era el comunismo, ahora el Islam, que te permite remontarte a las cruzadas para fundamentar el supremacismo cristiano occidental”. A su juicio, un mensaje de la periodista Isabel San Sebastián tras los atentados terroristas islamistas en Barcelona lo sintetiza a la perfección: “Malditos seáis, islamistas hijos de... Ya os echamos de aquí una vez y volveremos a hacerlo. España será occidental, libre y democrática”.

Identidades reducidas

El filósofo Reyes Mate, referente de la reivindicación ética de las víctimas del fascismo, escribió en 2011 un artículo en El Periódico titulado En nombre de la civilización occidental en el que veía venir el tsunami. “Es alarmante la creciente advocación de los valores del cristianismo por la ultraderecha mundial”, escribía. Mate ha escuchado el discurso de Ayuso, que entronca con una derecha española “anclada en el nacionalcatolicismo” y que se basa en una “identificación entre lo nacional y lo religioso”. “En otros países, como Francia y Alemania, existe lo que Habermas llama 'derecha neopagana', que tiene un referente en Peter Sloterdijk, y que se rebela contra el buenismo de la religión progre. Eso tiene poca fuerza en España. Aquí se sigue vinculando la identidad de España con lo católico, y ese es el guiño de Ayuso: una utilización de la religión para reforzar una línea política”.

Mate recuerda que, por la historia de España, los discursos reduccionistas sobre la identidad española deben ser objeto de especial atención. “Siempre ha habido dos Españas, porque hay una que no reconoce como española a la erasmista, liberal, republicana o roja. Ese no es español. España sólo es España cuando lo español y lo religioso se confunden para negar la españolidad al árabe, el moro y el judío, aunque estuvieron incluso más tiempo aquí. Se acaba excluyendo del ser español al no cristiano. Por eso se expulsa al judío y luego al morisco”.

Uso “excluyente” de la religión

En las palabras de Ayuso en particular, y en el discurso de la “defensa de la civilización” en particular, hay “un uso excluyente de la religión” que abona el terreno para la xenofobia, a juicio de Ángel Luis López Villaverde, profesor de Historia Contemporánea y autor de El poder de la Iglesia en la España contemporánea (Catarata, 2013). “Ayuso lo centra todo en el cristianismo, como si lo abarcara todo y fuera lo propio de lo español. Es una forma de entender la identidad española que hunde sus raíces en la sombra alargada del nacionalcatolicismo”.

López Villaverde coincide con García Sanjuán en la denuncia del uso torticero de la historia: “Lo cristiano viene del mundo oriental, pasado por el tamiz occidental a través de la cultura grecolatina. No es un todo que se pueda asignar a la identidad de España o Europa”. A su juicio, el discurso abre la puerta a una discusión sobre “las dos Españas” y un enfrentamiento en base a identidades. “Es un discurso antiguo, que reivindica un pasado glorioso bajo la unidad católica, con la Reconquista como esencia de España. Son clichés manidos que se siguen repitiendo y que tienen muchos riesgos”.

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Este y oeste

En un artículo en The Guardian titulado No existe eso llamado civilización occidental, Kwame Anthony Appiah, profesor de Filosofía y Leyes en la New York University, señala: “Durante la Guerra Fría, 'el oeste' era un lado del telón de acero; 'el este' su opuesto y enemigo. Este uso ignoraba a la mayor parte del mundo. A menudo, en los últimos años, 'el oeste' significa el Atlántico Norte: Europa y sus antiguas colonias en América del Norte. Lo opuesto aquí es un mundo no occidental en África, Asia y América Latina –ahora apodado "el sur global"– aunque muchas personas en América Latina también reclamarán una herencia occidental. Esta forma de hablar se fija en el mundo entero, pero agrupa a un montón de sociedades extremadamente diferentes, mientras que delicadamente se talla alrededor de los australianos y neozelandeses y los sudafricanos blancos, de modo que occidental aquí puede parecer simplemente un eufemismo para blanco”. Escribe después Kwame Anthony Appiah: “Hoy en día también hablamos a menudo del mundo occidental para contrastarlo no con el sur sino con el mundo musulmán. Y los pensadores musulmanes a veces hablan de forma paralela, distinguiendo entre Dar al-Islam, el hogar del Islam, y Dar al-Kufr, el hogar de los no creyentes”.

Hay una anécdota sobre Gandhi que, aunque seguramente apócrifa, presenta interés para entender la cuestión. Alguien le preguntó una vez, se cuenta, qué pensaba de la “civilización occidental”. Su respuesta: "Creo que sería una muy buena idea". Pues esa idea circula cada vez con más fuerza. Y no en el sentido que hubiera esperado Gandhi.

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