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Memoria histórica

La pandemia mantiene en pie la última estatua de Franco en la vía pública: "Melilla sigue siendo un parque temático de la dictadura"

La estatua del dictador en Melilla.

Da igual si llegas en ferri desde Málaga, Almería o Motril. O si al desembarcar pones rumbo al centro de la ciudad a pie o en vehículo. Siempre, al salir del puerto, te recibirá la misma persona. Con su bastón de mando en la mano derecha, sus prismáticos al cuello y la cabeza, cubierta con un sombrero, bien alta. Cuarenta y cinco años después de su muerte, Francisco Franco Bahamonde te sigue dando la bienvenida, desde su pequeño pedestal, a Melilla. Es la última estatua del dictador que, a pesar de la Ley de Memoria Histórica, todavía continúa en pie en la vía pública. Las seis legislaturas conservadoras en la ciudad autónoma han permitido que la escultura, moldeada en bronce, se convierta en la última de Filipinas. Las seis legislaturas de dominio conservador en la ciudad autónoma han contribuido a ello. Pero desde hace más de un año es el PSOE el que forma parte del Ejecutivo. Un cambio de tendencia que ha permitido abrir el melón de una retirada que, sin embargo, se ha ido alargando en el tiempo. El expediente ya está listo. El problema es que el estallido de la crisis sanitaria, explican desde el Gobierno melillense, ha terminado trastocando las previsiones iniciales.

La estatua se colocó, curiosamente, tras la muerte del dictador. La obra en cuestión, que se encuentra a los pies de la Muralla de Florentina, fue encargada por el Ayuntamiento de Melilla al escultor y comandante Enrique Novo Álvarez. No se instaló de inmediato. De hecho, estuvo guardada unos meses hasta que el alcalde de la ciudad, presionado por los concejales franquistas, terminó dando el paso. Lo hizo a escondidas, sin una inauguración oficial, en 1978. Desde entonces, forma parte del enorme catálogo de vestigios de la dictadura que resisten en la ciudad autónoma. Y ha sido el foco de enormes polémicas en los últimos años. En 2015, por ejemplo, una veintena de guardias civiles del Grupo Rural de Seguridad (GRS), enviados por el Ministerio del Interior a la ciudad autónoma para dar apoyo al control fronterizo, se fotografiaron sonrientes y de uniforme con la bandera de España junto a la estatua del dictador. Aquella imagen provocó agrias críticas políticas. El diputado Jon Iñarritu, de EH Bildu, preguntó al Ejecutivo central por escrito qué le parecía la instantánea y qué medidas tenía pensado tomar. Nunca obtuvo respuesta.

Por aquel entonces, el Gobierno de Melilla estaba en manos del conservador Juan José Imbroda, que siempre se ha resistido a retirar la escultura de la vía pública. Pero ahora eso ha cambiado. Desde las últimas autonómicas, el Ejecutivo está en manos de Ciudadanos, Coalición por Melilla y el PSOE, que siempre se ha mostrado partidario a quitar la escultura. Sin embargo, a día de hoy Franco sigue vigilante, a los pies de la muralla. “¿Cómo es posible que haya pasado un año y no se haya dado todavía el paso, que lleva solo cinco minutos?”, se pregunta Óscar Gaztelumendi, candidato de Unidas Podemos en los últimos comicios en la ciudad autónoma. En conversación con este diario, el dirigente morado explica que en Melilla hay mucha división alrededor de esta cuestión. Por un lado, los vecinos que consideran una “vergüenza” que en sus calles se siga “homenajeando” la figura del dictador. Por otro, los que recuerdan con “mucha nostalgia” uno de los episodios más negros de la historia reciente de España. “Es increíble escuchar a gente joven decir todavía que ojalá regresase la dictadura”, relata Gaztelumendi.

Pero la salida del caudillo de la entrada del puerto se producirá en pocas semanas. O eso es, al menos, lo que aseguran desde el Ejecutivo que dirige el naranja Eduardo de Castro. “Nada más llegar al Gobierno, decidimos que íbamos a quitar toda esta simbología. Empezamos cambiando los nombres de algunas calles y, antes del inicio de la pandemia, iniciamos el expediente para retirar la estatua de Franco”, cuenta a infoLibre al otro lado del teléfono la socialista Gloria Rojas, vicepresidenta de la ciudad autónoma. El Consejo de Gobierno dio luz verde a dar el paso. La decisión política ya estaba tomada. El problema, dice, es que poco después estalló la crisis del coronavirus y decidieron paralizar la retirada. Consideraban que, dada la situación sanitaria en la que se encontraba medio mundo, había otras prioridades que atender. Pasado el verano, y ya con el coronavirus más controlado, se decidió volver a mover de nuevo el expediente. Pero, asegura Rojas, se encontraron con lo que desde el Ejecutivo de la ciudad autónoma consideran un escollo: un acta del Ayuntamiento de Melilla de hace casi medio siglo.

¿Es necesario pasar por el Pleno?

El documento, por el que se acordaba la construcción en la ciudad de un monumento para perpetuar el “recuerdo” del dictador ante “generaciones venideras”, está fechado el 3 de diciembre de 1975, dos semanas después de la muerte de Franco y su posterior entierro en el Valle de los Caídos. Y cuenta con la firma de todo el Pleno –Luis Cobreros (el alcalde entonces), Miguel Gutiérrez, Juan Ríos, Mercedes Salmerón, José Sánchez y Andrés Morales–. “Pensábamos que solo tenía que pasar por Consejo de Gobierno y Comisión de Educación, pero viendo estas actas, y por dotar a la decisión de mayor seguridad jurídica, hemos decidido que la retirada la avale también el Pleno de la Asamblea”, explica Rojas. Por el momento, el asunto solo tiene luz verde por parte del Consejo de Gobierno. Queda todavía que voten todos los miembros de Educación y la Cámara regional en su conjunto. El Ejecutivo melillense tiene previsto que se retome el tema una vez pasadas las fiestas navideñas. Si se cumple con los plazos previstos, la vicepresidenta calcula que la escultura podrá estar retirada el próximo mes de febrero.

Rojas considera que el paso del asunto por el conjunto de la Cámara es indispensable para que no haya luego “ningún problema”. “Si una decisión se toma en el Pleno, lo normal es que la contraria se adopte también en Pleno”, zanja. Algo que, sin embargo, para Gaztelumendi no es más que una excusa política que dilata el procedimiento. En este sentido, el portavoz de Unidas Podemos, que no tiene representación en la ciudad autónoma, sostiene que no hay mayor seguridad jurídica que la que aporta la Ley de Memoria Histórica. En la misma línea se pronuncia el abogado memorialista Eduardo Ranz. “Si se quiere modificar el nombre de una calle o estudiar en una comisión la existencia de simbología franquista, sí que debe acordarse en el Pleno. Pero para retirar elementos contrarios al orden constitucional, no hace falta jurídicamente convocarlo. Se toma una decisión y se lleva a cabo”, dice el letrado, que esta semana registró una petición para que se quite la polémica estatua en nombre de la Asociación Memorialista Ranz Orosas, liderada por Macarena Orosa, concejala socialista en el Ayuntamiento de Coslada (Madrid) y presidenta de la Comisión de Memoria Histórica del mismo consistorio.

Homenaje al comandante

La escultura en la picota, para cuya construcción la administración melillense convocó una licitación de tres millones de pesetas, fue concebida en un primer momento para honrar la memoria del “Generalísimo Franco”. Pero durante la realización, y por motivos que se desconocen, se decidió cambiar el homenaje por el de “comandante Francisco Franco, héroe de las campañas de África y liberador de Melilla”. A esta modificación es a la que se ha agarrado el propio Imbroda siempre que se le ha preguntado por esta cuestión. “Yo no quitaría la estatua del puerto porque simboliza un homenaje a las fuerzas militares que en 1921 evitaron que Marruecos tomara Melilla. Ese monumento no tiene nada que ver con la exaltación de la dictadura”, sostenía el ahora senador en octubre de 2019. El mismo argumento que puso sobre la mesa la Plataforma Patriótica Millán Astray, una asociación de veteranos legionarios y simpatizantes, cuando se enteró de las intenciones del Ejecutivo de la ciudad autónoma. “Se refiere a un monumento histórico que es previo a nuestra Guerra Civil”, apuntaban en un comunicado.

La Ley de Memoria Histórica establece en su artículo 15 que deberán ser retirados todos aquellos vestigios conmemorativos de “exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la dictadura”. Sin embargo, Ranz rechaza que el hecho de que la obra esté dedicada al caudillo en su etapa como comandante –etapa previa al golpe de Estado– pueda complicar su retirada en aplicación de la norma. En su opinión, ese es un “debate superado” en tanto que el Gobierno melillense la incluyó en junio de 2017 en el catálogo de vestigios franquistas que se vio obligado a elaborar a raíz de una demanda interpuesta por el abogado en la vía contencioso-administrativa. “De todos modos, es imposible concebir la figura de Franco sin entender que fue el dictador que fue. Es imposible”, señala el letrado. Coincide Gaztelumendi: “Es como si se defiende una estatua de Hitler de su etapa como pintor”. Como Ranz, tampoco la vicepresidenta de la ciudad autónoma cree que esto pueda terminar suponiendo una barrera: “Por mucho que esté como comandante, lo que fue es un dictador. Y nuestra decisión política es quitarla”.

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En el informe anteriormente mencionado, se recomendaba trasladar la escultura al Panteón de Héroes de las Guerras Coloniales. Pero aun con Franco fuera del puerto, a Melilla todavía le queda mucho trabajo por hacer para dejar de ser, como recuerda el abogado memorialista, “el territorio con mayor simbología de exaltación franquista por habitante”. En junio de 2017, el catálogo recogía algo más de medio centenar de calles o plazas dedicadas a personajes, melillenses o no, vinculados al golpe de Estado de 1936 y la posterior Guerra Civil. Algunas de ellas fueron retiradas –la dedicada a José Antonio Primero de Rivera, al falangista Onésimo Redondo o al general Moscardó–. Pero otras siguen presentes. Todavía existe la calle Teniente Bragado, uno de los principales elementos del golpe de Estado en la ciudad autónoma, o el Pasadizo del Teniente Coronel Emperador, otra de las figuras destacadas en aquel julio de 1936. También la vía Teniente Sánchez Suárez, quien participase en la génesis de la sublevación y fuera jefe de Falange en Melilla.

Monumento a los Héroes de España. | Óscar Gaztelumendi

“Pero además de calles, hay otros muchos elementos que evocan a la dictadura”, recalca Gaztelumendi. Y, en este sentido, destaca el Monumento a los Héroes de España. Fue erigido, según cuenta el portavoz de Unidas Podemos, en la década de los cuarenta tres el derribo del quisco conocido como La Peña, “donde se reunían los intelectuales o artistas para sus tertulias”. Un trabajo de bronce, piedra y mármol del que se encargó el escultor Vicente Maeso. Hace unos años, en los trabajos de reforma de la plaza en la que se encuentra ubicada, se retiraron del monumento algunos elementos, como la frase “Una, grande, libre” que lo encabezaba o la placa que se encontraba a sus pies. Pero, a día de hoy, el enorme Águila de San Juan que lo cubre sigue destacando en el conjunto. “Melilla sigue siendo, a día de hoy, un parque temático del franquismo”, sentencia Gaztelumendi.

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