Crisis del coronavirus

De la 'pandemia' a la 'sindemia': así confluye el covid con la precariedad, la desigualdad y el abandono de lo público

Un apretón de manos a un residente de un centro de la tercera edad.

"El covid-19 no es una pandemia". Ese titular apareció en septiembre en la que posiblemente es la revista médica más prestigiosa del mundo, The Lancet. Y firmado por su editor jefe. ¿Qué pasó? ¿Negacionistas infiltrados? Nada más lejos de la realidad: fue un clickbait sin mala intención, una provocación del autor, Richard Horton, para llamar la atención sobre una evidencia bien contrastada: no se puede abordar la crisis sanitaria con criterios de la epidemiología más estricta, "en términos de peste", teniendo en cuenta solamente cómo se transmite el virus y cómo se cortan las cadenas de contagio, sin tener en cuenta el resto de enfermedades con las que confluye, que agravan la patología y que son muchas veces provocadas o espoleadas por la precariedad, la desigualdad y la ausencia clamorosa de los sistemas públicos de respaldo y protección social. No es una pandemia, es una sindemia: el término destinado a la confluencia de varias dolencias en una sociedad, multiplicando sus efectos. En Madrid, un grupo de expertos ha abanderado el –relativo– neologismo para denunciar que la situación de las residencias en la Comunidad de Madrid con el SARS-CoV2 va más allá del peligro de un virus que afecta con severidad a la gente mayor: el bicho viene a agravar una situación de falta de cuidados básicos, de "edadismo" y de abandono. Las carencias provocan sufrimientos en los que el covid es solo el golpe final. 

El término sindemia fue concebido por primera vez por Merrill Singer, un antropólogo médico estadounidense, en la década de los 90. En sentido estricto, se trata de una coincidencia entre varias enfermedades que empeoran el diagnóstico de los afectados en mayor medida que la simple suma de las partes. El padecimiento a la vez de un resfriado y una dermatitis, poniendo un ejemplo aleatorio, no es relevante en este caso. Pero, en el contexto del covid-19, está ampliamente demostrado desde los primeros meses que el patógeno se ceba con los cuerpos de individuos con obesidad, diabetes u otras enfermedades no transmisibles, que a menudo tienen una relación directa con el contexto socioeconómico de quienes las sufren. "Limitar el daño causado por el SARS-CoV-2 exigirá mucha más atención a estas enfermedades y la desigualdad de lo que se ha admitido hasta ahora", asegura Horton, que lamenta que el enfoque, hasta el momento, ha sido demasiado simplista. 

Evidentemente, el covid-19 ha creado una pandemia. Nadie mínimamente informado lo discute. El término sindemia no viene a sustituir, sino a complementar. sindemiaUna pandemia, en determinados contextos, se puede convertir en sindemia. Sobre todo, en países con una salud pública debilitada, marcada por las diferencias de clase, que hace que determinados hábitos perjudiciales calen en los estratos más desfavorecidos. O condiciones estructurales insalubles, como las infraviviendas o el hacinamiento. De hecho, otra de las antropólogas médicas más prestigiosas del mundo, la investigadora Emily Mendehall, respondió a su colega en The Lancet con un matiz importante: el covid-19 no ha generado una sindemia global. Sí en algunos países. En otros, una gestión "ejemplar" ha evitado la transición: en Nueva Zelanda, por ejemplo. O en países africanos donde la pandemia ha golpeado con menos intensidad y las medidas preventivas han funcionado mejor, a pesar de la sorpresa de muchos: "Algunos han argumentado que esto refleja un marco racista que piensa que los contextos africanos deberían sufrir más", asegura la experta, que ha estudiado el desarrollo de la crisis sanitaria en el continente. 

Los países supuestamente más desarrollados –desde una óptica capitalista– y sin fuertes políticas de justicia social son proclives a desarrollar sindemias. La desigualdad produce monstruos. Mendehall lo pone negro sobre blanco: "Los fracasos políticos de Estados Unidos han impulsado la morbilidad y la mortalidad del covid-19, y esto no se puede separar de nuestro legado histórico de racismo sistémico o nuestra crisis de liderazgo". Pero coincide con Horton en el fondo. Como él mismo escribe, "la vulnerabilidad de los mayores, las comunidades étnicas negras, asiáticas y minoritarias, y los trabajadores esenciales a quienes comúnmente se les paga mal y con menos protecciones sociales apuntan a una verdad hasta ahora apenas reconocida: no importa cuán efectivo sea un tratamiento o una vacuna protectora, la búsqueda de una solución puramente biomédica para el covid fracasará. A menos que los gobiernos diseñen políticas y programas para revertir las profundas disparidades, nuestras sociedades nunca estarán verdaderamente seguras contra el virus". 

Es un discurso basado en la evidencia que muchos expertos en España vienen abanderando desde el principio de la epidemia, también en respuesta a unas declaraciones del presidente Sánchez en las primeras semanas de pandemia: "el coronavirus no entiende de clases". Sí, sí que entiende. Según un informe de la consultora McKinsey, la probabilidad de morir por covid-19 es mucho mayor en personas con problemas relacionados con la vivienda, paradas, encarceladas, pobres o con inseguridad alimentaria. Y algunas enfermedades no transmisibles que agravan la enfermedad generada por el SARS-CoV2 tienen relación directa con estas circunstancias: la obesidad, por ejemplo, con relación parcial –no siempre– con una dieta poco equilibrada causada por la falta de tiempo o de recursos para comprar mejor.

Esta relación entre obesidad y covid se hizo muy evidente en Reino Unido: posiblemente el país del mundo que más está sufriendo la tercera ola de coronavirus, agravada por una nueva variante del patógeno, y ahora sujeta a un confinamiento total. Como explica el propio Horton en esta tribuna en The Guardian, las islas británicas sufren de las peores tasas de esperanza de vida en comparación a los países de su entorno. La desigualdad nunca se recuperó del mandato de Margaret Thatcher y no solo sus políticas que ampliaron la brecha entre ricos y pobres, sino la asunción del neoliberalismo como un mantra en la gestión pública del país, también entre los tories. Tras pasar el covid, el primer ministro, Boris Johnson, prometió que su "prioridad" estaría en atacar las causas de la obesidad para frenar la mortalidad de la pandemia. "Pero hasta ahora el Gobierno ha dejado intactas las causas fundamentales de la obesidad: la industria de la comida basura, la dificultad para acceder a productos saludables asequibles y el hecho de que muchas personas en situación de pobreza no tienen tiempo para preparar alimentos desde cero", critica el antropólogo médico. 

Tras la publicación de Horton en The Lancet, el término sindemia se ha puesto de moda, aunque nunca llegó a desaparecer tras su creación: hay autores que lo han utilizado en fechas muy recientes para explicar las relaciones entre tres epidemias que afectan a todo el globo. Obesidad, malnutrición y cambio climático. Y un grupo de investigadores españoles ha recogido el guante para definir la situación de las residencias en la Comunidad de Madrid: a su juicio, se produce una auténtica sindemia en la que el covid-19 viene a agravar una situación de práctico abandono de los mayores en muchos centros, que ya existía antes de la pandemia y que continuará si los gestores públicos no enderezan el rumbo.

La sindemia de las residencias de Madrid: "Están abandonados"

La investigadora especializada en la tercera edad Victoria Zunzunegui formó en agosto junto a más de mil trabajadores del campo de la salud una plataforma llamada ActuarCOVID, para fiscalizar la gestión pública de la pandemia en la Comunidad de Madrid, proponer alternativas y luchar por el cumplimiento del Decálogo contra la Covid-19 firmado por más de 500 especialistas. Dentro de él, formaron un grupo de trabajo sobre la prevención de las residencias. Se pusieron a profundizar, y lo que vieron no les gustó. "La mayoría de las personas que trabajaban en ActuarCOVID era de Atención Primaria y de hospitales. Y estábamos cinco personas que trabajábamos más con personas mayores. Empezamos a ver cómo estaba la situación en base al portal de transparencia de la Comunidad de Madrid. Vimos como había brotes todas las semanas, con un 40% o un 50% de las defunciones totales que venían de residencias", explica la investigadora a infoLibre. Fue entonces cuando se encontraron con el artículo de The Lancet y la palabra sindemia. "Nos pareció que era perfecta para describir lo que estaba pasando en las residencias de Madrid". 

¿Por qué? Pues porque, en resumidas cuentas y en palabras de Zunzunegui, las personas mayores de muchas residencias de Madrid "están abandonadas" por la avaricia de lo privado, la falta de control de la administración madrileña y la precariedad que afecta a los trabajadores de los centros. Los ancianos desarrollan patologías evitables con un buen cuidado de su dependencia, y cuando llega el covid arrasa con sus vidas. En el mejor de los casos, se libran del contagio, pero las medidas de contención de la pandemia empeoran gravemente su salud. En estos centros, asegura la investigadora, "ha fallado todo en un sistema que ya sabíamos que no estaba funcionando. Todas las personas que trabajamos en temas de ancianos sabemos que están prestando una pésima calidad de atención, subfinanciados a partir de la crisis". 

Explica la investigadora los pasos para el fracaso anunciado de las residencias madrileñas durante la pandemia. En primer lugar, la crisis financiera desatada hace una década, que hizo que las residencias, como se ha contado en este periódico, se agruparan en grandes empresas que buscaron más reducir gastos que desempeñar una labor esencial. "No están cumpliendo con lo que tendrían que cumplir: dar un hogar. Es un fracaso político, económico y social". Cuando llega el covid, las plantillas se encuentran mermadas, infrapagadas y saturadas. Las técnicas de cuidados auxiliares de enfermería, puntualiza Zunzunegui, son las encargadas en las residencias de, como su nombre indica, cuidar a estas personas. Y la labor va mucho más allá de moverlas, vestirlas o darles de comer. Va de acompañar. Y no dan para más. 

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El grupo de trabajo de ActuarCOVID cuenta con siete técnicas que, anónimamente, les explican cómo está la situación en las residencias. Y además de la carencia de equipamiento de protección básico, con mascarillas siendo reutilizadas una y otra vez porque no hay dinero para más, explican que las profesionales no tienen tiempo para atender a las personas mayores como es debido. "Estas personas tienen sueldos bajos, condiciones precarias y se les exije una carga de trabajo muy alta. No es solo meterles la comida en la boca. Es hablar con ellos mientras comen". Hacerles compañía. Pero no tienen tiempo. Muchos de estos trabajadores se han pasado a la sanidad pública, donde las condiciones son algo mejores, por lo que falta personal. 

Y esta precariedad tiene consecuencias directas en la salud de los ancianos. Esa compañía es más valiosa que nunca cuando muchas personas mayores llevan meses sin recibir la visita de seres queridos. "El aislamiento acelera el deterioro cognitivo y la demencias. Personas que hablaban y se comunicaban han dejado de hablar. Y lo más perverso que hay para una persona mayor: ni siquiera entienden bien lo que está pasando". Al pasar las horas en sus habitaciones, sin moverse, pierden la movilidad, y se dan incluso episodios de "anorexia": pierden el apetito o se niegan a comer. 

Zunzunegui asegura, en base a las conversaciones que han mantenido con la administración, que la Comunidad de Madrid no tiene ni los recursos presupuestarios ni las ganas para atajar esta situación de las residencias privadas. La vacuna está siendo ya administrada, pero la región es la que más retraso lleva y la tercera ola está encima. Y la vulnerabilidad seguirá, con o sin pandemia, si no se le pone remedio. Es, a juicio de los expertos sanitarios, un ejemplo perfecto de lo que es la sindemia: una enfermedad que viene a agravar las ya existentes por un sistema injusto. 

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