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Todos los días son 8 de marzo (en la tele)

La actriz Alison Brie en la serier 'Glow'.

Nerea Dolara

No es casualidad que la segunda temporada de Jessica Jones llegue a Netflix el 8 de marzo, Día de la Mujer. Cuando se estrenó, esta serie sobre un personaje con superpoderes, hábitos destructivos y personalidad altamente sarcástica se convirtió en la primera historia del universo Marvel que estaba protagonizada por una mujer... y además llegaba en una era en la que el feminismo se estaba abriendo paso en las mismas pantallas que sólo hacía unos años estaban repletas casi exclusivamente de conflictivos hombres blancos. Jessica Jones fue rápidamente una representante clara de la nueva ola de la televisión: esa en la que más personajes femeninos con defectos, problemas o historias felices (es decir, tan humanas como los hombres que les antecedieron) estaban ganando espacio. Jones, además, podría ser abanderada del momento actual, pues básicamente lo es sin haberlo planeado. Su relato habla de una superviviente del síndrome postraumático, de las consecuencias de sufrir una violación, de la masculinidad tóxica (¡y cuán tóxica!) y de la fortaleza de las amistades femeninas y el poder que conllevan... y esto fue en 2015, bastante antes de los escándalos de Donald Trump, Harvey Weinstein y otros muchos hombres poderosos y sus abusos contra las mujeres. Ahora, la serie de la chica con una fuerza sobrehumana, predilección por el whisky y bastantes malas pulgas, regresa y es de esperar que su enfoque sea un espejo de su protagonista: duro, crítico y oscuro... ¡ah! y muy feminista.

En 2015, AV Club describió Jessica Jones de esta manera: “Debería decirse: Jessica Jones es un show profundamente feminista, incluso en su retrato del sexo, que es claramente empoderador para las mujeres. Más que eso, su conflicto central es que su protagonista está luchando por mantener su poder de decisión y su fortaleza en contra de un hombre abusivo”. Y aunque Jones funciona como un ejemplo clarísimo de esas mujeres que cada vez más se esparcen por la pantalla, antes de ella ya hubo personajes que defendían -unas veces mejor y otras, peor- sus identidades femeninas y su propio ser. Uno de ellos es Carrie Bradshaw, de Sexo en Nueva York, a quien Emily Nussbaum, crítica de The New Yorker, bautizó como “la primera antiheroína no reconocida de la televisión”. Ya en 1998, Bradshaw y sus amigas existían, pero el panorama general estaba, y seguiría por más de 10 años, lleno de antihéroes masculinos al estilo de Tony Soprano, Don Draper o Walter White.

En 2012, llegó un relevo que llenó las páginas de los medios de ensayos que oscilaban entre halagadores textos sobre la percepción de la joven Lena Dunham acerca de las mujeres de su generación hasta críticas descarnadas a su aspecto físico y la forma en que su serie mostraba el sexo. Girls fue una abanderada de la nueva llegada de las mujeres antiheroicas (y cómo) y hasta despreciables a la televisión. Y desde ese momento, acompañada de creadoras y actrices como Mindy Kalling, Amy Poehler, Tina Fey, Jenji Kohan o Shonda Rhimes, Dunham y compañía abrieron puertas a personajes femeninos complejos, tridimensionales y altamente feministas.

2017 podría llamarse el año que más mostró este fenómeno en pantalla, y también podría calificarse como un año lleno de activismo creativo. El año pasado, series como El cuento de la criada no sólo se ganaron a la crítica, a la audiencia y todos los premios, sino que se convirtieron también en símbolos de lucha contra hombres machistas con poder. Pero el movimiento fue más allá de esta perturbadora adaptación de la novela homónima de Margaret Atwood. En 2017, la pantalla se llenó de mujeres luchadoras, independientes, extrañas, únicas... Por ejemplo, I love Dick. Esta excelente serie de Amazon (que fue cancelada) está basada en un libro fundacional del feminismo de los noventa del mismo nombre. En esta historia, la protagonista sucumbe ante un deseo obsesivo por un artista distante y arrogante que conoce mientras éste trabaja junto a su esposo. ¿Qué tiene eso de feminista? Su deseo se convierte en una forma de expresión, es suyo, le pertenece, la mueve, la libera, le descubre cosas propias. Su deseo se trata de ella y nadie más. La serie tiene detrás a Jill Solloway (Jessica Jones también tiene una mujer al mando, Melissa Rosenberg) y su insistencia en dejar de lado la mirada masculina (de hecho, la mayoría del equipo era femenino) libera a la serie de cualquier connotación de explotación y se adentra en el sexo y el deseo con un enfoque refrescante y completamente femenino, algo poco visto no sólo en la televisión, sino en cualquier narrativa.

Producir su propio contenido

Otro estreno del que se ha hablado mucho (también en esta misma revista) es Big little lies, que tiene al mando a personajes femeninos con defectos y altamente interesantes y que en poco tiempo tendrá una segunda temporada. Esta serie se ha convertido en el proyecto bandera de su protagonista y productora, Reese Whiterspoon, que, como deja claro en un discurso que se ha hecho viral, optó por preguntarse a sí misma ¿y ahora qué? tras pasar toda su carrera encontrándose con personajes femeninos simples y secundarios. La respuesta, como en el caso de muchas de estas historias, es poner a mujeres detrás de la narración, tomar las riendas y, en su caso, producir su propio contenido.

Otra voz femenina que ha construido uno de los personajes más memorables de esta era de la televisión es Pamela Adlon. Su serie, Better things, podría describirse como un retrato de la vida misma. Y eso suena cursi y poco interesante, sí, pero la serie es agridulce, sarcástica, amorosa, pesimista, grosera, ruda, tierna, devastadora y optimista, todo sin un ápice de artificio. Las historias de Better things son tan humanas que duelen, se perciben en la piel, se huelen, se escuchan. Y Sam, la madre divorciada de tres niñas que interpreta Adlon, es un amasijo de contradicciones, vulgaridad y fortaleza, un ser humano como pocos se ven en televisión.

Pero no todo se maneja en términos de drama. En la comedia hay mujeres fuertes y complejas también. Tomen el caso de Kimmy Schmidt, superviviente de un largo secuestro, que se niega a dejar que el mundo la amilane, o de Midge Maisel en The marvelous Mrs. Maisel, la ama de casa de principios de los sesenta a la que su esposo abandona y que opta por dedicarse al stand up. Ninguna de ellas es simple o perfecta. Kimmy pasa dos temporadas negando su trauma, hasta que la sobrepasa, y Midge está tan sumergida en su reciente liberación que ni siquiera hace caso a sus hijos (es posible que esto sea en sí mismo un comentario sobre el hecho de que Midge en otro tiempo no hubiese sido madre porque no le interesaba).

La cuarta ola feminista nace indignada: lo personal es político

El feminismo ha llegado a la televisión, parece, para quedarse. Cada vez más mujeres se colocan tras las bambalinas, escribiendo personajes interesantes que hace unas décadas no habrían existido (como Jane Villanueva en Jane the Virgin, Rebecca Bunch en Crazy ex-girlfriend o Meredith Grey en Anatomía de Grey). Cada vez hay más atrevimientos (como la nueva serie de Star Trek con una mujer protagonista; Glow, centrada en el mundo de la lucha libre femenina de los ochenta, o Nola Darling y sus tres amantes simultáneos) y más vueltas del timón en buenas direcciones (como prueba Juego de tronos con su alejamiento de las violaciones como trucos de trama y el empoderamiento de sus personajes femeninos). Y aunque quede trabajo por hacer, una cosa resulta clara: cada vez hay más representaciones humanas, diversas, tangibles de la mujer en pantalla.

*Este artículo está publicado en el número de marzo de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí

 

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