Joyas del interior

'Silencio' y estómago lleno en casa de los arrieros maragatos

Arquitectura tradicional en Peñalba de Santiago (León).

Si busca tranquilidad y buen comer en un abrasador verano de pandemia, la provincia de León es la opción perfecta. Y si, además, quiere llevarse de vuelta a casa en su cámara de fotos una postal de un auténtico pueblo de película, tiene que subir sin duda a Peñalba de Santiago. Con poco más de una decena de habitantes, este pequeño municipio de la comarca de El Bierzo está a algo más de una veintena de kilómetros de Ponferrada. Anclado en pleno Valle del Silencio, la carretera que discurre hasta la entrada de la localidad es de esas farragosas. De esas en las que, en algunos tramos, parece imposible que circulen dos coches al mismo tiempo. Pero también de enorme encanto. De hecho, la zona fue declarada paraje pintoresco en 1969. Entre praderas y matorrales, en unos cuarenta minutos podrá dejar a un lado el volante en una suerte de aparcamiento público para empezar a disfrutar de una de las joyas de la España interior. Un pueblo que está considerado como uno de los más bonitos de toda la geografía.

Puede comenzar la mañana dando un paseo rápido por el municipio. No le llevará mucho tiempo y es una auténtica gozada. Peñalba de Santiago es uno de los mejores y mejor conservados ejemplos de la arquitectura popular de la serranía berciana. Las casas, que suelen ser de estructura rectangular, están levantadas con mampostería de piedra y coronadas por tejados de pizarra. Por lo general, las viviendas cuentan con un par de plantas, una inferior pensada como cuadra, bodega o almacén de material agrario, y una superior caracterizada por un corredor de madera y en voladizo. Destaca la conocida como Casa de los Diezmos, donde cuenta la tradición popular que se guardaba una décima parte de la cosecha con la que cada uno de los vecinos de la localidad contribuía al mantenimiento de la iglesia de Astorga.

El pueblo se extiende alrededor de la Iglesia de Santiago, que se puede visitar de miércoles a domingo y que constituye otra de las maravillas escondidas en tierras bercianas. Levantada durante el siglo X, el templo es una joya del mozárabe español. De hecho, es lo poco que queda en el municipio del monasterio que en su día fundó San Genadio. La iglesia y la pequeña cueva en la que, según se cuenta, buscaba retiro el santo. La gruta está algo apartada del pueblo. Pero si se ve con fuerzas para una ruta de cuatro kilómetros, el paseo merece la pena. Tendrá unas vistas magníficas de Peñalba y podrá disfrutar de todo el encanto del Valle de Figuera y el Valle del Silencio. De hecho, cuenta la leyenda que fue en esa oquedad donde Genadio con su bastón hizo que el arroyo que atraviesa la zona dejara de sonar. De ahí el nombre del enclave.

Los Baldíos, una tierra de frontera

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Paseando por Castrillo de los Polvazares (León).

Para recuperar fuerzas, Peñalba de Santiago cuenta con un par de cantinas. Pero intente mantener el estómago vacío para la segunda parte del viaje. A poco más de una hora de distancia por autopista y anclado en plena maragatería leonesa se encuentra Castrillo de los Polvazares. Este municipio, que cuenta con un centenar de habitantes, fue declarado en la década de 1980 Conjunto Histórico-Artístico de alto valor monumental. De nuevo, la piedra marcará el paisaje arquitectónico. Son las conocidas como casas arrieras, en alusión a los arrieros maragatos que en su día las poblaban y que se dedicaban a viajar a la costa gallega para traer al interior todo tipo de productos. Edificaciones con enormes portones para la entrada de carros y bonitos patios interiores.

El turismo y la artesanía son en la actualidad las dos principales actividades económicas de la pequeña localidad. Y su principal atractivo, junto con la arquitectura, se encuentra en la gastronomía. Sobre todo, en el denominado cocido maragato. El menú no difiere en gran medida del madrileño. La única diferencia es que se come al revés. Una tradición que, según se cuenta, viene de estos viajes de los arrieros. Por tanto, el primer vuelco que pondrán sobre la mesa será el de las carnes: morcillo, gallina, oreja, tocino y chorizo, entre otras. Luego llegarán las berzas y los garbanzos. Otra bandeja enorme a la que hacer frente. Y por último la sopa. Un cuenco entero. Si ha comido con ganas los dos primeros vuelcos, cuando llegue al último plato no podrá más. Por eso, en algunos de los restaurantes no tienen inconveniente en ponerle la comida que sobra para llevar. Hágame caso y no fuerce. Y menos en pleno verano.

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