El dinosaurio todavía estaba allí

Luis García Montero: "Me ha resultado algo patética la convicción de que la gente de la cultura podía entretener las horas de confinamiento"

El poeta y director del Instituto Cervantes Luis García Montero.

Luis García Montero, en realidad, no ha estado estrictamente confinado. Junto a esos trabajadores que seguían saliendo a la calle en lo peor de la pandemia, el poeta iba puntualmente cada mañana al despacho de dirección del Instituto Cervantes, en su sede de la calle Alcalá, en Madrid. En ese transcurso, de la oficina a casa, de casa a la oficina, veía la ciudad (casi) desierta, el mundo encerrado. Tan solo unos meses después, la vida es muy diferente de aquellos días. También la del columnista de infoLibre, porque responde a estas preguntas desde el descanso gaditano. Pero ahí sigue el virus, el miedo, la incertidumbre, la preocupación por los trabajadores del Cervantes. Y algunas certezas, que resisten pese al vendaval. 

Pregunta. ¿Cómo ha pasado profesional y creativamente el confinamiento?

Respuesta. Como director del Instituto Cervantes, estuve formando parte de los servicios mínimos que necesitamos para responder a una situación muy difícil en nuestros centros del exterior. Ha sido duro para nuestra gente. Como creador, los viajes interrumpidos y las horas de casa me sirvieron para leer y escribir. El confinamiento forma parte de la normalidad de un escritor. En ese sentido no hubo rarezas en la vida doméstica, sino libros y ordenador, lo de siempre.

P. ¿Cree que lo vivido en estos meses le ha cambiado? ¿De qué manera?

R. De forma directa espero que no. Con 62 años, todo llueve sobre mojado en el carácter. Es una edad de riesgo, pero también una vitalidad experimentada. Pero sí es verdad que una crisis de este tipo te llena de preocupaciones cuando estás en una responsabilidad pública. Los presupuestos, las decisiones profesionales, las decisiones sobre personas, la defensa de los puestos de trabajo, el miedo a las consecuencias económicas, todo, todo pesa mucho.

P. En estos meses de enclaustramiento y “nueva normalidad”, ¿ha cambiado su relación con su propia imagen pública, y en particular con las redes sociales?

R. Pues creo que no. Esta situación ha afectado para bien o para mal en su imagen a los que estuvieron en primera línea en la lucha contra la pandemia. Desde el Instituto hemos tenido que sobreactuar un poco en las redes ya que hubo que cancelar los trabajos presenciales y no queríamos que todo fuese un vacío silencioso. Pero yo no tengo mucho protagonismo en las redes, me limito a colgar en Facebook y Twitter los artículos que escribo con mis opiniones, o a reproducir algo que me gusta, pero no entro en peleas políticas. Prefiero que mi imagen pública sea la de un poeta, responde más a mi realidad privada.

P. ¿Y cree que el mundo a su alrededor ha cambiado de una forma profunda, más allá de las alteraciones obvias?

R. Pues creo que ha cambiado menos de lo que parece. Esta situación ha acelerado cosas que estaban extendiéndose antes o ha llamado la atención sobre problemas que se fueron imponiendo poco a poco en la cultura neoliberal de los últimos años. El teletrabajo, la soledad, las mentiras, los bajos instintos, estaban ahí. Hemos visto las consecuencias de la destrucción de la sanidad pública y de la conversión en negocio de los cuidados, por ejemplo, en las residencias de ancianos. Todo eso estaba ahí. Y la capacidad de solidaridad del pueblo español también estaba ahí. Hasta los pijos estaban ahí.

P. El mundo del libro, como otros muchos, se ha visto paralizado durante meses. ¿Cómo imagina el futuro de este sector a medio plazo?

R. Deberíamos tomarnos muy en serio la inversión en educación y cultura. Si queremos dar una respuesta sensata a esta situación, habrá que reforzar con convencimiento los espacios públicos, no sólo el de la salud. Y para eso necesitamos también defender las libertades, hacer compatible la seguridad y los derechos cívicos. Eso sólo se consigue con educación y cultura. La imagen internacional de España, su fortaleza, es inseparable de su lengua común, vehicular. Formamos una comunidad hispana con otros muchos países. Defender la industria editorial es apostar por un bien de primera necesidad. La cultura es un bien de primerísima necesidad.

P. ¿Se ha planteado en algún momento escribir algo relacionado con las experiencias de estos meses? ¿Cree que es demasiado pronto, o que la literatura tiene el deber, de alguna forma, de contar también esto?

R. Creo que la autovigilancia es una aliada imprescindible para un creador. El oportunismo, por ejemplo, se lleva muy mal con la poesía y me ha resultado algo patética la convicción de que la gente de la cultura podía entretener las horas de confinamiento. La cultura no es un entretenimiento. No me parece que sea un buen referente creativo el público que sólo lee o escucha música cuando hay una epidemia. Espero que esta situación se convierta en vida, inquietud íntima, sentimientos, conciencia, y entonces se infiltrará de manera inevitable en lo que uno escribe. Ahora que ha pasado la sorpresa, claro está, la literatura deberá contar lo que hemos vivido.

P. ¿Ha aprendido algo de la crisis sanitaria y de la cuarentena que no hubiera aprendido de otra forma?

R. Más que aprender, he tomado conciencia de la variedad de carácter que tenemos las personas en este tipo de situaciones. Me han sorprendido algunos amigos por su miedo o su imprudencia, por sus temores o por su tranquilidad, reacciones impensables. Todos somos una caja de sorpresas.

P. Si tuviera que inclinarse por una opción: de esta, ¿saldremos mejores o peores?

R. Un poco más maniáticos. Pero seguiremos debatiendo sobre las cuestiones de siempre, sobre las posibilidades que están sobre la mesa del debate social. Los que creemos en la democracia social y la autoridad del Estado para ordenar una convivencia justa veremos en la pandemia una prueba de que llevamos razón. Los que procuran convertir cualquier cosa en negocio pues querrán aprovechar la situación para hacer dinero. La seguridad hedonista de una sociedad de consumidores se ha visto sorprendida después de años de feliz olvido de nuestras fragilidades. ¿Las respuestas? Unos defenderán la necesidad de los cuidados y otros valorarán nuevos modos de imponer la ley del más fuerte y así el otro sólo se considerará una posible fuente de contagios o de negocio.

P. ¿Y tiene alguna certeza sobre qué será clave para superar la crisis? ¿Cuáles cree que deben ser nuestras prioridades o nuestros valores fundamentales en estos momentos?

Luis García Montero gana el premio italiano Betocchi 2020

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R. Por lo que he contado antes, confieso que mis prioridades vienen de antiguo. La vida sin amor no se comprende, es un verso de una canción que citaba Juan Ramón Jiménez para hablar del amor social. Pues eso, consolidar espacios públicos que aseguren una convivencia justa, impedir que se separen los valores de la libertad y la igualdad, acordar una fiscalidad proporcionada, conseguir que los patriotas amen a su nación con sus impuestos. Para eso ayuda mucho una información veraz, no un juego de mentiras manipuladas, una comunicación dominada por las fortunas que quieren pagar pocos impuestos. A España le ayudaría mucho también una madurez democrática basada en la honestidad argumental y en la superación de los sentimientos de cinismo e impunidad que heredamos del franquismo y modernizamos en los años 80 y 90 en la dinámica del pelotazo.

P. ¿Qué le ha servido a usted, personalmente, para seguir a flote en los peores momentos del confinamiento y la crisis sanitaria?

R. En primer lugar, la suerte de que en medio de la tristeza general nadie de mi familia haya sido afectado con gravedad por el dichoso virus. Después, un amor y una casa cómoda y con libros. Y finalmente el compromiso cívico, el convencimiento de que hay que dar la cara y salir juntos de esta desgracia.

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