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Desde la casa roja

¿Apropiación o apreciación cultural?

Una estética de tuneo de coches y tráileres, sillas plegables, aparcamientos, chándal, niños aprendices de toreros, penitentes descalzos sobre patinetes de clavos. No se lo van a creer, pero esta es la escena que ha puesto el debate en España sobre la mesa con más fuerza que nunca. Hace un par de meses, Rosalía, una cantante catalana de veinticinco años, presentó a través de redes sociales la primera canción de su próximo trabajo. Lanzó el tema Malamente con esa voz clara y dulce acompañada de un videoclip adictivo y arriesgado donde aparecen todas estas imágenes y ella imposta el acento andaluz y menta a Undebel, el nombre en caló para Dios, y se besa el pulgar. Parte de la comunidad gitana se ha ofendido porque dicen que utiliza un repertorio de elementos simbólicos que forma parte de su cultura sin dotarlo de significado, frívolamente, sin profundidad o contexto. Acusan a Rosalía de apropiación cultural.

Apropiación cultural significa tomar conocimientos, expresiones culturales o propiedades intelectuales de alguna cultura sin permiso. Esto puede incluir el folclore, lenguaje, vestimenta, música, símbolos religiosos o tradiciones culinarias, entre otras cosas. Pero, ¿a quién pertenece la cultura para pedir la autorización? ¿Dónde está el límite que te incluye o te expulsa de una tradición cultural? ¿Estamos hablando de linaje y raza? ¿O esto va un poco más allá? ¿Estamos también frente a la reproducción de clichés que distorsionan una cultura antigua?

Los que están en contra de la apropiación cultural explican que es injusto que una cultura marginal, minoritaria o que ha sido oprimida sea filtrada y expresada desde los ojos de grupos privilegiados y no hable por sí misma. Pónganse por un momento en su lugar, y la cosa se aclara un poco en cuanto a la rabia, en cuanto a la crítica al disfraz. ¿Es lo mismo cuando una multinacional de la moda copia el diseño propio de una comunidad indígena de un pueblo recóndito de Oaxaca y lo occidentaliza y lo explota sacando altísimos beneficios que nunca regresarán a su origen, al lugar de donde parte la idea y la tradición? ¿O la música tiene otras connotaciones como la inspiración? ¿Por qué se exige pureza a lo que puede llamarse mestizaje? Tal vez el foco haya que ponerlo más allá de Rosalía.

En un artículo en The New York Times, “In Defense of Cultural Appropiation”, el escritor británico Kenan Malik explica cómo Chuck Berry, una de las figuras más importantes para el desarrollo del rock'n'roll, fue vetado en las emisoras de radio porque calificaron sus canciones como música racial. Más tarde, Elvis Presley, blanco, tocó esas mismas melodías, rhythm and blues, y recorrió el planeta. “El racismo definió quién se convirtió en el icono cultural”. Elvis, criado en el sur, recogió, fusionó y envolvió la música afroamericana de forma que esta consiguió salir de los guetos y darse a conocer. La mezcló con western y country. Hizo rock'n'roll. El artículo de Malik concluye con que la acusación de apropiación cultural es una versión secular de la acusación de blasfemia.

Una amiga vasca que canta jazz, rancheras y que canta lo que quiere porque tiene una voz versátil y se interesa por la música, sus géneros y orígenes me habla de los Minstrel ShowsMinstrel Shows, espectáculos donde los blancos se pintaban la cara de negro e interpretaban con sorna la música de las grandes plantaciones del sur de Estados Unidos. El Minstrel tenía aspectos racistas que ridiculizaban a los negros, pero sorprendentemente ayudó a forjar en la conciencia blanca privilegiada algunos aspectos de la cultura afroamericana. La burla ayudó a la popularización del jazz, lo sacó de los márgenes y permitió que figuras como Louis Armstrong pudieran grabar y darse a conocer. He aquí un caso de flagrante apropiación irrespetuosa en la música que terminó beneficiando al género. Me pasa también un vídeo de unos gitanos que fusionan la música tradicional en euskera con el flamenco. O cantan flamenco en euskera. Y no resulta extraño, ni parece que se apropien de nada.

¿Y la literatura? Cuando estaba escribiendo La hija del comunista me cuestioné muchos asuntos sobre la creación en torno a la escritura. No tanto la autorización que yo podía tener para relatar el exilio español hacia la RDA, un país que ya no existe, sin haber pisado la ciudad cuando el muro existía, sin tener cerca ningún episodio de huida forzada. Me pregunté, sobre todo, qué pensarían los que sí habían vivido esa situación si leyeran la novela. Para refrendar mi inseguridad, hablé con algunos de ellos, les pregunté y, aunque lo que yo estaba dibujando se parecía a lo que ellos vivieron, aquellas conversaciones me relajaron como narradora. Pero esto es mi caso y no creo que sea necesario el acercamiento.  Porque ¿qué sería de tantas novelas u otras expresiones artísticas si sus creadores se hubieran limitado a relatar lo que concierne a sus coordenadas biográficas? ¿O si hubieran frenado su creación en espera de un permiso, expedido por qué guardianes?

Un dragón en el garaje

El tema está ahí. El debate, de líneas difusas, aunque antiguo, está tomando dimensiones importantes por la globalización y la hiperconexión. Las tejedoras rumanas en su recóndita aldea pueden llegar a saber el precio del diseño inspirado o copiado de sus artesanías.

No creo que Rosalía suponga una afrenta al flamenco ni a los gitanos porque, sinceramente, creo que lo hace desde la admiración, pero también hay que reconocer que decirlo desde mi posición es simple. También pienso que poco le costaría reconocer el origen de su apego musical y de los cimientos que sujetan su trabajo más allá del estudio y la búsqueda y reflexionar sobre la explotación de los tópicos y sus consecuencias. Transgresiones en el flamenco las ha habido de hace mucho. Desde los grandes: el Omega de Morente fusionando el flamenco con el rock alternativo o Paco de Lucía, criticado por los puristas en su momento hasta por su forma de sentarse y coger la guitarra. Hasta los miles de grupos en este país que fusionan o recogen ritmos y voces aflamencadas. El propio cajón flamenco, base rítmica, fue traído de Perú. Lo de Rosalía no es puro y puede que no sea nuevo. Tiene quejío, tiene postura, vibra como el flamenco y alude a su imaginario pero no creo que venga a arrebatar ningún espacio al género. Está explicado con un código diferente, acercándolo a otras generaciones y gustos. Pero vuelvo a preguntarme si es necesario para que la obra exista y esté bien hecha. ¿No tiene este caso más de apreciación, gusto y homenaje que de apropiación?

Tal vez debería alzarse la mirada un poco más allá, hacia una industria que, como todas, busca, encuentra y arrasa con lo que sea, que sondea hasta el lugar oscuro donde duerme el nuevo éxito. El hallazgo del hit. Y la mercantilización no está solo en la música, está en todas las artes y artesanías, es el capitalismo. Y son sus largos tentáculos los que se hunden donde sea para arrancar beneficio sin mirar nunca hacia atrás.

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