Notas para la postguerra de Ucrania (para revisar algunos tópicos del debate cultural), abril 2022

Ignacio Marinas y Fernando Prieto

Consternados y abatidos, pero con esperanza

Ante tantos y tan buenos análisis sobre el conflicto por la agresión armada de Rusia a Ucrania, no tengo nada nuevo que decir en este tiempo de guerra.

Espero que la guerra armada no dure mucho, que el resultado de la confrontación no sea catastrófico a nivel mundial y que, por esta vez, los profetas agoreros de la catástrofe no tengan toda la razón. Y que el mundo avance hacia un nuevo tiempo de paz duradera.

Para alimentar mi esperanza y evadirnos de la angustia al contemplar tantos desastres, tratamos de pensar, con cierto optimismo, sobre la futura postguerra. Optamos por esta postura, unilateral y optimista, para alimentar la esperanza; ya que sin esperanza es imposible pensar; y porque, sin esperanza, aquí y ahora, es imposible establecer, en democracia, una moral social progresista.

Contemplar los campos de batalla y de exterminio

El tiempo de la posguerra, inexorablemente, llegará: cargado de incertidumbres culturales, repleto de estragos materiales y espirituales, traumatizado por la experiencia del miedo global, herido por el fracaso político, abrumado por la ingente tarea de reconstrucción, urgido por la necesidad de tomar decisiones improvisadas con alto riesgo, desafiado por la crisis ambiental + económica+ política, resentido contra los que se consideren culpables, lleno de ira y con deseos de venganza.

 Y, también la postguerra estará llena de vida: que acepta el desafío de seguir la senda de los que nos han precedido en el impulso del progreso, comparte el espíritu de los supervivientes que entierran a sus muertos y los ponen en valor y luego recrean su legado, coopera en las iniciativas solidarias y milita en la defensa cuidadosa de la vida,  defiende la verdad hasta el martirio, hace la simbiosis con todas las culturas, metaboliza todos los impulsos sociales hacia el progreso, practica la metamorfosis personal y social e inventa nuevos sueños, acepta a los parásitos útiles para la vida en cada hábitat y  purga a los dañinos. Y, con todo ello, entiendo que en cada hábitat se cambiará la cultura para fortalecer las redes de la vida.

Entre los desechos de la guerra veremos muchas banderas rotas. Entre ellas, todas las revolucionarias que nos proponen empezar desde cero una nueva cultura global, todas las de mesiánicas que inducen a la resignación hasta el advenimiento, todas las utópicas que no reconocen las leyes de la naturaleza, y todas las miserabilistas porque en la posguerra dominará la esperanza. Y, tras cada bandera rota, penitenciarán los cofrades de cada iglesia salmodiando un relato de lo sucedido acomodado a su credo.

Las luchas por el relato entre iglesias serán reñidas, pero no formarán la cultura moderna; se remontarán a los romanos para escudriñar las causas, espulgarán los hechos para escoger los que convienen y olvidar el resto, argumentarán sobre la validez de sus normas y la previsión de sus profetas, exigirán nuevos sacrificios a sus fieles y se perderán, al final, por sendas insustanciales o metafísicas. Es necesario formar un debate que cultive una nueva cultura de y para la paz.

El trauma nuevo que provocan las guerras en el Antropoceno es también cultural. Está causado porque en la guerra se recurre sistemáticamente al terror sobre los cuerpos y las mentes de los civiles. La guerra impone a los contendientes el ansia por alimentarse con los enemigos, con sus cuerpos y sus almas. Y esta herramienta, LA VIOLENCIA ARMADA CONTRA LOS CIVILES, nos hace regresar a la barbarie y “no se vale” para ayudar el cambio social hacia el progreso.

 La cultura del ¡no a la guerra!

Cualquier guerra es, también, un fracaso cultural (del conocimiento, de los sentimientos y de la acción social) para la especie. Por ello, para reponerse del fracaso, siempre se produce una alianza explícita del mundo de la cultura con los movimientos del ¡no a la guerra!

El pensamiento postmoderno (liberal y poscomunista) no considera, por ahora, la paz mundial como objetivo cultural prioritario. De épocas pasadas heredamos una cultura de guerra arcaica: lecturas de la historia como enfrentamientos civiles de exterminio, naciones belicistas con industrias de guerra potentes, sectores económicos dispuestos a matar por beneficios, iglesias dispuestas a morir y matar por sus credos, …; y cualquiera que sea la causa y el motivo de la guerra, resulta que, para mayor escarnio moral de la cultura postmoderna, aprovechan las guerras para hacer negocios especulativos y encarga sus acciones a mercenarios, ladrones y asesinos y considera a las víctimas del conflicto como daños colaterales inevitables.

Para formar una cultura moderna para la paz, hay que considerar que los grandes cambios políticos del Antropoceno, no se han producido por guerras, sino que se han producido por nuevos fenómenos culturales de innovación, cooperación, coordinación e integración de naciones que renuncian a la guerra –UNESCO,  ONU, UE, etc.

Otros grandes cambios, se han producido por el avance de movimientos transversales -pacifismo, feminismo, indigenismo, ecologismo, lgtbi, emigración, o por los avances técnicos y científicos; o se han producido por la implosión de los sistemas inestables de anteguerra –los imperios coloniales, Rusia y Yugoeslavia; o por fenómenos religiosos, ideológicos; o étnicos – las guerras de Oriente Medio y algunas de África; o en el proceso de para consolidar el estado democrático en los nuevos países (cuando en la formación de nuevos estados se producen guerras civiles, suele ocurrir que son azuzadas por los que tratan de prolongar el post colonialismo y malograr que se consoliden estados democráticos solidos en los países. Unos cambios y otros tienen una raíz común: la cultura.  

Resulta así, que en el Antropoceno (desde 1945), se ha constatado el fracaso de las guerras entre naciones como partera de soluciones políticas, salvo las guerras de liberación nacional tras el colonialismo. A la postre, todas las últimas guerras han resultado negativas para inducir el desarrollo de los pueblos; y solo han cosechado sangre, sudor, lágrimas y resentimientos que aspiran a la venganza, además de las nuevas cargas sociales para la reconstrucción de lo perdido; y nuevas guerras.

La grandeza humana que crea la cultura en las crisis o épocas de cambio, no solo considera la organización política y la satisfacción justa de las necesidades, se basa también en el impulso hacia arriba de los humanos. Las innovaciones culturales salvíficas son producto de las luchas sociales y del exceso vital, de la libre deriva en el interior de cada persona, de establecer una estrategia propia para acaparar el mimo de la alo-madre cultura, del lujo de la intimidad, de los privilegios infantiles, de las fases de vigilia creativa, de las descargas orgásmicas por el acopio de estímulos y, también, de la prevalencia del ardid y la astucia frente al trabajo pesado. Estos impulsos de la grandeza humana han sido los mejores inspiradores de la GRAN CULTURA que nos muestra cómo funciona el mundo de la vida en procesos continuos de renovación. En la era del Antropoceno la gran cultura ha de considerar, siempre, como primer referente a la naturaleza llena de vida, de la que los humanos formamos parte, y de la renuncia a la guerra en la política.

Desde la ecología político-social, las guerras se las puede considerar como colapsos parciales de los sistemas vitales, políticos y culturales del sistema mundo, o como una plaga de comportamientos antisociales, o como los efectos de los parásitos sociales belicistas (las instituciones armadas y la industria de guerra), o como una lucha entre especies (pueblos) por los recursos de la naturaleza. Todas estas explicaciones naturalistas serían oportunas si se tratara de enfrentamientos entre especies, pero no sirven para explicar los comportamientos de la vida de una especie.

Los intelectuales más sofisticados de nuestra época nos han enseñado a pensar el poder democrático, como una estrategia compleja de “seducción de los espíritus” que no recurre ya al terror sobre los cuerpos; sino al progreso cultural compartido. Y por ello, el recurrir a la guerra no cabrá en la racionalidad del manual de instrucciones de la cápsula espacial “planeta Tierra” (que compete elaborar a la nueva cultura del Antropoceno). Porque todos los humanos somos de la misma especie y las visiones naturalistas de la guerra, a veces se olvidan de una ley de la cultura desde el neolítico: “perro no come carne de perro”.

 Por ello, la guerra ya no puede ser pensada en términos postmodernos como la continuidad de la política con otros medios; ni tampoco como castigo de dios, o pelea entre ángeles y demonios, o como exceso vital de los agentes agresores. La guerra hay que tratarla también como UNA CULTURA DE GUERRA que hay que erradicar del mundo.

 En los tiempos de paz: hay que ampliar el horizonte de la cultura 

En la postguerra aparecerán análisis centrados en los aspectos del poder, otros sobre las cosas del comer y sólo algunas sobre las cosas del querer. Pero pocos seguirán el camino de éxito de los muchísimos procesos de paz que crean las sociedades en su desarrollo. 

La cultura postmoderna, de izquierdas y de derechas, da una prioridad peligrosa a los pensadores especialistas en las cosas del poder (politólogos) y a los especialistas en las cosas del comer (economistas) y desprecia las consideraciones holísticas (filosofía, antropología, ecología, sociología crítica y a la cultura heterodoxa) al considerarlas cuestiones tangenciales que se pueden guardar en el baúl de la superestructura que, en última instancia, será determinada por las cosas del comer y el poder . Desde esta perspectiva, resulta que el discurso de la “cultura de la guerra” es consustancial a este pensamiento: los términos más usuales en sus discursos son bélicos -acumulación de fuerzas, identificación del enemigo, competencia, ganancia, batallas, conquista, revolución, hegemonía, vencedores, perdedores, francotiradores, desinformación, moral de combate, etc.; los argumentarios son belicistas -legitimidad histórica, identidad, alianzas, estrategia y táctica, frente, vanguardia y retaguardia, explotar el éxito, resistencia, victimas colaterales, etc.; y las conclusiones apelan siempre al inevitable enfrentamiento posterior en otras batallas, hasta conseguir la eliminación del enemigo. Entiendo que, en los medios para conseguir sus objetivos, unos y otros, permiten recurrir a la guerra como continuidad de la acción política; y por ello, una cultura de la paz debe de renunciar a estas formas de pensar.

Es sabido que los tiempos de postguerra son momentos de reorientar la cultura (los conocimientos + los sentimientos + el saber hacer) para ordenar, temporalmente, el nuevo orden en la paz; y el nuevo orden global irá desarrollando, en procesos democráticos y pacíficos, los nuevos paradigmas culturales que están por nacer. Sabemos también que, cuando una idea alcanza la hegemonía se produce un hecho curioso: hay un contagio masivo y expansivo del nuevo concepto que se manifiesta, a modo de histeria colectiva, en un cambio masivo generalizado de los comportamientos individuales y de la sociedad (el ejemplo del feminismo). Por ello, la dirección del progreso hacia la paz, se producirá mediante los procesos de esclarecimiento de lo antes oculto (el belicismo implícito en el sistema actual) y su renaturalización en forma de nuevos paradigmas culturales para formar un tiempo de paz en el mundo.  

Una cultura de paz en el mundo

La guerra de Ucrania, y el resto de las otras guerras que asolan al mundo, han establecido un desafío, moral y político, para preservar la paz en todas las organizaciones de la gobernanza global. Ante su impotencia para evitar la guerra se necesita reforzar la gobernanza global democrática para la paz. Ya que la paz es un asunto d máxima prioridad en el mundo globalizado.

La cultura de paz no puede ser beatífica (la búsqueda del ideal en un mundo de buena gente).  El nuevo conocimiento se manifestará en una praxis pragmática -idealista, materialista, individual y colectiva- como el conflicto permanente entre lo viejo y lo” por-nacer”, lo que hace que cambie el comportamiento, tanto en cada persona como en cada grupo social. Los nuevos paradigmas Para ordenar un mundo en paz, serán económicos y políticos (lo del poder y lo del comer), que crearán las nuevas formas para ordenar las relaciones de producción, comercio, consumo y gobernanza (hasta ahora, son las áreas de conocimiento más consideradas) sino que han de surgir, también, de las políticas de cooperación necesarias para atender a las mejoras de los 17 ODS.

Por ello, la cultura de paz en el Antropoceno tendrá que buscar soluciones globales para disminuir la pobreza, aumentar la igualdad, respetar la diversidad, mejorar la educación y la sanidad, facilitar la integración y la cooperación en sociedades más diversas, cuidar el medioambiente y la biodiversidad, el agua, los océanos, controlar el cambio climático, reordenar la fiscalidad, establecer un nuevo sistema mundial de I+D+I+i, de cooperación y de gobernanza global.

Y por todo ello, para establecer el control democrático de los procesos de paz, habrá que establecer un relato imparcial, un reconocimiento personal de asesinos y victimas, y un pacto público de reconciliación, más un seguimiento crítico del proceso. Para ello, la nueva cultura de paz tendrá que reevaluar y embridar los sentimientos psicosociales del “gozo del vencimiento”, que según la cultura de la guerra mueven el mundo (identidad, competición libre, producción creciente sin límites, el triunfo sobre los otros como objetivo vital, dominio y explotación sobre el vencido, éxito social, fiesta y reproducción).

Y también, habrá que reconocer y curar los sentimientos psicosociales para encauzar en la paz, el resentimiento, el orgullo herido y la sed de venganza, que también mueven el mundo y que, también, han provocado la guerra (sentimientos de: envidia, asesinato, explotación, fracaso, desprecio, memoria, olvido, sumisión, ira y desesperación).

En estos momentos de incertidumbre, creemos que hay también motivos racionales para la esperanza en que los humanos podamos formar “otro mundo posible” en paz

De esta tarea, reevaluar los sentimientos personales y psicosociales en la postguerra, se ha de encargar también la cultura moderna progresista para la paz. Y crear un relato en el que se exprese, con un lenguaje antibelicista, nuestros objetivos y los medios democráticos y pacíficos para conseguirlos.

Y, por todos estos argumentos, en estos momentos de incertidumbre, creemos que hay también motivos racionales para la esperanza en que los humanos podamos formar “otro mundo posible” en paz.

Ignacio Marinas, Fernando Prieto, Observatorio de la Sostenibilidad.

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