La séptima y ¿última?

Que Johnson tiene 7 vidas es casi un mito que empieza a acercarse mucho a la realidad. Ha demostrado ser un auténtico superviviente de la política e incluso de sí mismo y de sus errores y meteduras de pata. Ha sorteado polémica tras polémica sin apenas despeinarse o, realmente, gracias a que nunca se peina. Y ahí sigue, aunque puede que ésta sea ya su última vida, la séptima y la definitiva.

A estas alturas parece difícil que pueda salir indemne del escandalazo que se ha montado tras las fiestas en Downing Street. En diciembre, cuando salió a la luz la primera, no tuvo ningún reparo en irse al Parlamento y hacerse el ofendido: afirmar ante su grupo y el resto de diputados que aquello le había indignado y que le parecía intolerable. Lo dijo, lo sabemos ahora, sabiendo que esa fiesta no era la única y que, de hecho, él había participado en alguna más. Mintió, con total descaro y sin despeinarse o, efectivamente, manteniendo ese flequillo indomable que siempre luce. Es su marca de la casa: mentir, sin cambiar el gesto, sin ponerse nervioso, porque sabe que, al menos hasta ahora, la mentira le ha servido para seguir hacia delante.

Miente a los suyos, a los propios, a los extraños y a quien haga falta, porque Johnson ha entendido que la política va de eso, de mentir.

Johnson ganó las elecciones británicas mintiendo a su país: les prometió que con él en Downing Street lograrían los mejores acuerdos tras la salida de Europa. Aseguró que tenía cerrados ya con Australia, Canadá y Estados Unidos acuerdos comerciales que demostrarían que el Brexit había sido la mejor elección. La realidad demostró que no fue así. Mintió a Europa cuando negoció su salida de la Unión, que se lo digan ahora a Francia. Y mintió, descaradamente, durante toda la campaña del Brexit. Miente a los suyos, a los propios, a los extraños y a quien haga falta, porque Johnson ha entendido que la política va de eso, de mentir. Le ha funcionado durante estos años, así que ¿para qué cambiar de estrategia? Ni siquiera cuando le pillan en la mentira rectifica: el miércoles, en el Parlamento británico, tuvo la desfachatez de decir que la reunión de mayo a la que convocó su secretario en Downing Street, cuando el país entero estaba encerrado y cuando sólo se permitían reuniones de dos personas, fue realmente una reunión de trabajo. Sin despeinarse. Y eso que en el email de su secretario pedía que cada uno se llevara su propia bebida. Deben de ser una fiesta las reuniones del gabinete de Johnson, está claro. Pero bueno, viendo lo que se cuece en los despachos de Westminster, con esos resultados de test de drogas en los baños, nada nos puede extrañar ya a estas alturas.

El nivel de la política es terrible. Lo del Reino Unido es para echarse a llorar, la verdad. Tener un país entero confinado mientras tus dirigentes hacen lo que les da la gana es de traca. Johnson celebrando fiestas en su residencia mientras pedía a la gente sacrificios; aprovechar tus jardines para brindar con tu gente mientras después salías a aplaudir a los sanitarios a las puertas de tu residencia, dando la imagen de un compromiso que, de puertas para dentro, está claro que carecías por completo y que te daba exactamente igual.

Veremos qué pasa con esa investigación que Scotland Yard ha abierto. Veremos si esta vez son sus propios compañeros de filas los que le hacen caer. Y veremos si ésta es o no, realmente, la séptima y última vida de un político histriónico, inquietante y mentiroso que difícilmente pasará a la historia por algo más.

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