Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
AQUÍ ME CIERRO OTRA PUERTA
Todo el mundo conoce los hechos por los que se escribe esta columna pero ni siquiera voy a nombrar a los protagonistas. No porque crea que no debo ni tema nada, sino porque son anecdóticos. Lo que ha pasado estos días, lo que hemos sabido de manera tan explícita y lo que seguiremos sabiendo, podría haber pasado con las dos personas en las que todos estamos pensando o con otras dos. Habrá ocurrido antes y seguirá pasando después. Porque si el fútbol, decía Valdano, es un estado de ánimo, el negocio llamado fútbol es un estado de putrefacción permanente.
Venimos de un Mundial celebrado en Rusia (un país cuyo gobierno no se acostó siendo modélico y se levantó siendo invasor) y vamos a uno celebrado en Catar edificado, según The Guardian, sobre 7.500 obreros muertos, unos fallecimientos que ni siquiera se van a investigar. El Mundial de Catar es una fosa común. Cuando lo veamos, porque lo veremos (yo también), debemos al menos saberlo.
Que la Federación Española decidiera llevar la Supercopa, un torneo local, a una dictadura campeona en masacrar derechos humanos había sido asumido y hasta coreado por el éxito del negocio. Ahora sabemos que las personas que mediaron para hacerlo, además de forrarse, mantienen de manera pública que da igual de dónde venga el dinero: lo importante es que haya dinero, aunque este sirva para legitimar ante el mundo a un régimen asesino. Si la comisión tuviera un recibo, en él podría poner que es "en pago por lavar asesinatos, lapidaciones y discriminaciones". Tome este dinero por asesinar la democracia. Cójalo y disfrute. Y a jugar al fútbol.
El fútbol está muerto. El deporte del fútbol está acabado porque no puede sostener de sí mismo que sea nada más que una máquina extractora de dinero que da igual de dónde provenga y cómo se consiga, siempre que sea legal. Y tan legal es llevarse una comisión millonaria, sugerir que el rey emérito puede ayudar porque entre comisionistas todo vale o lapidar y decapitar a seres humanos. Sí, aquí es legal ser comisionista. Allí es legal que el Estado apedree hasta la muerte a seres humanos. ¿Qué puede haber de malo en cruzar esas dos legalidades? ¿Por qué no sentirse orgulloso de utilizar esta legalidad para lavar la cara de aquella y, de paso, llevarse unos cuantos millones de euros? Todo es legal. Todo vale.
El problema viene cuando el fútbol o sus protagonistas pretendan vendernos valores cuando jalean, idean, participan o callan ante la venta permanente de su alma al diablo. ¿Tan mal producto es el fútbol español que solo puede venderse a casas de apuestas o dictaduras sangrientas? ¿Tan malos gestores son que no saben asociarlo a valores positivos? ¿Tan mal producto es un Mundial de fútbol que solo se lo colocamos a países que, cuando menos, generan dudas morales? Evidentemente no.
El problema viene cuando el fútbol o sus protagonistas pretendan vendernos valores cuando jalean, idean, participan o callan ante la venta permanente de su alma al diablo
Simplemente, el fútbol ha decidido venderse al mejor postor generando cuantas más comisiones y riquezas improductivas intermedias, mejor. El fútbol es el contenedor turbocapitalista más eficiente de Occidente. El fútbol profesional ha tomado la decisión de suicidarse como deporte con un mínimo de valor social.
No vamos a dejar de verlo. Yo al menos no. Pero que no nos pidan que lo respetemos. Ni a sus protagonistas.
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