¡Se ha hecho viral!, qué cosas tiene la iglesia. Desde el púlpito de Valdepeñas, don Emilio advirtió a sus parroquianos: no estafen a los temporeros. ¡Sapristi! La prédica corrió como la pólvora: el reverendo sube los sermones al YouTube (evangelización digital, lo llaman) y bastó con recortar la filípica. ¿Los progres? Entusiasmados: "Por fin uno que predica el Evangelio", decía uno; "Echando a los mercaderes del templo", apostillaba otro.
Ruboriza constatar las calores que un clérigo –fingiendo el sindicalismo– es capaz de despertar entre la socialdemocracia. No me entretendré en examinar las obras completas del reverendo señor, no sea que todos nos llevemos un chasco. Preferiría, sin embargo, detenerme en la delicadeza de la celebrada exhortación: "No me aprovecharé de ti. […] Si te tengo que dar vivienda, te la daré en un sitio donde yo me pueda ir a vivir. No digo el hotel Hilton, pero ni mucho menos un sitio donde no viviría ni yo ni mis hijos", etcétera. Ni un pero, conste, pero me maravilla –en el estado actual de la retórica de "los curas de internet"– encontrar tanta ternura contra un pecado que "clama venganza delante de Dios". Que no lo digo yo, sino el magisterio bimilenario de la Santa Romana Iglesia: cicatear el pago al asalariado es, en términos catoliquillos, tan grave como la sodomía (ya lo siento), la violación o el infanticidio.
De las muchas manifestaciones que convocó monseñor Rouco (cardenal don Pelayo), no recuerdo ninguna contra los empresarios que roban a sus trabajadores. Miren, nos ha quedado a todos clarísimo que nos iremos derechitos al infierno por dormir con la novia sin pasar por la vicaría, pero qué irritante resulta que cuando toca sermonear a los rentistas de comunión diaria que sangran a sus inquilinos no se mencione ni el fuego ni el azufre. Estaría fantástico, sería estupendo que…
De las muchas manifestaciones que convocó monseñor Rouco (cardenal don Pelayo), no recuerdo ninguna contra los empresarios que roban a sus trabajadores
No hay que perder la fe. La semana pasada, el ayuntamiento de Jumilla negó el uso del polideportivo municipal a un nutrido grupo de vecinos. ¿La excusa? Que son musulmanes y querían juntarse para celebrar el final del Ramadán. La maniobra, perpetrada por los patriotas de VOX y sus secuaces del pe pé, mereció la amonestación de la Conferencia Episcopal: "En relación a la decisión del ayuntamiento de Jumilla nos unimos a la postura de la Comisión Islámica de España". Trocotró. "Las manifestaciones religiosas públicas, entendidas como libertad de culto, están amparadas por el derecho a la libertad religiosa, un derecho humano fundamental protegido por la Constitución española". A Abascal se le han quedado los ojos como platos: "Estoy perplejo y entristecido. […] No sé si su posición se debe a los ingresos públicos que obtiene la iglesia, percibidos a consecuencia del sistema de ayudas a la inmigración ilegal (donde probablemente no todo el dinero va a esas personas supuestamente necesitadas) […] o si tiene que ver con los casos de pederastia". Ay, qué edificante sería que la cosa empezara con un entredicho y acabara en excomunión. Ni corto ni perezoso, mosén Planellas, arzobispo de Tarragona, ha recordado a don Santiago que no se puede ser xenófobo y cristiano.
Viendo la gresca, me he preguntado qué tal estarían padeciendo esta pelea entre papá y mamá esos curas levantiscos que expanden su odio por las redes con el permiso tácito de sus ordinarios, que podrían mandarlos callar sin extralimitarse un milímetro. Un tal Pablo Pich-Aguilera, sacerdote de la diócesis de Barcelona (la que comanda Juan José Omella, tan amigo del difunto Francisco), nos aclaraba que "Ninguna religión falsa tiene derechos. El error no tiene derechos". Lo leí en la cuenta del páter Góngora, un merluzo al que el obispo de Almería (don Antonio Gómez Cantero) lleva años permitiéndole emponzoñar con su bilis todo lo que huele a caridad cristiana. El fin de semana se fue a decir misa al valle de los Caídos, cuya belleza le pareció "inconmensurable". Después sacó tiempo para lamentar que a los desplazados por incendio de Zahara de los Atunes no durmiesen en los hoteles lujosos en los que, asegura, alojan a los menas.
¡Se ha hecho viral!, qué cosas tiene la iglesia. Desde el púlpito de Valdepeñas, don Emilio advirtió a sus parroquianos: no estafen a los temporeros. ¡Sapristi! La prédica corrió como la pólvora: el reverendo sube los sermones al YouTube (evangelización digital, lo llaman) y bastó con recortar la filípica. ¿Los progres? Entusiasmados: "Por fin uno que predica el Evangelio", decía uno; "Echando a los mercaderes del templo", apostillaba otro.