Adolescencia, las pantallas y el tiempo Cristina García Casado

Milei y Musk acaban de coincidir en una festichola extremoderechista en Washington. Don Elondo, que cada día perfecciona más el refinado arte de vestirse como un cretino (gorra beisbolera, gafas de espejo, abrigo en interior y esa cara de sapo que Dios le ha dado) declara a la concurrencia: «El presidente Milei tiene un regalo para mí». El presentador, conociendo la solvencia geopolítica de su audiencia, apostilla: «De Argentina, ¿saben quién es, ¿verdad?».
Al oír el reclamo, Javiercito entra, motosierra en mano, con la elegancia de una oca hemipléjica.
La escena tiene más ingredientes que un cuadro de El Bosco: Musk hablando frente a su propio y colosal retrato, el presidente de una nación soberana bufoneando alegremente por el escenario, las poses ortopédicas del uno y del otro, la constatación de que no queda un solo sastre competente en la Argentina, el zángano de Milei deambulando como un caniche que espera a que le tiren su galletita…
A uno le sorprende que un fulano tan obsesionado con su imagen de hombretón se preste tan alegremente al ‘lamebotismo’ internacional y televisado
A uno le sorprende que un fulano tan obsesionado con su imagen de hombretón (me remito a los selfis chupándose los cachetes y ajustando la cabeza para disimular el papadón o a las fanfarronadas sobre las mujeres que acaban entre sus sábanas) se preste tan alegremente al lamebotismo internacional y televisado. Conan, el perro fantasma, huye avergonzado.
A mí, un fulano al que le quedan partidarios después del timo de la estampita 2.0 (anarcoliberalismo, coge el dinero y corre) me parece imbatible, así que no descarto que todavía nos queden por leer apasionados elogios del bochorno estratégico y el listín de los increíbles beneficios dolarizadores que va a producir este espectáculo patético.
Las justificaciones peregrinas están de moda. Se habrán enterado: a Monedero le acusan de una retahíla de agresiones sexuales. Según parece, el río más ruidoso de la década llevaba agua. En el partido, leo, prefirieron tratar la cosa sin mucho ruido, no sea que el asunto le diese alas al fascismo. A la espera de las informaciones que vayamos cazando durante esta semana, el aludido ya se ha despachado con una parrafada epistolar en Twitter. «Ya sabemos desde Julian Assange que hay acusaciones que son eficaces». Tremendo campeón. Señoría, puede que haya sobado a cuanta muchacha se me puso cerca, pero todo es culpa de la policía patriótica. Pobre Juan Carlos, qué Orinoco de lágrimas andará derramando.
Otro. Trump, que tampoco se ha privado nunca de agarrar a las muchachas por la entrepierna (palabras suyas, a mí que me registren), tiene un nuevo amiguito en el concierto de las naciones y se llama Vladimir. A Zelenski, esperanza blanca del Occidente, se le está poniendo cara de Juan Guaidó. ¿Estados Unidos dejando en la estacada a un títere atlantista? No se veía cosa igual desde Bahía de Cochinos. En la Casa Blanca ignorarán muchas cosas, pero tienen claro que los ucranianos deben compensar a Putin por el gasto en artillería, que la pólvora está carísima. Para hacer frente a las injerencias yanquis, Emmanuel Macron convocó a las potencias europeas a una cumbre de emergencia. No hice la mili, pero algo me dice que estamos bien jodidos si la contraofensiva la organizan los franceses.
Ya lo dijeron Los Simpsons: «¿Victogia? No tenemos una palabga en nuestgo idioma paga eso».
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