Buzón de Voz

No debemos callar

A menudo parece olvidarse uno de los factores de mayor peso en el origen de la crisis de la política y también del periodismo: la pérdida de credibilidad. Si no se aborda a fondo su recuperación, por lenta y costosa que esta sea, de poco sirven los cambios de caras o de mensajes, y el deterioro de la democracia y sus instituciones proseguirá imparable. Asuntos tan candentes y diversos como las primarias del PSOE, la moción de censura de Podemos, la negociación de los Presupuestos o el estallido de la Operación Lezo ofrecen elementos que ahondan en el mismo déficit de credibilidad.

  1) LA FRACTURA DEL PSOE, PRIMERA VUELTA

El resultado de la recogida de avales en la carrera de las primarias ha confirmado lo que percibía desde hace meses cualquier oído pegado al asfalto: Pedro Sánchez se siente cada día más cómodo en el traje de héroe de la militancia y en un relato sencillo que conecta fácilmente con el encabronamiento colectivo de amplias capas de las bases y del electorado socialista. Susana Díaz y los grandes referentes del PSOE que la arropan no han sabido hasta el momento hilvanar un relato alternativo capaz no ya de motivar a unas filas noqueadas sino simplemente de apaciguar en ellas la ira contenida. Decir que uno va a ganar no basta para conseguirlo, y menos cuando el marco del debate está situado, se quiera o no, en el punto que provocó el estallido del Comité Federal del 1 de octubre. La batalla por el liderazgo interno es inseparable de la posición del PSOE sobre la gobernación: la abstención que facilitó la continuidad de Rajoy en la Moncloa evitó sin duda unas terceras elecciones, pero garantizó a la vez una autodestrucción del PSOE cuyo fondo aún no se vislumbra.

Sostiene ahora Sánchez que la vía acertada es “la portuguesa”, la de la coalición de un gobierno de izquierdas. Fue el primer viaje que hizo en enero de 2016, para escuchar en Lisboa a Antònio Costas sus recetas para llegar a acuerdos con comunistas y la nueva izquierda. Lo que pasa es que un par de semanas después Sánchez se asoció con Ciudadanos y ya no soltó ese “abrazo” en ningún momento. En vísperas de las segundas elecciones del 26-J prefirió viajar a Berlín y escuchar a Sigmar Gabriel, socialdemócrata y vicepresidente de la Gran Coalición con Ángela Merkel.

Lo que hoy sostiene Sánchez es lo que siempre ha opinado la mayoría de la militancia y del electorado socialista, como refleja cualquier encuesta rigurosa: no quieren un PSOE abrazado a la derecha sino capaz de acordar y colaborar por la izquierda, y que aplique desde el Gobierno políticas progresistas, porque para ejecutar medidas neoliberales ya está el PP. Si se repasa lo ocurrido en el último año y medio, el problema de Sánchez no es el discurso de hoy, sino su credibilidad. ¿De verdad Sánchez está dispuesto a liderar un socialismo de izquierdas o se ha subido a una ola de indignación interna como Artur Mas se puso a cabalgar la ola independentista sin haber creído nunca en la independencia?

  2) La moción de censura de Podemos

Sobran motivos para presentar una moción de censura contra Mariano Rajoy. Simplemente los escándalos de corrupción y la contaminación desde el poder político de instituciones básicas en democracia justifican el uso del instrumento parlamentario para intentar una alternativa al PP, incapaz hasta el momento por sí mismo de abordar una regeneración creíble. Muy al contrario, su empeño en resistir y tapar los clamorosos casos de Murcia o Madrid demuestra que el plan consiste en minimizar los daños para llegar a la siguiente cita con las urnas en mejores condiciones que la troceada oposición, sin importarle por el camino arrastrar la credibilidad que mantenían instituciones judiciales o de control.

Que sea imposible ganar esa moción de censura a Rajoy no es suficiente argumento para rechazarla. A Felipe González le sirvió en su día como trampolín fundamental para lograr más tarde una mayoría absoluta. Lo inédito es que esa moción no la presente la segunda sino la tercera fuerza parlamentaria, y lo haga sin intentar consensuarla previamente o sin esperar a que el PSOE salga de su complejo laberinto interno para adoptar decisiones capitales. Es legítimo y hasta obligado el uso del tacticismo en política, pero será contraproducente si el resultado final fortalece al otro en lugar de debilitarlo. Si para Podemos “el otro” es prioritariamente Rajoy y no el PSOE, comprobaremos en las próximas semanas cómo sale de este proceso el presidente del Gobierno.

Iniciativas legítimas aunque arriesgadas como esta vienen en el caso de Podemos filtradas por su modo de actuar en el principio de la anterior legislatura, cuando anticipó pasos sobre la formación de Gobierno arrogándose un papel que aún no le correspondía, y por tanto sin más credibilidad que la del tacticismo. Pagó por ello en las urnas el precio de un millón de votos, y brindó una excusa al PSOE para no intentar en serio un gobierno de izquierda.

  3) Los Presupuestos del '176'

Rajoy ya ha conseguido 175 votos para rechazar las enmiendas a la totalidad de los Presupuestos del Estado. A los escaños del PP y de Ciudadanos ha sumado los del PNV y Coalición Canaria. Si finalmente logra también el del diputado de Nueva Canarias, previo pago de 450 millones en infraestructuras y otras inversiones para las islas, tendrá el PP esa mayoría absoluta apoyada en grupos nacionalistas que hace un año no quiso ni siquiera explorar. Es evidente que para Rajoy era infinitamente más cómodo hacer la estatua y concentrar toda la presión en el PSOE hasta llevarlo al desolladero de la abstención. Los que según Rajoy querían “romper España” son hoy su muleta (legítima) de gobierno, y de paso regalan otro argumento letal para la cesta discursiva de Pedro Sánchez: “¿Véis cómo Rajoy podía evitar las terceras elecciones sin la abstención del PSOE?”

La negociación de estos Presupuestos vuelve a reflejar la inteligencia política del nacionalismo vasco, y la capacidad casi infinita del PP para decir y hacer una cosa y la contraria sin que por ello parezca verse afectada su credibilidad. Sin duda porque en la derecha la coherencia es un valor en muy segundo plano siempre que funcionen los resortes del miedo a la hora de movilizar a los fieles.

Dice Pedro Quevedo, representante de Nueva Canarias, que realmente el “176” no es él sino Cristóbal Montoro. Y no le falta razón. Impresiona la soltura con la que el ministro de Hacienda antes imponía recortes al Estado del bienestar y ahora regala miles de millones de euros en “necesidades presupuestarias” derivadas de la debilidad política del Gobierno.

  4) Contaminación judicial y mediática

El desarrollo de la Operación Lezo, que ha llevado a prisión al expresidente de la Comunidad de Madrid Ignacio González, no sólo ha desvelado un presunto latrocinio de recursos públicos sino los vínculos entre políticos presuntamente corruptos, periodistas o ejecutivos mediáticos con intereses ajenos al periodismo y algunos eslabones de la justicia alarmantemente contaminados.

Una operación de limpieza ordenada por un juez tras dos años de investigaciones que afectan a dirigentes del PP, empresarios y amigos o socios en algún medio informativo como el diario La Razón debería teóricamente servir para recuperar credibilidad institucional y fortaleza del sistema. Para ello sería indispensable que todos los implicados, por acción o por omisión; por robar o por mirar para otro lado, asumieran sus responsabilidades, que no en todos los casos son de carácter penal. Si después de todo lo que viene documentando infoLibre sobre las actuaciones del Fiscal Jefe Anticorrupción, que hasta en tres ocasiones archivó desde su anterior puesto denuncias que habrían destapado el escándalo hace años y evitado nuevos latrocinios, Manuel Moix continúa en el cargo es porque sus superiores tienen un nulo respeto por las instituciones que representan. Y por el trabajo de decenas de fiscales que cumplen su obligación de acusar a quienes delinquen y de defender los intereses de los ciudadanos. Su jefe en Anticorrupción y su ministro de Justicia parecen mucho más ocupados en investigar filtraciones periodísticas que en las que realmente son delictivas: los chivatazos desde ámbitos políticos o mediáticos a los propios investigados.

Un fiscal que no ha sabido o no ha querido ver la existencia de un entramado delictivo debería renunciar al puesto o ser inmediatamente destituido (como exigen decenas de miles de ciudadanos). Un ejecutivo mediático que utiliza su influencia para proteger a investigados por la justicia está corrompiendo la función de los medios. Un periodista que se dedica a interceder ante un político por un socio que presuntamente ha delinquido está violando los principios deontológicos de este oficio.

Entre todos siguen (seguimos) debilitando la credibilidad democrática. Porque cada vez que un político, un fiscal, un juez o un periodista calla en lugar de denunciar actuaciones condenables está (estamos) contribuyendo al galopante deterioro de la convivencia.

P.D. Francia ha esquivado de nuevo el peligro de que llegue al Palacio del Elíseo una populista xenófoba. Muchos franceses habrán votado a Emmanuel Macron pese a considerarlo un genuino representante de esas políticas aduladoras del capitalismo financiero y alejadas de los intereses de las clases medias y excluidas. Como explicaba Edwy Plenel en Mediapart, digital independiente socio de infoLibre, se trataba de “decir ‘no’ al desastre”, de “defender la democracia como espacio de conflictos” frente a una ultraderecha enemiga de la propia democracia y parásita de esa idea de Europa mercantilista y cortoplacista que ha sembrado la semilla del populismo y la demagogia. Pero el riesgo está ahí: uno de cada tres votantes ha optado por Le Pen, que en pocas semanas intentará ganar el poder legislativo ante un nuevo presidente que ni siquiera cuenta con un partido político estructurado. Y el peligro seguirá creciendo si no se abordan proyectos capaces de restaurar, con resultados, el crédito de una Europa que sitúe como prioridad la justicia y el bienestar social.

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