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Ciudadanos: para que nada cambie

Miguel Vila y Ramón Espinar

El pasado 11 de febrero, la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil irrumpió en la primera planta de Génova 13 para efectuar un registro. No era la primera vez que la sede del Partido Popular era investigada por los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, pero sí era la primera vez que una operación apuntaba a la financiación ilegal en Madrid del partido que, aun hoy, gobierna en España.

El pasado viernes 4 de marzo se produjo la segunda votación de la investidura fallida de Pedro Sánchez como Presidente del Gobierno. La votación fue, por dos veces, similar: solo Ciudadanos y PSOE votaron a favor – junto a Coalición Canaria que pasó de abstenerse en la primera a un “sí” en la última -, con un resultado que colocaba a 219 diputados de los 350 contra la propuesta de gobierno encabezada por Sánchez.

Las dos escenas tienen en común la participación de un actor secundario que ha servido de muleta para que el PP se mantenga en el Gobierno de Madrid y de coartada para que la propuesta inviable, porque es matemáticamente imposible ser presidente con solo 130 diputados, de Sánchez haya sido mucho mejor recibida por los medios que por los diputados que tienen que aprobarla.

Ciudadanos irrumpió en la vida política española hace casi 10 años, pero no fue hasta 2015 cuando se consolidó como una alternativa en todo el país obteniendo magníficas proyecciones electorales en buena parte de los sondeos y un resultado en las urnas algo peor que, no obstante, le otorgó una representación de 40 escaños. Además del Congreso de los Diputados, se ha convertido en un partido-bisagra en varias regiones y ha modificado su discurso a lo largo de los meses, adaptándose al contexto. Si a mediados de 2015 la clave semántica se situaba en el “cambio” y la configuración de lo que Josep Olliu llamó “un Podemos de derechas”, tras su entrada en las instituciones la carga comunicativa ha oscilado hacia el “consenso”, el “diálogo” y el “pacto”.

No se trata de discutir la pertinencia, que es total, de esos valores, sino de preguntarnos para qué ha ido utilizando recursos simbólicos e ítems comunicativos el partido de Albert Rivera. Lo que en campaña electoral se articulaba como una propuesta novedosa y alternativa a PP y PSOE, ha tornado en un partido político que, en cada uno de los parlamentos en los que obtiene representación, ha terminado por consolidar en los gobiernos a quienes ya los ocupaban, sea PSOE o PP. Así, han mantenido al PSOE en el gobierno de Andalucía tras uno de los peores resultados de su historia con el escándalo de los ERE a sus espaldas, y han apuntalado al PP en Madrid sin bajarse de la burra del “cambio” que – no se rían – impulsa Cristina Cifuentes en la región.

El hacer político de Ciudadanos comienza a alejarse de sus planteamientos electorales cuando “un partido nuevo que viene a luchar contra la corrupción” termina por apuntalar gobiernos como el madrileño y el andaluz, coaligados por formaciones sobre las que la corrupción es algo más que una sospecha. Es probable que, frente al significado de “cambio” que propone Podemos –entendido como participación, transparencia, redistribución y defensa de la soberanía para una mejor democracia–, el “cambio” de Ciudadanos tenga que ver con un rejuvenecimiento de los líderes políticos, una apuesta por la transparencia y un endurecimiento de los ajustes aplicados durante la crisis por los gobiernos de Zapatero y Rajoy.

En ese modelo, Ciudadanos sirve más para dar un barniz aceptable a la posibilidad de una gran coalición en España que para atacar los efectos de la crisis: ausencia de modelo productivo, pobreza, desigualdad... Lo que el PSOE tiene en sus manos desde el pasado 20 de diciembre es escoger entre la investidura de Mariano Rajoy o encabezar un gobierno de cambio que, de la mano de Podemos, afronte los problemas centrales del país y ponga las instituciones al servicio de la mayoría. El pacto con Ciudadanos, llevado al extremo de no acudir sin ellos a una sola mesa de negociación, comienza a tomar tintes de sainete que podría convertir las ansias de cambio manifestadas en las pasadas elecciones en una continuidad con las políticas que nos trajeron al desastre, es decir, en un cambiazo.

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Miguel Vila es diputado de Podemos en el Congreso de los Diputados y responsable de la Secretaría Política en la Comunidad de Madrid. Ramón Espinar es portavoz de Podemos en el Senado y diputado en la Asamblea de Madrid.

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