Ni en Navidad, con el bombardeo de mensajes de paz y buenas intenciones, se rebaja un milímetro el odio exacerbado a Pedro Sánchez. Esta semana el diccionario de la universidad de Oxford eligió como palabra del año el término rage bait, que se traduce como ‘cebo de ira’ y se refiere a esto tan cotidiano de ir calentando la indignación en redes hasta alcanzar cotas extremas de odio. El comité de Oxford que la selecciona no habría tenido que molestarse en hacer una encuesta entre 30.000 angloparlantes si hubiese echado un vistazo a lo que ocurre con Sánchez en España.
Aquí se ha extendido un odio al presidente que todo lo justifica y que multiplica su efecto devastador, porque sirve para socavar la convivencia y pervertir la democracia. Jueces del Supremo que convierten en algo lícito condenar sin pruebas y ni siquiera se molestan en explicar los motivos exactos de la condena quince días después, porque igual siguen celebrando haber asestado un golpe al presidente del Gobierno. El odio nubla la razón.
Es una aversión con una onda expansiva que derriba también a cualquiera que esté a su lado. Un odio contagioso capaz de incendiar a los asistentes a un concierto cualquiera como para acabar coreando juntos ‘Pedro Sánchez, hijo de puta’ como si fuese el estribillo de una canción de moda. Ese himno que el PP agitó para convertir en temazo del verano. Un odio que se propaga desde los púlpitos y deja un rastro de tierra quemada a su paso. Un odio voraz alimentado por una derecha empeñada en subvertir el orden democrático.
El odio a Sánchez nació dentro de su partido. Le pasó lo mismo a Suárez, a quien demonizó la propia UCD por considerarlo un traidor al que incluso se le negaba la paz en misa. Legalizar al partido comunista tuvo sus consecuencias. 35 años después, Sánchez logró el milagro de unir en su contra a enemigos irreconciliables en el seno del PSOE como Rubalcaba, Madina y Susana Díaz, que lograron desalojarle del partido el 1 de octubre de 2016. Así, ese diputado guapete al que no se le atribuía una gran inteligencia política pasó a ser un rival peligroso al que convenía dar caza. Los popes históricos y los barones iniciaron una campaña de destrucción masiva a la que se sumaron medios y periodistas de izquierdas. Una persecución que remitió pero siguió latente tras el éxito de la moción de censura a Rajoy.
Intensificar el odio irracional hacia el presidente es más fácil que tener que convencer al electorado con políticas que mejoren su vida. El objetivo no es ganar las elecciones, es derrocar al líder odiado
La economía va como un cohete, han subido las pensiones, el salario mínimo, somos la envidia de Europa. Otros tenían un panorama más difícil. Felipe, la reconversión industrial con huelgas promovidas por su sindicato. “El final del felipismo fue tremendo, porque además estaba ETA. A González se le odiaba profundamente, lo que pasa es que no había redes sociales con el poder unificador del mensaje”, dice un ministro que considera que, salvo a Rajoy, a los demás presidentes se les ha odiado también. A Aznar y a Zapatero se les ha ridiculizado mucho, al primero por ser un trepa dispuesto a inventar razones para una guerra con tal de que el grupo de los guays, Bush y cía, le dejaran poner los pies encima de la mesa. Y al segundo, por el talante y el buenismo de que hacía gala.
El odio actual a Sánchez carece de argumentos. Los grupos de whatsapp de antiguos alumnos o de padres del colegio evidencian que la animadversión no remite sino que va en aumento. Los odiadores no se cortan. Cualquier cosa deriva en un insulto al presidente aunque no tenga nada que ver. Que un grupo feminista irrumpe en la presentación de un libro negacionista de la violencia machista, los asistentes resuelven el episodio insultando a Sánchez, que algo tendrá que ver seguro.
Solo hay que confrontar a quien declara su inquina para comprobar que no ha dedicado ni un minuto a reflexionar sobre las razones. En realidad, no las necesita para abonarse a la tendencia y dejarse llevar. Es un río que fluye impulsado por el rage bait, que dirían los de Oxford. “Es una vieja estrategia, inicialmente intuitiva, pero deliberada y muy estudiada en términos de psicología social. Un odio visceral concentrado en un solo demonio evita el esfuerzo de cautivar a las personas con un discurso racional y tiene mayor potencial movilizador. En la Edad Media eran las brujas, ahora tienen nombres como el Sánchez”, dice un socialista que siempre ha estado al lado del secretario general del PSOE. Intensificar el odio irracional hacia el presidente es más fácil que tener que convencer al electorado con políticas que mejoren su vida. El objetivo no es ganar las elecciones, es derrocar al líder odiado.
Ni en Navidad, con el bombardeo de mensajes de paz y buenas intenciones, se rebaja un milímetro el odio exacerbado a Pedro Sánchez. Esta semana el diccionario de la universidad de Oxford eligió como palabra del año el término rage bait, que se traduce como ‘cebo de ira’ y se refiere a esto tan cotidiano de ir calentando la indignación en redes hasta alcanzar cotas extremas de odio. El comité de Oxford que la selecciona no habría tenido que molestarse en hacer una encuesta entre 30.000 angloparlantes si hubiese echado un vistazo a lo que ocurre con Sánchez en España.