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La tendencia al harakiri de los últimos presidentes del PP

Esta fórmula voluntaria o libre —que diría Ayuso— de morir antes de caer en las garras del enemigo se está convirtiendo en tendencia entre los últimos presidentes del PP. Nadie pensó que Feijóo pudiera ser tan volátil como Pablo Casado. Tampoco daba la imaginación como para presuponer que él solito se iría inmolando por capítulos. Se ha desprendido ya del aura con que desembarcó en Madrid, aunque continúe comportándose con la misma arrogancia que cuando era presidente de la Xunta, tal y como relatan diversas fuentes del entorno. En abril se cumplen dos años, por lo menos ya ha batido el récord de su antecesor, que duró un año y nueve meses en el cargo antes de sacrificarse en el altar de la diosa madrileña. Algo es algo.

Quienes avisaron de que confiar en el mismo equipo que le rodeaba en Galicia no iba a servirle para afianzarse en la jungla nacional acertaron de pleno. En su feudo podía equivocarse con la tranquilidad de no tener que rectificar, porque los errores del presidente no se difunden. En la cúpula del partido le cubren estos días porque se están jugando perder uno de los territorios emblemáticos del PP. Reconocen con cierta sorna que “ha habido imprudencia, porque no era el momento de arriesgarse”. No lo hacen por salvar a Alberto Núñez Feijóo, que ya es mayorcito para saber lo que se hace —como apunta un veterano diputado—, hay que mantener el tipo hasta el 18F y rezar mucho al apóstol Santiago. 

Ya habrá tiempo de cargar las tintas. La presidenta de la comunidad de Madrid se está conteniendo. Total, quedan cuatro días. No será necesario mancharse las manos en el caso de que se produzca vuelco electoral. La idea de que en la capital hay una percepción poco realista que no coincide con el ambiente en Galicia es otra de las consignas que trata de colocar el PP, como si no peligrase ese gobierno que los 15 años de Fraga al frente convirtieron en símbolo del poder popular. Lo dicen menos convencidos según pasan las horas.

No lo hacen por salvar a Alberto Núñez Feijóo, que ya es mayorcito para saber lo que se hace —como apunta un veterano diputado—, hay que mantener el tipo hasta el 18F y rezar mucho al apóstol Santiago

Es cierto que el PP tiene dos seguros. Uno es Orense, donde un escaño son 10.000 votos, mientras que en A Coruña para conseguir un diputado se necesitan 22.000 papeletas. El otro seguro es el voto exterior, que en 2020 fue más conservador e hizo perder un diputado al PSOE tras el recuento, que pasó al PP. El fatalismo gallego también es otra baza que no hay que subestimar. Porque aunque la izquierda que pasaba de votar se ha activado, todavía queda una parte convencida de que ni encontrarse pellets en la sopa afectaría al poder establecido. El BNG parece haber roto un techo, habrá que ver si se consolida. En ganar esa batalla está enfocado el Partido Popular en pleno. 

Y mientras, el bombardeo contra los medios se ha convertido en la mejor manera de matar el rato hasta conocerse los resultados el próximo domingo. “Ha habido muy mala leche. Lo único que vais a conseguir es que dejemos de hablar con vosotros”, te sueltan generalizando, como si nos lo fuéramos a creer, con lo que les gusta a los políticos intentar dirigir la opinión de los periodistas. Insisten en que las palabras de Feijóo fueron un off the récord y niegan la posibilidad, por supuesto, de que una simple copa de albariño hubiera obrado su magia.

Los periodistas, por nuestra parte, nos hemos dedicado a conjeturar si no será una forma de lanzarle un mensaje a Puigdemont, no tanto por el miedo a sus revelaciones sobre las breves conversaciones para intentar formar gobierno, sino para que se anime a dinamitar de una vez por todas este Gobierno con tantos socios. Es como si le dijera: "Espérame, Carles, que estoy dispuesto a lo mismo que Sánchez”. Más raro que imaginarse a Aznar hablando catalán en la intimidad, no sería. 

Qué lejos quedan de repente la amnistía y el terrorismo. Igual es un espejismo, pero después de la confesión del líder sobre su predisposición al indulto, será más difícil mantener el alto nivel de crispación a costa del independentismo. Incluso por mucho aire que aporte una victoria en Galicia, nadie dejará de recordar a Feijóo en el Congreso de los Diputados que se ha hecho el harakiri.

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