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Puigdemont debajo de un puente

Me cuenta una amiga española progresista y residente en Washington que le cuesta soportar con educación el relato que algunos catalanes difunden ante sus narices en eventos y cenas en la capital norteamericana. Hay un cuento que aún no había escuchado. Aseguran, ante el estupor de sus oyentes institucionales de diversas nacionalidades, que en Barcelona la gente duerme debajo de los puentes, como si el Estado opresor español hubiera empujado a la población a la miseria. De lo que no se habla es de que la inestabilidad económica desatada a partir del procés en Cataluña ha impulsado deslocalizaciones o traslado de grandes empresas como Nissan y ahora Danone, que no se ven compensadas con nuevas inversiones, porque la desconfianza no genera riqueza.

A quien le pegaría instalarse debajo de un puente es a Puigdemont, concretamente del de Calatrava (Bac de Roda), símbolo del aura de modernidad que envolvió a Barcelona alrededor de los Juegos Olímpicos del 92, ejemplo de un brillo deslumbrante que se está perdiendo. Ahí, al lado de los raíles del tren que pasan por debajo, podría seguir alimentando su figura cuando abandone la política, tal y como acaba de anunciar que hará si no es presidente de la Generalitat dentro de un mes. Su lugar de residencia siempre es una incógnita. Qué hace trasladándose a treinta kilómetros de la frontera española en Francia, se preguntan quienes saben que tiene su vida asentada en Bélgica y pocas ganas de regresar a España más que puntualmente para ver a la familia y que no nos olvidemos de él. 

Nadie en el Congreso de los Diputados se ha tomado en serio ni la mudanza ni la amenaza de retirarse, por mucho que una parte importante celebraría que se hiciera realidad. El PP es el partido que más le echaría de menos. Qué iban a hacer el uno sin el otro. Se complementan y necesitan. Cómo seguir vendiendo que se es un mártir perseguido y obligado a vivir en el exilio si no fuera por la derecha. Cómo podría esa misma derecha continuar exprimiendo la amnistía si no fuera porque el bueno de Carles sigue insistiendo en organizar un referéndum.  

El panorama tras el 12 de mayo sirve para conjeturar estos días. A Esquerra no le quedará otra que pactar con Junts si dan los números, hasta ellos mismos lo reconocen

“En Cataluña Puigdemont vende, aunque fuera de allí no se entienda. Los medios catalanes juegan un papel importante”, asegura un conocido diputado catalán que lo compara con Pilar Rahola, amiga del ex president, “quien también dijo que iba a dejar la política y se pasa la vida en la televisión”. Efectivamente, que se considere un héroe a un señor que huyó en el maletero de su coche mientras otros dirigentes entraron en la cárcel pudiendo haber abandonado el país no es fácil de comprender en ninguna otra parte de este país. Un señor por el que la principal organización empresarial catalana lleva años persiguiendo al gobierno de Sánchez pidiendo que le traigan de vuelta a casa y al que no dejarían vivir debajo de ningún puente por muchos premios de diseño que acumulara. Para los suyos, incluida la derecha que representa Puigdemont, nada por debajo del madrileño hotel Palace. 

El panorama tras el 12 de mayo sirve para conjeturar estos días. A Esquerra no le quedará otra que pactar con Junts si dan los números, hasta ellos mismos lo reconocen. Ante la posibilidad de entenderse con el PSC, en caso de que los nacionalistas no sumen, no hay ningún entusiasmo. Aducen malas relaciones personales de Oriol Junqueras con los socialistas catalanes, porque “han pasado cosas que no se olvidan”. En el PSC, en cambio, creen que hay partido. Sin embargo, hay un nuevo factor a tener en cuenta. Lo singular en estas elecciones es la entrada de la ultraderecha nacionalista. Ahí están los ultras de Aliança Catalana, con la alcaldesa de Ripoll al frente, y la plataforma de Clara Ponsatí, Alhora, apoyada con intelectuales y actores que le añaden un punto romántico al secesionismo. Pueden hacerse con voto de Junts, como le pasó al PP cuando Ciudadanos y Vox salieron a competir. Igual Puigdemont al final tiene que acabar compartiendo puente con todos esos compatriotas que en Washington se imaginan como si fuesen actores del musical Los Miserables.

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