Parar los pies a los embusteros
Esta semana me gustaría comenzar dándoles las gracias por la excelente acogida al artículo que publiqué en infoLibre este pasado domingo, El bulo del pucherazo que adulteró el 28M: cómo el PP y sus medios armaron con éxito un engaño electoral. Cuando uno pone esfuerzo y trabajo en una pieza, cuando cree que lo que ha escrito es de interés para el momento que vivimos, que ese artículo sea uno de los más leídos y compartidos en la prensa nacional del fin de semana es de agradecer.
Les confieso algo: no las tenía todas conmigo. Así se lo conté a Ángel Munárriz, quien me ayudó a editar el texto. En primer lugar por su extensión, nueve páginas. En segundo lugar por referirse a hechos que, si bien estaban íntimamente relacionados con nuestro presente, habían sucedido hacía más de un año. Por suerte, ustedes han desmentido mis prejuicios: incluso en digital, el público lee historias largas si le son de interés, también aunque no hayan aparecido en el informativo del día anterior.
Creo que esto es una buena noticia, porque a menudo tendemos a pensar que somos individuos tan susceptibles de ser manipulados que lo único que nos separa de la zombificación es el cierre de nuestros párpados. Soy consciente de que un artículo, los cientos de buenos trabajos periodísticos que se publican a la semana en España, no pueden competir con la potencia y agilidad del aparato de las tormentas que las derechas utilizan para desestabilizar nuestra sociedad, pero sí, creo, son una barrera de defensa para que una gran parte apueste por defender la democracia.
Claro que tenemos un problema con la mentira y la manipulación. Claro que este problema es generado, prácticamente en su totalidad, por un matrimonio muy bien avenido entre la derecha tradicional, que sugiere los argumentos, y los ultras, que los amplifican. Una unión que no se da tan sólo en el ámbito político, sino que ocupa también el mediático, con grupos de comunicación convencionales que construyen el brutal escenario y nuevos manipuladores digitales que rematan la faena, ya sin ningún complejo. Esta forma de operar sucedió con el bulo del pucherazo y ha sucedido con el resto de operaciones de ruptura a las que llevan sometiendo a la sociedad española los últimos años.
Resulta sonrojante ver a algunos comunicadores, esos que se autodenominan liberales, ponerse ahora a defender la libertad de expresión y la independencia periodística porque Sánchez ha afirmado que los bulos amenazan la democracia. Algo que se ha dicho mil veces, al menos desde que en 2016 el Reino Unido votó en el referéndum del Brexit condicionado por un trabajo de envenenamiento a gran escala llevado a cabo por Cambridge Analytica utilizando nuevas herramientas, como el big data, y nuevos canales, como Facebook. Sabemos desde hace mucho tiempo en qué consiste este peligro.
Pero sobre todo resulta hipócrita cuando aquí y ahora el caudal diario de engaños y falsedades es de tal magnitud que, a veces, parece que nos falta el aire. El martes, antes de escribir lo que ustedes están leyendo, de un vistazo de cinco minutos en la red social X, he podido encontrarme con lo siguiente:
A Fernández Díaz, el ministro de Interior responsable de las cloacas en la etapa de Rajoy, con una columna de opinión en OKDiario. El mismo tipo bajo el que se organizó un comando policial para espiar a rivales políticos y fabricar pruebas falsas escribiendo, con total normalidad, en el digital que luego publicaba toda esa basura.
La industria del bulo es, además de una herramienta de desestabilización de las derechas, algo profundamente lucrativo, sin entrar en la competencia desleal que supone frente a aquellos medios que trabajan prescindiendo de estas malas prácticas
A Rubén Amón, en El Hormiguero, afirmando que Sánchez tiene “una relación patológica con el poder” y que se iba a detener a Pablo Motos y a decapitar a las hormigas. A Bieito Rubido, director de El Debate, asegurando que el presidente va a tener “un final trágico”. A Martínez Almeida, alcalde de Madrid, expresando que Sánchez es “el jefe de una trama corrupta que abarca su casa, la Moncloa y el PSOE”. A Alvise diciendo que “si tenemos que meter a 40.000 tíos a la cárcel, les metemos, y si luego tiene que venir la ONU a decir que estoy violando derechos fundamentales, me descojono”. Cinco minutos, un vistazo.
En esto ha convertido la derecha el debate público. ¿Hace falta ponerle adjetivos? Hace un mes y medio, Miguel Ángel Rodríguez amenazó a elDiario con triturarlos, “vais a tener que cerrar”, por publicar informaciones ciertas sobre el escándalo protagonizado por el novio de Ayuso. La última vez que el PP gobernó en España creó la ley mordaza, una norma ad hoc contra la protesta social, que, entre otras cosas, dificulta el trabajo de los reporteros a la hora de informar sobre las actuaciones policiales.
No sólo la derecha miente con avaricia, de una manera sistemática, no sólo amenaza a los medios que le resultan incómodos, no sólo legisla contra la libertad de expresión, sino que cuando alguien sugiere un simple debate sobre la fosa séptica en que han convertido la vida pública, se ponen a lloriquear diciendo que, justo ahí, la independencia de los periodistas se va a ver comprometida.
En España, por cierto, ya se ha legislado antes contra los bulos y las noticias falsas. Lo hizo el PP a finales del año 2017, siguiendo las exigencias de la Unión Europea que, mediante su Comisión, instó a los países a protegerse de las manipulaciones informativas. El Gobierno de coalición continuó el trabajo pendiente, dando como resultado el Procedimiento de actuación contra la desinformación, publicado en noviembre de 2020. ¿Qué es lo que dijo entonces la derecha? Que se había creado “el ministerio de la verdad”.
La industria del bulo es, además de una herramienta de desestabilización de las derechas, algo profundamente lucrativo, sin entrar en la competencia desleal que supone frente a aquellos medios que trabajan prescindiendo de estas malas prácticas. Como sobre los contenidos es materialmente imposible legislar a priori, es justo por aquí, por el camino del dinero y la financiación, por donde se puede empezar a desarticular este perverso sistema de engaño masivo.
En primer lugar se debería llevar a cabo una auditoría independiente de las audiencias, para acabar con los números inflados de ciertos digitales, la coartada que utilizan para recibir cuantiosas sumas de dinero tanto público como privado. Si algún anunciante quiere seguir nutriéndoles, que al menos se sepa que su motivación es estrictamente ideológica y no comercial. En segundo lugar, quien acumule sentencias firmes que prueben su mala praxis no podrá recibir ni un euro de las arcas públicas. No acabaríamos con el problema pero, al menos, se lo pondremos algo más difícil.
Ahora bien, todo esto no valdrá de nada sin una movilización contra esta infodemia. No puede quedar un espacio compartido, bien digital, bien presencial, donde no se les pare los pies a los mentirosos y sus secuaces. Donde no exista un ciudadano que levante la voz y con calma pero con contundencia afirme: eso no es cierto. Porque hasta ahora, por vivir más tranquilos, por no complicarnos la vida, hemos transigido demasiado. Todos lo sabemos. Y puede, eso se lo dejo a su juicio, que merezca la pena pasar ahora alguna situación desagradable antes que despeñarse, en muy poquito tiempo, a un escenario mucho peor.
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