Ay, Noelia, somos un país de titulados pero la honestidad vale más que un doctorado en Harvard. En España, más del 40% de la población tiene estudios superiores, de los que un 61% son mujeres y un 39% hombres. Esta obsesión por tener una carrera la ha captado al vuelo Ayuso, que está llenando Madrid de universidades privadas, que crecen como setas para dotar de títulos a niños bien con pocas ganas de estudiar pero con la necesidad social y laboral de obtener una licenciatura. Catorce universidades privadas frente a seis públicas, porque, según defiende la presidenta, los alumnos deben tener libertad de elección, siempre que su familia disponga de una cuenta corriente lo suficientemente abultada como para sufragar las elevadas mensualidades de este tipo de centros.
Si Noelia Núñez hubiera echado mano de alguna de las universidades privadas de pinta y colorea que fomenta su mentora, igual podría haber evitado dimitir, pero sus padres son de Vallecas, estudió en un colegio concertado de Fuenlabrada y puede que ni se lo plantease. No formaba parte del target que persigue la presidenta de la Comunidad, alumnos sudamericanos ricos y españoles pijos. La ‘Ayuso de Fuenlabrada’ tampoco vio la necesidad de tener que haber cursado estudios para presumir de ellos. Ha crecido en el PP y sabe que libertad significa poder mentir a tus anchas sin que haya consecuencias.
Quizá porque aprendió a mentir como sus mayores, su primera reacción fue continuar falseando la realidad y achacó a un error las titulaciones inventadas y cargó contra Begoña Gómez, que sirve lo mismo para un roto que para un descosido. Estudios superiores no tendrá, pero es muy creativa, lo cual demuestra que no se precisan master para triunfar. Noelia ya había alcanzado el éxito. Era una joven promesa del PP, incapaz de soltar el hilo del engaño.
Tener una orla colgada en el salón no es garantía de nada. Lo malo no es carecer de estudios, lo terrible, lo peligroso es mentir hasta diluir los límites entre la realidad y lo inventado
Después de que Feijóo le pidiera la dimisión escribió una frase que me tiene loca y que no se ha analizado bastante: “La responsabilidad es la esencia de la libertad y yo asumo la mía”. Cayetana Álvarez, a la que le gusta mucho introducir citas en sus intervenciones, debería apuntarla y usarla como homenaje a su compañera. La tensión entre responsabilidad y libertad es un tema de debate recurrente. Sin embargo, Noelia Núñez parece querer decir que se ha tomado la libertad de construirse un CV muy imaginativo y ahora ha tenido que apechugar para no dejar en ridículo a Feijóo, que la acababa de encumbrar como la apisonadora necesaria para conquistar el extrarradio de la capital.
Me cuesta entender el complejo de inferioridad que causa en algunos no haber pasado por la universidad. Lula da Silva, presidente de Brasil, o José Mujica, el añorado ex presidente de Uruguay, no han necesitado estudios superiores para convertirse en mitos políticos. A Trump, en cambio, de poco le ha servido su paso por la universidad. Estos días circulan por redes listas de políticos sin titulación, como si fuese una ofensa o una traición. La educación superior está sobrevalorada. Cuántos zoquetes con Master del Universo circulan por ahí, tomando decisiones delirantes. Tener una orla colgada en el salón no es garantía de nada. Lo malo no es carecer de estudios, lo terrible, lo peligroso es mentir hasta diluir los límites entre la realidad y lo inventado.
Ay, Noelia, somos un país de titulados pero la honestidad vale más que un doctorado en Harvard. En España, más del 40% de la población tiene estudios superiores, de los que un 61% son mujeres y un 39% hombres. Esta obsesión por tener una carrera la ha captado al vuelo Ayuso, que está llenando Madrid de universidades privadas, que crecen como setas para dotar de títulos a niños bien con pocas ganas de estudiar pero con la necesidad social y laboral de obtener una licenciatura. Catorce universidades privadas frente a seis públicas, porque, según defiende la presidenta, los alumnos deben tener libertad de elección, siempre que su familia disponga de una cuenta corriente lo suficientemente abultada como para sufragar las elevadas mensualidades de este tipo de centros.