Discutir con el cuñado de Vox

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No es bueno dedicar demasiado tiempo contestando a las mentiras, las imprecisiones, las exageraciones y las falacias de Vox, porque al hacerlo te sitúas dentro del marco del adversario. Como hace una década ya nos explicó George Lakoff en el clásico No pienses en un elefante, incluso al negar una idea estamos suscitando las imágenes que la reavivan y la reproducen. Es imposible no pensar en un elefante aún cuando se nos pide que no lo hagamos. Y es imposible no suscitar preocupación y cierre de filas en una parte de la población cuando se suscita como tema la inmigración, aunque sea precisamente para evitar con datos contundentes ese mismo miedo.

Por tanto, al conversar con el cuñado de Vox, es preferible no perder mucho tiempo en discutir si en España hay muchos o pocos inmigrantes, si lo de Puigdemont fue un golpe de Estado o si el de los ERE fue el mayor caso de corrupción en España. Es preferible dedicarle a las imprecaciones del machote diez o doce segundos por acusación concreta, y volver a las verdades incontestables:

Que Vox es un partido de extrema derecha, de ultraderecha o fascista: todo el mundo lo reconoce ya así –veáse cualquier medio internacional presentable– y ese sencillo hecho sitúa ya a Vox fuera del espacio central de la política española.

Que Vox es, por tanto, el partido hermano del Tea Party y Trump, de la extrema derecha francesa de Le Pen, de La Liga italiana y Salvini, y el partido heredero del fascismo europeo de los años 30. Vox es el partido añorado por los franquistas de antaño y los que quedan hoy.

Que Vox es un partido patriotero, pero antipatriótico. Si por patria entendemos el reconocimiento compartido de un pueblo tolerante, abierto y progresista, como es España. Quienes son ajenos a la identidad de nuestro país son precisamente ellos.

Que Vox es un partido de miedosos. Miedo a la diversidad, miedo al distinto, miedo al cruce de culturas, miedo a la libertad de pensamiento y de creencias, miedo al avance de la ciencia, miedo a la democracia.

Los votantes de Vox –pretendidamente patriotas, duros y devotos– se incomodan y balbucean cuando discutes sus fundamentos morales básicos. Y cuando demuestras que no representan a España –mucho más solidaria que ellos–, que se guían por el miedo, y que son reaccionarios que trabajan contra la libertad.

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No es rechazando la bandera, despreciando su religión o recurriendo al buenismo como se les erosiona, sino resignificando nuestra bandera como la de un país distinto al que ellos proponen, pidiendo respeto a todas las creencias, sin imposición de ninguna, o siendo tan tajante como ellos, o más si cabe, en la defensa del orden. Sí, del orden, pero no el orden de quien prohibe a los cómicos hacer sátira, por ejemplo, sino el que garantiza que esos mismos cómicos puedan actuar sin coacciones.

Es reclamando otra idea de la identidad, otra idea de la autoridad y otra idea de la santidad y la pureza, como los moderados podemos enfrentar el peligro de la extrema derecha. No negando sus fundamentos morales, sino haciéndolos nuestros.

Con respecto a las mentiras y las falacias, para los diez segundos que debemos dedicar a desmontarlas, la semana que viene hablamos. Bienvenidos a la lucha. No pasarán.

No es bueno dedicar demasiado tiempo contestando a las mentiras, las imprecisiones, las exageraciones y las falacias de Vox, porque al hacerlo te sitúas dentro del marco del adversario. Como hace una década ya nos explicó George Lakoff en el clásico No pienses en un elefante, incluso al negar una idea estamos suscitando las imágenes que la reavivan y la reproducen. Es imposible no pensar en un elefante aún cuando se nos pide que no lo hagamos. Y es imposible no suscitar preocupación y cierre de filas en una parte de la población cuando se suscita como tema la inmigración, aunque sea precisamente para evitar con datos contundentes ese mismo miedo.

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