Desde la tramoya

Donald y el Regeneron

Luis Arroyo

En el cuádruple salto mortal del populismo más barato y perverso, Donald Trump ha prometido llevar gratis a todos los americanos que lo necesiten, y gratis, el Regeneron, el tratamiento que se le proporcionó en el hospital durante sus cuatro días de estancia.

Fue el miércoles, desde los jardines de la Casa Blanca. 4 minutos y 53 segundos. El Trump más imprudente y más falaz hace acto de presencia en un mensaje grabado que, de confirmarse los pronósticos, podría ser uno de los últimos como presidente. Una disección de la pieza, que debería incorporarse a un improbable museo del populismo contemporáneo, da señales inequívocas de quién es:

Primera frase: “Hola, quizá me reconocéis. Soy vuestro presidente favorito”. Trump solo habla a los suyos. No aspira a convencer a ninguno de los demás, que, lamentablemente para su proyecto y por fortuna para la humanidad, son mayoría. Es un presidente volcado en la defensa de una visión disparatada de la vida, que encuentra acogida en buena parte de las clases medias americanas sin formación y sin cultura: la familia rubia conservadora del medio oeste que se atiborra a grasas y antidepresivos y que pasa las tardes del sábado en el Mall. Todos los demás, incluidos los medios de comunicación convencionales –todos ellos, ya no se salva ni la Fox– y las élites intelectuales de las dos costas, no merecen la más mínima consideración del presidente. Se les supone antipatriotas y elitistas de la izquierda radical.

“He vuelto hace un día del hospital Walter Reed, donde estuve cuatro días. No tenía por qué, podría haberme quedado en la Casa Blanca, pero los médicos me dijeron ‘como eres presidente, hagámoslo’”. En efecto. Como es presidente, salió y volvió de casa en helicóptero, se sometió a un tratamiento en un hospital militar inaccesible, que The New York Times calcula que a cualquier americano le habría costado más de 100.000 dólares. El tratamiento de un paciente medio de covid-19 en Estados Unidos suma unos 68.000, y si se añaden los tratamientos de Remdesivir y de Regeneron, más los test en el caso del presidente, más el cuidado exclusivo, la factura asciende aún más. Allí han muerto 240.000 personas, y conociendo cómo es la sanidad estadounidense, se da por supuesto que muchos americanos ni siquiera se habrán molestado en ir al hospital para evitarle a sus familiares la factura. Suena increíble, pero así es.

Sigue Trump: “Yo dije ‘bien, decidme lo que tengo que hacer, os escucharé’. Estos son grandes profesionales y han hecho un trabajo fantástico. Y, por cierto, no solo en Walter Reed. Por todo el país. Tenemos los mejores médicos del mundo. Y las mejores enfermeras. Los mejores equipos de primera respuesta. Los mejores policías, dicho sea de paso, increíbles…. bomberos, todo el mundo… Son geniales. Es gente genial. Este es un gran país.” Una característica del discurso de Trump que a sus adversarios políticos les cuesta compensar es ese patriotismo que sale de las tripas, esa identificación casi religiosa con el país, al que se considera el mejor del mundo. La identidad, que es el fundamento moral más relevante del populismo, tiene una fuerza arrolladora que no puede contraponerse fácilmente con razones. Trump suele mantener ese eficaz lenguaje de ganador, optimista y elogioso hacia la nación, que resulta muy seductor para los oídos menos prevenidos.

Hasta aquí nada nuevo. Es Trump en su estado natural. Pero de pronto viene el mayor disparate, que prefiero traducir en su integridad, aun siendo largo:

“En muy poco tiempo me dieron Regeneron. Se llama Regeneron. Y otras cosas también, pero yo creo que esta fue la clave. Me dieron Regeneron y fue como increíble. Me sentí bien inmediatamente. Me sentí tan bien hace tres días como me siento ahora. Por eso solo quiero decir que tenemos Regeneron, que tenemos medicinas similares de Elly Lilly, que están llegando y estamos tratando de conseguirlas como medida de emergencia. Las hemos autorizado, yo las he autorizado. Y si estás en el hospital y te sientes muy mal, creo que podemos arreglarlo para que las tengas, y que las tengas gratis y especialmente si eres mayor, te las llevaremos rápido. Tenemos cientos de miles de dosis que están casi preparadas. Tenemos la autorización para el uso de emergencia preparada y voy a hacer que se firme y que se firme ahora. Y te vas a poner mejor. Te vas a poner mejor muy rápido”.

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Regeneron, citada cuatro veces, es una compañía que, en efecto, está experimentando un prometedor tratamiento contra la covid-19. Los médicos coinciden en que es absolutamente imposible atribuir al Regeneron la supuesta mejoría de Trump, porque sus efectos no se producen en tan poco tiempo, y porque el presidente además consumió otros medicamentos. Pero da la casualidad de que el director general de Regeneron, el doctor Leonard Schleifer, es conocido de Trump y miembro de un club de golf de su propiedad. También da la casualidad de que Regeneron ha recibido 500 millones de dólares de fondos públicos para el desarrollo de su tratamiento.

Imaginemos ahora que ese mensaje –que termina echando la culpa del desastre a China, que, dice Trump, pagará por ello– es escuchado por cualquiera de los miles de enfermos que están en los hospitales de Estados Unidos luchando contra el virus. O de los enfermos del resto del mundo. Qué ofensa para la humanidad que la persona más poderosa del planeta especule con la salud de millones de personas, y que provoque también movimientos especulativos en el valor de los laboratorios farmacéuticos de sus amigos.

Quedan 26 días para las elecciones presidenciales. Confiemos en que los estadounidenses de bien nos eviten el calvario de sufrir a este personaje, que no sólo es un payaso –como lo describió el propio Biden en el primer debate presidencial– sino un auténtico peligro público. Los sondeos nos permiten confiar en que se marchará, pero también nos decían que no llegaría hace cuatro años, y ahí está. Crucemos los dedos.

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