En Transición
Un 1º de Mayo del siglo XXI: rojo, amarillo, violeta… y verde
Mañana es 1º de Mayo y, como cada año, los militantes más comprometidos saldrán a la calle a mostrar sus reivindicaciones. Este año, CCOO y UGT lo hacen bajo el lema Tiempo de ganar: igualdad, mejor empleo, mayores salarios y pensiones dignas. Hace años que asistimos al ritual, y también hace años que vamos viendo cómo las convocatorias –con o sin puente festivo–, se van llenando de cabezas canas y de saludos entre viejos conocidos. Algo similar ocurría hasta hace un par de años los 8 de Marzo, y sin embargo ya el año pasado, en parte, y de forma clara y contundente este, las reivindicaciones feministas han conseguido calar en una amplísima parte de la sociedad.
Desde el 15M estamos viendo de forma nítida cómo el modelo de movilización ha cambiado, cómo el paso del movimiento social que conocíamos al “movimiento–red” ha modificado tanto las formas de organización como de movilización, y cómo los discursos con más éxito y penetración social son aquellos que consiguen interpelar a una amplia parte de la población.
En el mundo sindical existe hace años una tensión entre quienes consideran que su función como sindicatos debe focalizarse en las reivindicaciones laborales, y quienes plantean, por contra, que deben ampliar ese foco al conjunto de problemas que afectan a la sociedad en la que están enmarcados esos conflictos. El ciclo de movilizaciones que está viviendo nuestro país aconseja a optar por esta línea y albergar, tanto en el día a día como en las movilizaciones más icónicas, aquellos asuntos fundamentales que preocupan a la ciudadanía. Por eso, este 1º de Mayo debería teñirse de rojo, amarillo, violeta... y verde. Y no sólo por la defensa de los valores republicanos –que también–, sino porque esos colores son los que están dibujando el mapa de tensiones en que vivimos hoy.
El rojo de la igualdad debe estar en el frontispicio de las reivindicaciones, en un momento en que lo que algunos llaman la salida de la crisis es un nuevo modelo social con la desigualdad como característica fundamental. Así lo reconocen los líderes de los sindicatos mayoritarios cuando afirman que España lleva cuatro años creciendo al 3% y hay más empresas con beneficios que antes de la crisis pero el empleo sigue siendo precario, los salarios no crecen y los derechos laborales están en retroceso. Parece indudable a la luz de los datos, pero hay mucho más: el índice de Gini, que mide la desigualdad, ha pasado en España del 0.34 en 2007 al 0,36 en 2015, dato que corrobora también el análisis que mide la distancia entre los ingresos del 20% más rico y el 20% más pobre, que se ha incrementado del 5,6 en 2008 al 6,6 en 2016. Como afirman Pau Mari-Klose y Álvaro Martínez Pérez al estudiar los efectos del empobrecimiento: “La crisis ha alterado la distribución de renta en la sociedad. Algunos colectivos han visto incrementado sensiblemente su riesgo de pobreza (mientras otros, paradójicamente, han mejorado su posición relativa). En líneas generales, los segmentos sociales más vulnerables se encuentran hoy en situaciones más precarias que hace unos años.”
El 1º de Mayo no debería olvidarse del amarillo, porque resulta inadmisible que en una democracia avanzada se secuestren los colores. Esto trasciende al tema catalán y a la necesaria salida acordada sobre el modelo de organización territorial del Estado. Esto va ya de las más mínimas cotas de libertad de expresión que estamos viendo negadas y combatidas en declaraciones políticas y en sentencias judiciales. Requisamientos de camisetas amarillas a la entrada de un campo de fútbol, críticas en las redes sociales porque unos muchachos se regalan un libro de Albert Pla, detenciones por bromas sobre la monarquía en Facebook… Es inevitable acordarse de Bertolt Brecht y su lamento “Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde”. Porque esta pérdida de libertades también afecta –y de forma bastante clara–, a la pérdida de derechos de los trabajadores, como entendieron los sindicatos catalanes el pasado 15 de abril.
¡Es el Poder, estúpidas!
Ver más
Respecto al violeta, morado o lila, qué se puede decir que no se haya escrito ya: este 8 de marzo de 2018, una sociedad en transición que busca quitarse de encima siglos de machismo enquistado en lo más profundo de sus estructuras se agitó como un gran marea, imparable. Me atrevo a aventurar que la sentencia de La Manada, que ha hecho correr ríos de tinta y de indignación, va a ser un punto clave en esta lucha contra el patriarcado. Que yo recuerde nunca en España una sentencia judicial había generado una movilización así. Y que yo recuerde nunca había estado tan claro algo que la Asociación de Mujeres Juezas de España dice en su comunicado al constatar la quiebra de la confianza de la sociedad en la justicia: “La causa de esta quiebra se encuentra en la pervivencia de ciertos prejuicios y estereotipos ligados al género que, de la misma manera que afectan al resto de la sociedad, atraviesan también la forma en la que se interpretan y aplican las normas jurídicas”.
Finalmente, una movilización que quiera llegar a amplios sectores de la sociedad, comprendiendo el momento actual y aportando soluciones, no puede obviar ni por un segundo el principal desafío que tiene en este momento la humanidad: el cambio climático que todo lo cambia. Que nos hace más pobres, que nos enferma, que nos obliga a repensar nuestro modelo de producción y de consumo, y que, además, se alía con el monstruo de la desigualdad haciéndolo más grande y más peligroso: aquellos que menos culpa tienen son los que más sufren sus consecuencias y menos capacidad tienen de hacerle frente.
Nadie dijo que fuera fácil, y entender hoy una realidad velozmente cambiante para poder dar alternativas es cada vez más complejo, pero es imprescindible ver los problemas en su relación con el todo, porque sólo así podremos entender la lógica de lo que nos rodea. De momento, yo, mañana, acudiré a la convocatoria del 1º de Mayo.