Resistir es perder Cristina Monge

A las 18:00, hora española, Trump volverá a la Casa Blanca como ganador triunfal, convertido, tras Cleveland en 1893, en el único presidente de Estados Unidos que recupera el cargo después de haberlo perdido. Los recuentos, ahora sí, ya oficiales, hablan de 77.300.000 votos, 2.300.000 más que la exfiscal Kamala Harris, que retrocedió 6 millones respecto a Biden, mientras que el ya condenado Trump crecía 3 millones más que hace cuatro años pese a haber bajado tres puntos la participación.
Ni sus propuestas, ni la experiencia de lo vivido en su primer mandato, ni la sentencia por el soborno a la actriz de cine porno Stormy Daniels para que callara en la campaña de 2016 han disuadido a esos más de 77 millones de estadounidenses, ni han conseguido movilizar a todos los que podían darle la victoria a Harris. En EEUU el sistema dejó de ser creíble hace tiempo para una parte creciente de la sociedad y los demócratas no han sabido entenderlo, pese al tiempo extra que les regaló la Covid.
La propuesta política de Trump es conocida y se puede resumir en tres grandes puntos, mucho más simples de lo que pueda parecer, todos ellos anclados en una “MAGA”, la que llama a hacer América grande de nuevo. Con ello, deja claro a los millones de descontentos, desafectos y víctimas de todas las brechas que América ha dejado de ser grande y que él va a devolverle a ese estado de Arcadia feliz. ¿Alguna vez existió?
Por un lado, el nacionalismo tanto en lo político como en lo económico. El primero se sustancia con el cuestionamiento del multilateralismo, incluyendo ahí tanto a toda la galaxia de Naciones Unidas como a la propia OTAN. Ese “globalismo elitista” portador de la “ideología Woke” al que ha convertido en portador de todas las desgracias, encuentra aquí su fórmula mágica. Por otro, nacionalismo también en lo comercial, con el que ya amagó en su primer mandato mirando a China, y que ahora quiere aplicar también a Europa, habida cuenta de esa manía que tenemos los europeos de regular los mercados y convivir bajo unas reglas.
Esa América que quiere recuperar es una América de blancos, pese a que cada vez le votan más hispanos, afroamericanos y personas todo tipo de procedencia cultural. Estamos ante la enésima versión de la pelea del último contra el penúltimo y en la que se asienta la propuesta de deportaciones masivas como continuación del levantamiento del muro de México.
Tercer elemento, una ideología que se ha venido en llamar “ultralibertaria”, que no es más que una vuelta de tuerca más para empequeñecer el Estado, una motosierra al estilo Milei enchufada a la potencia de la desconfianza institucional y el descreimiento en el sistema.
En EEUU el sistema dejó de ser creíble hace tiempo para una parte creciente de la sociedad y los demócratas no han sabido entenderlo, pese al tiempo extra que les regaló la Covid
Hasta dónde vaya a estar dispuesto a llegar y hasta dónde le dejen hacerlo los contrapoderes estadounidenses es materia de especulación. Al fin y al cabo, todos sabemos que las MAGAs recurren a trucos. ¿Quién asumirá los peores trabajos si se consuman las deportaciones masivas? ¿De dónde llegarán las manufacturas baratas si no es de Asia? ¿De verdad va a dejar de beneficiar a la industria del automóvil eléctrico –toda una revolución en el imaginario norteamericano de la gasolina barata– con Elon Musk, propietario de Tesla, como amigo íntimo y colaborador destacado?
Para algunos analistas, los jueces serán uno de los contrapoderes claves para plantar cara al magnate. Entre otras cosas, señalan que pese a que el Tribunal Supremo tiene una mayoría conservadora afín al presidente, ha rechazado su petición de suspender la prohibición de TikTok, así como la de evitar que fuera sentenciado por el caso Stormy Daniels.
Por contra, a Trump le están saliendo algunos amigos imprevistos. Llama la atención el giro que han dado ciertos líderes empresariales. Por el lado tecnológico, el Zuckerberg que en 2016 declaraba que “nos tomamos en serio la desinformación”, ahora va a desmantelar los mecanismos de verificación y a cancelar las políticas de inclusión y diversidad, tras haber suspendido la cuenta de Trump en 2021, una vez Biden en la Casa Blanca y tras el asalto al Capitolio. En la parte financiera, al gigante de fondos de inversión BlackRock le ha faltado tiempo para abandonar el grupo Net Zero Assets Managers, cuyos firmantes se comprometían a tener cero emisiones netas en 2050, y cada vez más empresas se alejan de eso que se ha llamado “criterios ESG”, es decir políticas que incluían criterios ambientales, sociales y de buen gobierno en sus compañías. Para que luego digan que el dinero no tiene color; claro que lo tiene, el del Poder.
No obstante, la gran partida no se jugará tanto en las instituciones como en las calles. El ejemplo de Milei evidencia cómo, pese a someter a su pueblo a una dura disciplina, mientras crece el número de pobres, aumenta su popularidad. Tras cerrar 13 ministerios, haber despedido a 30.000 empleados públicos, reducido hasta un 74% el dinero destinado a pensiones, educación, salud, ciencia, cultura y desarrollo social, y haber causado cinco millones de nuevos pobres y una enorme recesión económica, su popularidad creció 4 puntos en un año, entre noviembre de 2023 y 2024.
En unas horas veremos la ceremonia de toma de posesión de Trump. Mientras esperamos a conocer su discurso, ya sabemos que ha incorporado algunas novedades, como la presencia de mandatarios extranjeros entre los que se encuentra el líder de Vox Santiago Abascal, la primera ministra italiana Giorgia Meloni, el primer ministro húngaro Viktor Orbán y los presidentes de Argentina, Javier Milei, y de El Salvador, Nayib Bukele; aliados de Trump, y grandes donantes, entre ellos magnates tecnológicos como Elon Musk, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos y Tim Cook. Han querido expresar que no asistirán Nancy Pelosi, expresidenta de la Cámara de Representantes, y Michelle Obama.
En el Capital One Arena, en el centro de Washington, el nuevo presidente pronunciará unas palabras en una multitudinaria fiesta. En el cartel, destellando brillantina, los Village People. Sí, esos señores extravagantes que en la década de los 70 se convirtieron en icono del movimiento gay, y que en 2020 se opusieron públicamente a que la campaña de Trump utilizara sus canciones en los mítines. Hoy, con tono grave, dicen en Facebook: “Sabemos que a algunos no les alegrará oír esto, pero creemos que la música debe interpretarse sin tener en cuenta la política. (...) Nuestra canción 'Y.M.C.A.' es un himno global que esperamos ayude a unir al país tras una campaña tumultuosa y dividida en la que perdió nuestro candidato preferido. Por lo tanto, creemos que ha llegado el momento de unir al país con la música".
Este es, a grandes rasgos, el mundo de hoy. Y algunos, no pocos, optarán por mirar a otro lado y unir al país con la música. Al resto, nos queda mucho trabajo, y está casi todo por hacer.
Lo más...
Lo más...
Leído“Si pago el alquiler, me quedo sin comer”: nueva protesta en Madrid contra la crisis de la vivienda
Selina BárcenaInaciu Galán: "WhatsApp contribuye a normalizar la escritura de lenguas minoritarias como el asturiano"
Bloqueo creativo
La vergüenza de saber quién eres
¡Hola, !
Gracias por sumarte. Ahora formas parte de la comunidad de infoLibre que hace posible un periodismo de investigación riguroso y honesto.
En tu perfil puedes elegir qué boletines recibir, modificar tus datos personales y tu cuota.