A España le va mal, pero a mí fenomenal

Es habitual que en muchas encuestas, especialmente en los barómetros del CIS, llame la atención la profunda asimetría que existe entre la percepción de cómo afecta algo a la sociedad en general frente a cómo le afecta a uno mismo. Esta vez ha vuelto a ocurrir. Pese a que el 69,6% de los encuestados consideran que la situación económica del país es mala o muy mala, el 63% dice que la suya propia es buena o muy buena. ¿Cómo es posible? Esto mismo se han preguntado muchos sociólogos durante años. Mi colega David Pac lo interpreta así.

Pese a que se pueda considerar un fenómeno extraño, esta asimetría en la percepción es todo un clásico, y no sólo con la economía. Lo hemos visto en otras ocasiones respecto a temas como la inmigración y aparece también cuando se pregunta por las listas de los principales problemas en España versus los principales problemas que nos afectan a cada cual. 

Confluyen aquí dos elementos a tener en cuenta. En primer lugar, como recordaba Jesús Ibáñez a menudo, cuando un encuestador nos interroga sentimos que nos están examinando y tendemos a demostrar que sabemos la respuesta. En jerga sociológica se alude a la “deseabilidad social” para explicar que decimos aquello que creemos que se espera de nosotros. Si se ha instalado la idea de que la economía va mal, tenemos que contestar que la situación económica nos preocupa. Si se genera la percepción de que la inmigración genera conflictos, la situamos entre los principales problemas del país. 

¿De qué depende que una opinión se instale como una certeza en la sociedad? Hay quienes no dudan en mirar de inmediato a los medios de comunicación, pero ¿tienen tal poder?

Estas respuestas sobre percepción de problemas generales indican, por tanto,  las ideas que se han instalado en el imaginario social. A partir de ahí, llega el debate: ¿de qué depende que una opinión se instale como una certeza en la sociedad? Hay quienes no dudan en mirar de inmediato a los medios de comunicación, responsables de articular la conversación pública. Desde luego, sin su concurso es muy difícil que una idea se traslade y asiente en la sociedad, pero ¿tienen tal poder? Si lo que se refleja en este estudio es cierto, habría que matizarlo mucho: el interés por las noticias ha pasado del 63% de los ciudadanos en 2017 al 51% en 2022, y  en el caso de España, del 85% en 2017 al 55% en 2022. De manera paralela, crece el número de personas que evitan las noticias; en el caso de España en 2017 era el 26% y en 2022 el 35%. Por si fuera poco, solo un 32% de los encuestados responde que “confía en la mayoría de las noticias la mayor parte del tiempo”. No parece justo, por tanto, mirar sólo a los medios, que además con frecuencia transmiten valoraciones distintas sobre un mismo hecho. Sin ir más lejos, la prensa conservadora en España lleva meses anunciando el colapso económico, mientras que la progresista se muestra mucho más cauta. Cosa distinta es que lleguen a coincidir lo transmitido por los medios de comunicación, las experiencias vividas por uno mismo o entornos cercanos, y los hechos objetivos. Es decir, si los medios transmiten –con distinta intensidad– preocupación económica, si una fábrica en tu ciudad ha dejado de producir por falta de microchips o porque el coste de la energía la hacía inviable, y además sabes que la inflación ronda el 11% y te acaba de llegar la actualización de la hipoteca con un incremento de 100 euros en cada cuota, es normal que se instale la idea de que la situación económica es mala. 

¿Cómo es posible, entonces, que esas mismas personas digan que su situación personal es buena? Porque se activa de nuevo el sesgo de deseabilidad: a nadie nos gusta reconocer problemas propios y siempre nos definimos de la forma más favorable, hermoseando nuestra situación real. ¿O acaso alguien quiere salir feo en la foto? Si queréis profundizar más, en este libro, La cocina electoral en España se dan más detalles.

Los buenos institutos demoscópicos conocen a la perfección cómo funcionan estos mecanismos y tienen herramientas y técnicas para corregirlos. Por eso, cuando leemos los datos de una encuesta hay que tener cuidado con sacar conclusiones demasiado rápido. La demoscopia es toda una ciencia que tiene mucho de arte.

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