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Tres cuestiones que la OTAN no ha resuelto y la izquierda debe afrontar

Más allá del desfile de autoridades y el álbum de fotos, la cumbre de la OTAN ha dibujado un mundo nuevo. Realineamiento de bloques en una especie de segunda edición de la guerra fría con los aliados definiendo a Rusia como una amenaza, a China como un desafío, y perdiendo influencia en el sur global. (Para una disección del nuevo concepto estratégico, pinchar aquí).

En términos organizativos, la cumbre ha sido un éxito y ha permitido a España recuperar peso en la escena internacional y revalidar posición en Europa. Entre los acuerdos adoptados, pocas o ninguna sorpresas. Es más interesante empezar a pensar en los silencios, en lo que no se ha mencionado y se necesita abordar con urgencia. Conviene no olvidar que en esta guerra los tiempos los está marcando Putin.

1. La OTAN ha preparado la guerra, pero no la paz.

Aunque el desenfreno veraniego al que nos acercamos tras dos años de pandemia indique lo contrario, estamos en guerra. Una guerra que se antoja larga y en la que aún no ha llegado el momento de la desescalada.

Esto no debe hacer olvidar que todo estratega que se precie tiene que pensar a corto, medio y largo, y dibujar escenarios en cada uno de estos tiempos. Es obvio que algún día tendrá que llegar la paz, y cuanto antes mejor. Los cálculos de riesgos de unos y otros determinarán el momento. Para cuando eso ocurra, ¿dónde se van a situar los márgenes de la negociación? ¿Estarán los puentes suficientemente tendidos y sólidos como para poder cruzarlos y llegar a un acuerdo? ¿Con Rusia? ¿Con Putin? ¿Con una Rusia sin Putin?

Nadie que esté en el corazón de la toma de decisiones en este asunto va a desvelar ahora ninguna de tales cuestiones, pero eso no equivale a negar que estos planteamientos tengan que estar haciéndose, por la cuenta que nos trae. En este sentido, y sin contar ni un ápice más allá de lo imprescindible, alguien debería garantizar que los puentes siguen tendidos y que alguien, en algún lugar, y en todo momento, sigue hablando con el otro. Lo contrario es o conducta temeraria o infantilismo. La izquierda, lejana a las épicas belicistas, debería estar presionando en esta línea. Cuando, llegado el día, se alcance el pertinente acuerdo que ponga fin al conflicto, las sociedades europeas deben estar preparadas. De lo contrario, será incomprensible y generará más desafección y desconfianza en la política.

2. La OTAN ha decidido el qué, pero no el cómo.

Afortunadamente las sociedades europeas llevamos décadas sin tener que abordar estos asuntos. Ahora estamos obligados. Con urgencia. Necesitamos concedernos el derecho a debatir qué supone estar en esta situación y cómo gestionarla. Y hacerlo con todas las posiciones: desde las del OTAN NO, hasta los entusiastas del rearme. Eso sí, en el debate hay que aplicar la prueba del algodón del principio de realidad. Aquellas propuestas que no se ajusten a este principio sonarán a reminiscencias de otros tiempos muy lejanos a los actuales. Lo dice Santiago Alba Rico en este reciente artículo refiriéndose a la posición más anti-OTAN de una parte de la izquierda: “No se puede oponer la paz abstracta como alternativa a una organización militar, porque incluso para la paz hace falta poder y cualquiera tiene más poder que nosotros. Nombrar la paz no es un ejercicio pacifista; para los que tienen poder suele ser, al contrario, uno de los protocolos de la guerra.” Tampoco quienes aprovechan para desplegar sus ansias belicistas responden a este principio de realidad: A Rusia no se le va a exterminar ni arrinconar. Tarde o temprano, se llegará a un acuerdo, y cuanto antes sea, mejor.

Es hora de abrir discusiones que llevaban tiempo olvidadas ¡ojalá hubieran seguido así! y que son especialmente incómodas para la izquierda. Se constata en la alusión continua a posiciones abstractas ajenas a lo que se está viviendo o en falsas disyuntivas como más sanidad y educación en lugar de más gastos en defensa. ¿Son incompatibles? Y en cualquier caso, con más inversión en educación y sanidad, ¿paramos la guerra, controlamos la inflación y ayudamos al pueblo ucraniano? No olvidemos que la política, ante todo, tiene que ser útil. Si la sociedad percibe que no lo es, cambia el voto… o se queda en casa.

Las decisiones tomadas en la cumbre de la OTAN y las que de ahí derivan confirman que entramos en un momento de economía de guerra. Si el día 24 de febrero, cuando Putin invadió Rusia, todos empobrecimos de inmediato, hoy sabemos que el problema irá a más. La inflación desbocada avanza un futuro preocupante que lo será más o menos en función de, al menos, cinco factores:

  1. Cuánto dure la guerra.
  2. Cómo se gestione la crisis energética.
  3. Qué medidas de protección social se tomen para las clases bajas y medias, con las reformas fiscales que deben llevar aparejadas.
  4. Cómo se aborde la crisis alimentaria en África y la migración consecuente.
  5. Hasta qué punto las sociedades europeas acostumbradas al bienestar sean capaces de soportar lo anterior.

El principio de realidad no permite ahora grandes proclamas de "OTAN sí" u "OTAN no", y menos si se está en el Gobierno. Ni salidas laterales diciendo que la sociedad española necesita una renta básica y no una guerra. ¡Como si la sociedad española pudiera decidir eso, como si fuera posible, y como si fuera incompatible! Esto no significa hacer seguidismo de las decisiones de la OTAN, ni entregarse con armas y bagajes a EEUU. Si la izquierda quiere actuar como fuerza crítica y transformadora, tiene que hacerlo operando sobre la realidad concreta, politizando y discutiendo, al menos, esos cinco puntos.

Un debate parecido debe darse a nivel europeo. Si la pandemia nos enseñó la importancia de la autonomía estratégica, no podemos seguir dependiendo de EEUU en materia de defensa. Urge que Europa tome ya decisiones en este sentido con pulso firme, haciendo las cuentas y asumiendo el coste a pagar. De lo contrario, seguirá estando subalterna de los intereses estadounidenses, algo especialmente sensible para España, donde la presencia de bases norteamericanas ha sido y es más que notable.

El principio de realidad no permite ahora grandes proclamas de "OTAN sí" u "OTAN no", y menos si se está en el Gobierno. Ni salidas laterales diciendo que la sociedad española necesita una renta básica y no una guerra

3. La OTAN no ha dicho cómo va a evitar que se retroceda en la madre de todas las batallas, la que nos enfrenta al mayor enemigo de la humanidad, el cambio climático.

Aunque ha pasado desapercibido, la OTAN ha hecho público en la cumbre un informe sobre el impacto del cambio climático en la seguridad (ver aquí). En dicho reporte, la organización identifica nuevos desafíos estratégicos derivados del cambio climático, como el control de las nuevas vías de navegación que se abren a consecuencia del incremento de temperaturas, describe daños y perjuicios a sus infraestructuras provocados por fenómenos extremos, empieza a avanzar nuevas misiones de intervención en catástrofes provocadas por el cambio climático y llama a desarrollar políticas para alcanzar mayor resiliencia y adaptación a los cambios que ya están aquí.

Uno de los aspectos donde la guerra ha impactado de forma más clara ha sido en el ámbito de la energía y, por tanto, de la transición ecológica. En el informe de la OTAN se advierte de que la guerra va a suponer más demanda de energía y combustibles fósiles, y aunque llama a conseguir la independencia energética de Rusia, asume que eso no se hará a corto.

Si bien en un principio se dio por hecho que la evidencia de lo cara que nos salía la dependencia de los combustibles fósiles aceleraría la transición energética, hoy hay motivos para dudarlo. Al menos, a corto plazo. Estamos viendo cómo Alemania vuelve a quemar carbón, como la cumbre del G7 ha vuelto a plantear la financiación con fondos públicos de infraestructuras para el gas, y cómo se van ampliando las ayudas a los combustibles fósiles en buena parte de los países europeos.

Si bien pudiera entenderse que algunas de estas cuestiones pueden ser necesarias a corto, empieza a haber signos de que la cosa puede ir más allá de lo previsto inicialmente. Esto, en un momento donde las evidencias del cambio climático son cada vez mayores y se dejan sentir en todos los aspectos: temperaturas extremas en todo el planeta —incluido el Ártic—, pérdida de cosechas de cereales por las olas de calor, incremento de migraciones climáticas…

No es objeto de la OTAN dirigir la transición energética, pero entre las cuestiones estratégicas hoy, además de la guerra, hay que contar con esa batalla que se libra para que la vida siga existiendo en nuestro planeta.

En estos elementos y otros que se me escapan tienen las fuerzas de izquierdas un amplio margen para articular un discurso propio, anclado en valores progresistas y útil para el momento actual, en el que encontrarse cómodas. Si no aciertan en leer el momento y darle la respuesta adecuada, la invasión de Ucrania puede tener en las izquierdas europeas un enorme “efecto colateral”.

 

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