Portada de mañana
Ver
De la rendición de cuentas judicial al periodismo libre de bulos: la larga lista de reformas pendientes

Errar el tiro

Antonio Muñoz Molina hablaba sobre el oficio de escribir y le dolía un país en el que la rectitud cuenta menos que la trampa, mientras fuera se escuchaban gritos de protesta contra los recortes y la monarquía, y en las calles de Oviedo resonaba aún el eco de movilizaciones en la víspera contra la política educativa del gobierno. La ciudad que se engalana para enviar al mundo un mensaje de reconocimiento y admiración por las artes, la cultura y la ciencia, con la entrega de los Premios Principe de Asturias, era también el Oviedo reivindicativo y comprometido que sale a la calle para hacer oír su queja y, acaso siguiendo la propuesta de Saskia Sassen, también galardonada este año, tomar ese espacio de poder por quien no puede acceder a otros.

En los últimos años, la cita anual de octubre en Oviedo ha tenido un contrapunto reivindicativo con protestas como las que vemos a la puerta del teatro Campoamor. Es natural que, con la que cae, el grito busque espacio y cobre forma y se haga ver allí donde vaya a tener más repercusión. La crisis nos lleva a la calle a actores y observadores en el sentido más amplio y a veces áspero y crudo del término, y uno debe atender, observarlo, contarlo y, en la medida de su compromiso ciudadano, estar también presente.

En la víspera de la entrega de los premios tuve el privilegio de moderar un debate sobre la idea de la señora Sassen de calle o ciudad globales con asistencia de la propia socióloga. Una protesta de estudiantes nos recibió a la puerta del Museo Arqueológico donde se había de celebrar el encuentro porque la lluvia impidió hacerlo en la calle como estaba previsto.

Saskia se detuvo ante ellos, callaron, explicó que donaría la bolsa del premio a instituciones sociales de Oviedo y más tarde, en el debate, reivindicó el valor de la calle y la necesidad de ejercer en ella la ciudadanía. Se sentía honrada con el premio, como confesó sentirse Michael Haneke, que en el Campoamor trazó un discurso de altísimo nivel sobre el diálogo entre el espectador y el autor y el riesgo de manipulación en el cine; igual que en otro año se sintió honrado Leonard Cohen, o las víctimas del Holocausto, o Niemeyer...o tantos otros hombres y mujeres que han actuado y pensado para conseguir que el mundo sea un lugar más humano, más hermoso, más plural, más igualitario y feliz, y que han sido premiados con los Príncipes de Asturias.

He asistido en los últimos años a las ceremonias de entrega de los Premios y he visto mucho talento y gratitud de gente notable por su compromiso con el ser humano en esos ámbitos singulares y necesarios de las artes, las ciencias, la tecnología o la literatura. Los Premios Principe de Asturias se dignifican a sí mismos cada año con la elección de los premiados que a su vez no sólo ven reconocido su trabajo, sino impulsada la difusión de su acción y sus ideas. Todos ganamos con ellos: proyección internacional Asturias y España, más visibilidad y reconocimiento los premiados y su labor; y, es justo reconocerlo, prestigio y solidez la institución de la Corona. En un tiempo en que ésta se cuestiona por motivos ajenos a su propia esencia y a su historia, en un país que por primera vez debate más allá de la frontera de la izquierda republicana sobre su forma de estado, quienes la apoyan tienen en este encuentro institucional que propicia la Fundacion Principe de Asturias desde hace más de treinta años, un motivo más para otorgarle valor.

La cita anual en el Campoamor no es una reunión de "fartones" ajenos a la vida del país y de la calle; no es un encuentro de empresarios, banqueros y aristócratas para pasar una tarde de afirmación monárquica; no es una liturgia de alta sociedad lejana y triste. El boato y la etiqueta no son lo relevante, ni siquiera en lo formal. Lo que allí se celebra y se vive está mucho más cerca de la vida de la calle y de la gente de lo que reflejan las anodinas crónicas de sociedad. Los premiados, los jurados, los invitados, son en su mayoría ciudadanas y ciudadanos que disfrutan de un momento excepcional, cada uno desde su propio territorio, en cuyo fondo está el encuentro y la admiración con y hacia esos seres humanos que mueven y cambian el mundo. Eso es lo esencial, no la etiqueta o el brillo de las joyas.

Aunque algunos así lo quieran presentar, la escena de calle que vemos en la imagen de la semana no es un desencuentro de clases sociales ni una búsqueda de justo reparto de bienes comunes. Esa calle que protesta tiene el derecho y el deber de hacerlo, y presentarse donde sepa que vaya a tener recorrido mediático su protesta. Pero el objetivo no es el que pasa por la alfombra y menos aún quien es premiado o premia.

Conviene estar atento para no errar el tiro. Los premios y su liturgia no son el malo de la película. Premian, y con ello alientan, la cultura, el pensamiento y el progreso. En palabras de Saskia Sassen a la Fundacion al recibir el suyo: "ustedes representan el apoyo activo al saber, en este momento en que la autonomía académica y la autonomía del conocimiento están bajo amenaza".

Antonio Muñoz Molina hablaba sobre el oficio de escribir y le dolía un país en el que la rectitud cuenta menos que la trampa, mientras fuera se escuchaban gritos de protesta contra los recortes y la monarquía, y en las calles de Oviedo resonaba aún el eco de movilizaciones en la víspera contra la política educativa del gobierno. La ciudad que se engalana para enviar al mundo un mensaje de reconocimiento y admiración por las artes, la cultura y la ciencia, con la entrega de los Premios Principe de Asturias, era también el Oviedo reivindicativo y comprometido que sale a la calle para hacer oír su queja y, acaso siguiendo la propuesta de Saskia Sassen, también galardonada este año, tomar ese espacio de poder por quien no puede acceder a otros.

Más sobre este tema
>