La portada de mañana
Ver
El Gobierno sacará adelante el plan de reparación para víctimas de abusos con o sin la Iglesia

... Que corre en sentido contrario

Llevo semanas usando el mando a distancia para huir de las imágenes del terremoto. Me supera la impotencia de asistir como espectadora a la sucesión de secuencias que narran un dolor inasumible. 

Tomo la decisión de escapar desde el sofá, como si degustara un caldito de cobardía aderezado con esa pizca de egoísmo que usamos algunas veces para entrar en calor y no en pánico, para esquivar todo lo posible la tristeza. A veces, al cambiar de canal para dejar de ver, me siento un poco culpable, pero tengo tantas otras cosas por las que preocuparme que en seguida se disipa mi mala conciencia…

“Lo mejor y lo peor del ser humano aflora en los momentos difíciles” ¿Cuántas veces hemos usado ese lugar común? En pandemia lo hemos desgastado, como el “todo va a salir bien” o el “saldremos mejores”. Pero que lo verbalicemos tan a menudo, para definir la dicotomía moral del ser humano en circunstancias jodidas, no le resta verdad.

Sí, cuando se abre la tierra para tragarse nuestra vida, en sentido literal o figurado, no todos respiramos igual, hay quien aprovecha el mal momento para el pillaje y quien ejerce la compasión con una firmeza a prueba de réplicas.

De los que eligen pillaje no me apetece escribir, pillos tenemos de sobra, con y sin movimientos sísmicos. Mejor hablemos de ellas, de esas enfermeras del hospital de Gaziantep que, al sentir el temblor de la tierra, corrieron en sentido contrario al de la supervivencia propia para intentar salvar las vidas de otros.

Mejor hablemos de ellas, de esas enfermeras del hospital de Gaziantep que, al sentir el temblor de la tierra, corrieron en sentido contrario al de la supervivencia propia para intentar salvar las vidas de otros

Hablemos de esa enfermera que, al percibir el terremoto, corre hacia la habitación de un paciente, abre la puerta, sale con un bebé en brazos y se dirige a la habitación contigua para ayudar a salir a una familia entera.

Hablemos de esas dos enfermeras que entran en la sala de neonatos en la que siete incubadoras se tambalean y deciden abrazarse a ellas para aminorar el riesgo de que los niños sufran golpes. Y allí aguantan, aferradas a esas cámaras cuna, hasta que cesa el temblor y pueden sacar a las criaturas envueltas en ropa de abrigo.  

El abrazo es quizás la más poderosa expresión de afecto entre dos seres humanos. La piel del otro, su respiración, su calor corporal y el latido de su corazón, tejen un abrigo emocional reconfortante, calmante y paliativo. Nunca atribuiríamos esa carga emocional en el abrazo a un objeto, ¿verdad? Y sin embargo, probablemente, el abrazo más cálido, trascendente y lleno de humanidad que hemos visto en los últimos tiempos, sea el de dos mujeres aferradas a unos cubículos transparentes fabricados con material acrílico.

Esa secuencia no la esquivo con el mando a distancia, al contrario, no me canso de verla. Es un chute lleno de admiración y un poco de envidia, por quienes tienen la valentía de correr en sentido contrario para salvar a otros.

Más sobre este tema
stats