Compró una novela de segunda mano, “Tarzán de los monos” y la historia le fascinó. Aquel niño criado por simios, que creció en plena naturaleza, fue inspirador para la pequeña Jane. Tanto, que impulsó sus pasos hacia un destino que, visto desde el presente, se antoja inevitable. Aunque antes de abrir las páginas de la novela de Edgar Rice Burrougs, la niña Goodall ya había fijado la mirada en los pájaros, en los insectos y en el resto de los animales con los que convivía en la casa de sus padres en Bournemouth, al sur de Inglaterra.
'Voy a crecer, me iré a África, viviré con los animales salvajes y escribiré libros sobre ellos'. Todo el mundo se rio de mí. ¿Cómo podría hacerlo? No teníamos dinero, la II Guerra Mundial estaba en su punto álgido, yo era solo una niña, tenía diez años. Pero mi madre siempre me había dicho 'si realmente quieres conseguir algo, tendrás que trabajar duro, tendrás que aprovechar cada oportunidad que se te presente y nunca renunciar'. He tomado prestado ese mensaje para transmitirlo a toda la juventud del planeta"
Cuando tenía 23 años, Jane cumplió su sueño de viajar a Kenia y comenzó a trabajar con una autoridad en el mundo de la Antropología, Louis Leakey. Tres años después, en 1960, el antropólogo le encomendó una misión: la investigación sobre los chimpancés salvajes en Tanzania. Los Beatles aterrizaban en la música con una banda que iba a poner a bailar a medio mundo y Jane llegaba a la selva con su madre, un cocinero y una tienda de campaña. Había nacido el mito de la etología, el icono del amor por el mundo animal, la mujer que hablaba con los chimpancés.
Con una personalidad única, carismática y de intuición poderosa, fue una revolucionaria en el mundo científico. Sobrada de empatía, fuerza y perseverancia, llevó a cabo un trabajo de investigación que se ha convertido en un referente planetario. Este concepto, “planetario”, también estaba en su punto de mira, no solo los animales fueron sujeto y objeto de su estudio, el cuerpo celeste que habitamos, la salud del lugar donde vive nuestra especie junto a otras muchas, la protección de los ecosistemas, la sostenibilidad como esperanza de vida, todo lo esencial estaba en la entrega activista de Goodall.
Con una personalidad única, carismática y de intuición poderosa, Goodall fue una revolucionaria en el mundo científico. Sobrada de empatía, fuerza y perseverancia, llevó a cabo un trabajo de investigación que se ha convertido en un referente planetario
Decía con su irónico sentido del humor que Tarzán se había casado con la Jane equivocada, qué suerte para nosotros, la Jane real se casó con nuestra civilización.
El día de su fallecimiento, publiqué esta foto en la red Bluesky y un seguidor me contestó así:
Sentimos la orfandad cuando se van aquellos y aquellas que a nuestros ojos hacen del mundo un lugar mejor, pero solo la vida terrenal de Jane Goodall concluyó el pasado 1 de octubre, esa otra vida, la que permanece a través del legado que dejan quienes abren caminos hacia lugares luminosos, sigue aquí.
Nos queda lo que dejaron dicho con su ejemplo y en los momentos más oscuros podemos recurrir a ello:
"Podemos tener un mundo pacífico. Podemos avanzar hacia un mundo donde podamos vivir en armonía con la naturaleza, donde vivamos en armonía con los demás. No importa de qué nación provengamos, no importa cuál sea nuestra cultura, no importa qué religión profesemos. Este es el camino hacia el que debemos avanzar"
Compró una novela de segunda mano, “Tarzán de los monos” y la historia le fascinó. Aquel niño criado por simios, que creció en plena naturaleza, fue inspirador para la pequeña Jane. Tanto, que impulsó sus pasos hacia un destino que, visto desde el presente, se antoja inevitable. Aunque antes de abrir las páginas de la novela de Edgar Rice Burrougs, la niña Goodall ya había fijado la mirada en los pájaros, en los insectos y en el resto de los animales con los que convivía en la casa de sus padres en Bournemouth, al sur de Inglaterra.