¿Puede jugar en la NBA la gente corriente? Sí, Ricky Rubio lo hizo. Él es una de esas estrellas que nunca dejan de ser gente corriente, una variedad de cuerpo celeste tan poco común en el universo de la fama que cuando la ves te dan ganas de cerrar los ojos y pensar un deseo.
Por una carambola del destino, un niño de catorce años entra a jugar en el primer equipo del Joventut Badalona y botando la pelota llega hasta el olimpo estadounidense del básquet. Ricky nos deslumbró desde el principio por partida doble: la brillantez de su juego y la luminosidad de sus formas. Y mientras el mundo disfrutaba de su pasión contagiosa, él sufría. Un día no pudo más y paró la jugada.
El pasado domingo Ricky Rubio hizo un desnudo emocional ante miles de espectadores, en un ejercicio de sinceridad y honestidad contó en Lo de Evole detalles íntimos de su experiencia que son, en realidad, universales. El chico del Masnou que conquistó la NBA describió con total precisión algunos fantasmas que otros también han visto y se refirió a un túnel oscuro que en su día le pareció recorrer en solitario, aunque siempre está muy concurrido…
Ricky describió su travesía que era también la de tantos otros. Usaba el singular pero abordaba conceptos plurales, como el “autosabotaje” –ese ataque que el ser humano emprende a veces contra sí mismo, mucho más duro que el encontronazo con un rival–, o ese otro hábito dañino de salir a la pista pensando siempre que eres el peor para tratar de superarte. También nos apelaba cuando se lamentaba de que cualquier pasión, en su caso el baloncesto, llegue a tomar tanto protagonismo en tu vida que acabe por robarle tiempo a lo importante.
Al contar en voz alta su travesía por el desierto, que es la de tantos otros, nos ha regalado un nuevo pase extraordinario de alguien que entiende la vida como un juego en equipo
Su confesión tenía doble valor porque hablaba de sí mismo y de muchos de nosotros. Porque da igual que apuntes alto o elijas un objetivo modesto. Porque es indiferente que camines sobre una cancha de baloncesto, por los pasillos de una empresa o junto al horno de una panadería, si pierdes pie… te pierdes.
Me gustaría agradecerle a Ricky que mostrara su vulnerabilidad en prime time, que nos dejara ver sus debilidades sin filtros de Instagram, aunque el mundo esté lleno de tiburones que van a por ti cuando huelen sangre, como le advirtió un compañero de la NBA. Me gustaría decirle a Ricky que, si verle jugar era una gozada, escucharle el pasado domingo fue todavía más emocionante.
Desde sus primeros movimientos en la pista se notaba que ese chaval estaba lleno de la energía vibrante que impulsa el motor vital de ciertas personas y que, en vez de almacenarla en una batería para consumo propio, la repartía por la pista para hacer brillar al conjunto. Y lo ha vuelto a hacer. Al contar en voz alta su travesía por el desierto, que es la de tantos otros, nos ha regalado un nuevo pase extraordinario de alguien que entiende la vida como un juego en equipo. Ricky es uno de esos tipos de gente corriente que nunca dejan de ser estrellas; cierren los ojos y piensen un deseo.
¿Puede jugar en la NBA la gente corriente? Sí, Ricky Rubio lo hizo. Él es una de esas estrellas que nunca dejan de ser gente corriente, una variedad de cuerpo celeste tan poco común en el universo de la fama que cuando la ves te dan ganas de cerrar los ojos y pensar un deseo.