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Los días neoyorkinos

Para un observador atento, los últimos días de septiembre han sido ricos en detalles que explican el fracaso de algunos movimientos y lo interesante de algunas tendencias. Empecemos por las portadas.

El martes 24, los periódicos de la derecha llevaron en primera plana la imagen de Pedro Sánchez declarando frente al juez Peinado. Una captura de un vídeo de tan baja calidad como los titulares que la acompañaban: “Es mi esposa”. Aquello no salió como se esperaba: no hubo ni noticia, ni impacto, sí unas cuántas chanzas en redes por la perogrullada.

El objetivo de esta ofensiva judicial ha sido el de prefabricar un caso que permitiera obtener algo parecido a lo que acabó con Rajoy, su declaración ante la Audiencia Nacional por la Gürtel. La diferencia es que mientras que uno ha sido el mayor caso de corrupción que ha afectado a la política española, aquí no había nada. Tras meses marcados por una instrucción disparatada, el proceso se empezó a percibir como una cacería. La gran traca final, las portadas del día 24, se detonó con la pólvora mojada.

La fecha tampoco era casual. Sánchez tenía esos días una importante agenda en Nueva York con motivo de la cumbre de jefes de Estado en la ONU. Alguien pensó, al marcar el calendario en rojo, que el efecto sería doble. El resultado, sin embargo, fue aún más adverso para la operación de derribo. Frente a las deslucidas portadas, un vídeo se viralizó en redes: el presidente departía con Scholz, Lula y Trudeau con los rascacielos de fondo mientras sonaba jazz. Aquello parecía una escena de Ocean’s Eleven.

Sánchez se crece en lo internacional, sencillamente porque es una esfera libre de los tentáculos de la manipulación patria. Allí importa la capacidad de influencia y las cifras: las de España son netamente positivas. Pero también las ideas.

El discurso de Sánchez frente a la Asamblea General de Naciones Unidas no rehuyó los temas más espinosos: Palestina, Líbano, Venezuela, una inestabilidad bélica que puede llevarse todo por delante. También trató la lucha contra la desinformación patrocinada por la extrema derecha, asunto que trató de manera bilateral con el presidente brasileño.

La democracia libra una batalla por su supervivencia. Y, seamos claros: no deja de ceder terreno ante sus enemigos [...] La democracia no puede aspirar a ganar esta batalla con una mano atada a la espalda. Porque se enfrenta a gente sin escrúpulos”, dijo Sánchez. Hay palabras que son importantes, por lo que dicen y dónde se pronuncian. Estas lo son.

Puede que nos hayamos acostumbrado, puede que la mezquindad de muchas cabeceras nacionales lo oscurezcan, pero no es nada habitual ver a un presidente de un Estado relevante hablar con tanta claridad sobre una de las principales amenazas que enfrentamos: la de la extrema derecha. Ahora cuesta percibirlo, pero dentro de unos años, si la involución fracasa, habrá que ver quién estuvo en su sitio, quién miró para otro lado y quién colaboró activamente. 

Lo que importa no es Sánchez, tampoco este Gobierno. Lo que importa es que haya tiempo para profundizar lo que muchos hemos esperado las últimas dos décadas: las grietas en el autoritarismo inclemente de los mercados

Esa relevancia internacional, de la que España goza en estos momentos, no se debe al azar. Es producto de una acertada política que el Gobierno progresista lleva aplicando desde el año 2020, aquel donde un virus precipitó el fin de unas cuántas cosas y el inicio de otras que conviene señalar. Sánchez se refirió a ellas en un foro económico organizado por Prisa y la Cámara de Comercio hispano-estadounidense. Fue ese martes, el de la pólvora mojada de la derecha.

“España pagó un altísimo precio bajo el dogma neoliberal de la austeridad. Perdimos un tiempo precioso y hoy la UE paga las consecuencias [...] Europa debe aumentar la inversión pública, no disminuirla. Implicar al Estado en la generación de riqueza, no apartarlo [...] Si queremos ser competitivos en el largo plazo debemos hacer inversiones en el corto plazo. Probablemente con la magnitud de la cantidad que nos señalaba el informe Draghi”, expresó Sánchez.

De nuevo, la importancia de las palabras y el lugar donde se pronuncian. También por su comparación con el pasado reciente: estas hubieran sido imposibles hace tan sólo diez años, cuando el hoy fracasado dogma neoliberal arrasaba los países del sur de Europa, entre ellos el nuestro. Hay importantes cambios en la dirección del viento expresados en el informe Draghi. El presidente sabe que lo hecho en España en estos últimos años anticipaba esa notable variación: de la acracia de unas finanzas desatadas a la necesidad de un orden económico justo impulsado por lo público.

La cuestión por la que hoy Sánchez puede plantarse en Nueva York y hablar con contundencia de la ruptura tiene que ver con las ideas pero también con los números. Mientras que la electricidad se ha encarecido un 33% de media en la UE, en España ha bajado un 13 '6%. Nuestro país posee un motor económico basado en el trabajo: están cerca los 22 millones de cotizantes con una temporalidad que se ha reducido en dos millones de contratos. Algo en lo que Yolanda Díaz y los sindicatos tienen mucho que ver.

Por aquí lo hemos dicho ya en alguna ocasión: de la misma manera que el Reino Unido de Thatcher significó el inicio de la restauración conservadora, la España del Gobierno de coalición se está convirtiendo en un faro para el inicio de algo diferente, ambicioso y equitativo. La aseveración, como todas las que marcan una línea histórica, es arriesgada. Y se recibe con incredulidad y desagrado no sólo por la derecha, sino también por una cierta izquierda triste y miope que no está sabiendo leer este momento.

El envenenamiento al que las derechas someten a la sociedad española explica por qué este cambio de rumbo no se percibe con claridad en España. Pero esto no explica todo. Las medidas que este Gobierno ha puesto en marcha en estos últimos años han sido de corte defensivo: la vida de la gente no ha empeorado gracias a ellas. En lo que ha mejorado, no se han unido las causas y las consecuencias. Por eso ahora falta la vivienda, piedra de toque de esta legislatura. Veremos el impacto de la manifestación del día 13 de octubre en precipitar los acontecimientos. 

Lo que importa no es Sánchez, tampoco este Gobierno. Lo que importa es que haya tiempo para profundizar en lo que muchos hemos esperado las últimas dos décadas: las grietas en el autoritarismo inclemente de los mercados. No es una cuestión de legislatura, es de época.

Mientras, los misiles iraníes caen sobre Tel Aviv, en respuesta a un año de atrocidades que Israel ha perpetrado en Gaza, bombardeos a Yemen, la invasión al Líbano y ataques al propio Irán. Es injusto, muy injusto, temer esta escalada después de decenas de miles de víctimas en Gaza. Pero el descontrol de Israel nos puede llevar a una confrontación a escala planetaria. Y ahí sí que no habría ni tiempo ni oportunidad más allá de la mera supervivencia.

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